Sempiterno

7| Mentiras y planes| Yannick

Estaba aterrada.

Dios, ¿cómo puede ser posible que existan ésta clase de seres?

Me muerdo las uñas de mis dedos pálidos —como posiblemente está toda mi cara— frenéticamente, sin tener una bendita idea de qué haré para evitar mi 'destino propuesto'. «¿Y si hubiese faltado ese día al trabajo todo seguiría igual? ¿Si hubiera aceptado la invitación de Noah a desayunar? ¿O aún a pesar de todo habría conocido a Tadd en un futuro cercano?»

Las piernas empezaban a temblarme de manera sobrenatural y opté por sentarme en esos gigantescos sillones que parecían querer devorar mi pequeño cuerpo. Mi cabeza le daba vueltas a lo sucedido anteriormente, el chico que decía llamarme mi "Mate" se convirtió en una gran bola de pelos. ¡Vamos, esto es la realidad! ¡Esto no debería pasar!

Y ante todo ¿por qué yo? Había millones de chicas que les encantaría estar en mi lugar, mientras que aquí estoy yo, la chica que con sólo ver un rasguño sangrante se desvanecía.

Unos pasos fuertes y pesados hicieron que alzase la vista hacia donde se originaban. Un chico de cabellos revoltosos entró colocándose la camisa, dejándome apreciar un cuerpo esculpido por los dioses del cielo. Vale, eso lo hizo apropósito. Y también me permitió observar una herida en proceso de cicatrización.

—¿Qué te ocurrió? —cuestioné al borde de la locura. Se relajó en el sillón opuesto al mío

—¿Dónde? —contraatacó este, confundido—. Oh, claro —habló cuando señalé con mis ojos el punto herido—, tuve que intervenir en una pequeña trifulca que causaron unos revoltosos de otra manada.

—Y esto de las manadas... ¿cómo funcionan? —indagué, pasando saliva por mis ya resecos labios. Cosa que él no ignoró.

—Te hablaré de nuestra jerarquía cuando tú estés aquí, conmigo —resaltó, cruzándose de brazos.

—Me encuentro aquí ahora —con valentía fingida rodé mis luceros azulados.

Sus cejas negras, como la noche previa a un desastre, se estrecharon con obviedad.

—Sabes de lo que te hablo, Yannick.

—Debes entender que mi vida ya estaba casi hecha antes de tu aparición, ¿qué pretexto pondré ahora? "Oye papá, oye Noah, debo de irme con un hombre que me reclama como suya, ¿hay algún problema en ello?"

—¡¿Lo ves?! Qué sencillo —soltó una carcajada ronca.

—Qué bueno que tu humor sigue intacto, porque el mío se fue desde el momento en que te convertiste en un gigantesco y atemorizante animal —fijé la mirada al gran ventanal.

De un momento a otro sentí su presencia a mi lado. Se aferró que mi huesuda mano. Comparando las dos, la mía era una hormiga.

—Yannick...—susurró vacilante— si me lo permites, tengo una solución que es probable de que sea eficaz.

Giré hacia Tadd, dejándome absorber por esas verdosas faenas.

—¿Cuál?

Mi padre estaba a punto de perder la paciencia       

Mi padre estaba a punto de perder la paciencia. Su rostro se encontraba comprimido, sus cejas a punto de unirse, sus ojos entrecerrados, sus labios farfullaban palabras casi inentendibles y su andar era encorvado.

—¿Vacaciones? —en su timbre se notaba la desconfianza.

—Sí, más que nunca las necesito. He estado sobre cargada de trabajo, por eso mi mal estado de salud. Necesito reponerme, más que todo requiero de un respiro —objeté, mientras notaba que no se tragaba mi farsa—. Sabes más que nadie que me debes vacaciones...

—Que no tomaste por negligente, siempre te las ofrecí más la rechazabas —interrumpió.

—Y me gustaría tomarlas ahora —recalqué, ferviente—. Quiero nuevos aires y una amiga me ofreció una cabaña a las afueras de la ciudad. Estaré ahí por un mes, si me lo permites.

Podía ver la indecisión bailar por sus ojos azules iguales a los míos.

—¿Qué harás con el inútil que llamas 'novio'?

Mordí el interior de mi mejilla para impedir reprenderlo por lo anterior mencionado.

—Él no irá —comenté para tranquilizarlo.

—¿Y dejarás que ese baboson mariquita se quede aquí?

—Claro —encogí mis hombros mientras el finalmente reposaba sus posaderas en la silla giratoria de cuero—. No estamos casados para ir a todos lados juntos y tiene trabajo pendiente aquí.

—Más le vale quedarse aquí —vociferó como el padre celoso que era—. No vaya siendo y uno de sus asquerosos espermatozoides se mete en la calidad de óvulo que tienes. No quiero nietos de parte de ese idiota —amenazó, ardiendo en rabia. Se apretó las cienes, como sopesando la idea.




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