Sempiterno

2| La proximidad | Tadd

Me encontraba en mi habitación, acostado en mi enorme cama y envuelto en unas sábanas que cubrían nada más que la zona de mi pelvis, dejando así al descubierto todo mi pecho cubierto de heridas ya cicatrizadas. La chica que acababa de salir del cuarto había dejado impregnado su perfume en la tela blanquecina, lo que comenzaba a repugnarme a gran escala, causando que arrugara mi boca y que mi estómago se revolviera. Antes de que me mal interpreten, no soy un imbécil mujeriego, ni un patán sin corazón, sino que... Agh, mi situación era complicada. Les explicaré el porqué de mi reacción: no es el perfume de mi mate.

Llevaba años buscándola, esperando que una simple chispa se encendiera en mi pecho indicándome así que mi luna se encontraba cerca, tan siquiera ese cosquilleo que todos decían tener o al menos que los rastros de su aroma llegaran a mis fosas nasales como el aroma de comida a un indigente.

A mis 94 años humanos seguía sin encontrar a mi querida luna y no es que estuviera desesperado por encontrarla —ya que dicen que "la espera vale la pena"—, pero pronto tendría a mi cargo a la manada McCaffrey, lo que significaba que sería líder y uno de los requisitos para ser Alfa es tener una mate con la cual liderar, siendo esta misma la que me ayudaría, me aconsejaría, y a la vez fuera un gran apoyo para las lunas de los hombres del clan.

Todo rey necesita a su reina, pero infortunadamente yo solo era un estúpido lobo en busca de una aguja en un pajar. Viajé a otras manadas creyendo que allí podría encontrarla, visité otros continentes, fui a las ciudades, fui a parques, a escuelas, a orfanatos, a donde se pudieran imaginar y nada. Simplemente, regresé con las manos vacías.

Pensé en la probabilidad de que aún no hubiera nacido pero la descarté con facilidad en el cesto re reciclaje. Ella debía de estar aquí, en alguna parte del mundo, solo que no sabía dónde.

Puse los pies en el suelo frío y solté un suspiro ante mi frustración sexual. Últimamente —y no lo decía con el pecho hinchado en orgullo— buscaba liberación en chicas que encontraba en bares o en las veía pasar por algún lugar; les hablaba bonito y ¡Bum! tenía sexo esa noche. Pero ya ninguna de ellas me liberaba de esa necesidad, de esa ansiedad que sentía por hacerlo con mi mate, la indicada, la única que me haría volar a la galaxia y regresar. No quería mostrarme como santo patrono por mis palabras, pero en realidad deseaba encontrar al amor de mi vida.

Tomé las sábanas y las tiré al suelo con alteración, el olor a frambuesa de esa chica hacía que me empezara a palpitar la cabeza. Me encaminé hacía el baño a sacarme los restos de su esencia de mi cuerpo. Para mi desgracia tenía una erección que hacía que pensar me fuera algo difícil. Encendí la ducha y rogué en mis adentros que la ducha ayudara a bajar esta tienda de campaña. Entré sin más al agua, la cual parecía venir del polo norte, pero era justo lo que necesitaba.

Varias veces soñé con una chica cuya piel era del color de la nieve, solo su cuerpo delgado podía divisar más no su cara, en mis ensueños intentaba atraparla pero siempre huía de mí, pero no era como si me repelara, era más bien como si quería que la persiguiera. Un injusto «te atrapé, te toca». Una de las cosas maravillosas de esos sueños era que podía oír su risa, la más bella que jamás haya oído, traviesa y coqueta, creando estragos en mi mente, revolviendo mi interior y entonces despertaba y tenía un ciclón de pensamientos frustrados al no poder ver su carita, al no poder tocarla o al menos aproximarme a ella. Siempre he pensado que es ella, mi mate, que los dioses me dan pistas de cómo es o dónde está, pero en mi subconsciente hay oscuridad alrededor mío y de ella.

Mis pensamientos habían causado que mi erección se mantuviera, odié con todas mis fuerzas esta necesidad. Recurrí a una paja rápida en donde mi imaginaba esa piel lechosa debajo de mí, esa risa traviesa en mi oído e imaginando uno que otro suspiro caliente en mi cuello. De arriba hacia abajo, moví mi mano hasta que conseguí un poco de liberación. Deseaba gritar su nombre, pero ni eso podía alcanzar a escuchar en mis sueños.

Me terminé de regar y salí de esa ducha del diablo, no me gustaba recurrir a "Manola" pero esta vez fue necesario. Me vestí con mi habitual camiseta blanca, usé el primer jean que encontré, lo olí para saber si estaba limpio, y en lugar de usar botas opté por zapatos deportivos. Mi cabello era negro, me llegaba a los hombros, y a muchas chicas les encantaba, decían que parecía un chico malo y misterioso —y luego ellas decían que estaba muy mal prejuzgar a las personas por su apariencia—. Ilógico, porque estaba lejos de ser un chico de esos.

En el pasillo me encontré con servidores de la casa, quienes me hacían una pequeña como si fuese un rey o algo por el estilo. Eso me molestaba, se los confieso. Yo no era especial, era igual que ellos, todos vinimos a este mundo de la misma manera y no veía el por qué sentirme superior a los demás por mi futuro cargo o por el apellido de mi familia.




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