Sempiterno

10| Buenos y malos desconocidos | Tadd

Barnett Bradburry o Doble B, para los conocidos.

Una de las personas más detestables de toda la existencia. Líder del clan Bradburry, quien llegó hasta la cima gracias a que era todo un "macho", sobre sus hombros cargaba enemistades, destrucciones y muertes. El perfecto guía de una manada llena de egocéntricos, materialistas y superficiales individuos. Y si de idiotas se hablaba, el viejo Barnett era el primer nombre a postular para ganar el premio al más imbécil.

Me levanté de mi asiento, llevándome a Yannick conmigo. A leguas se notaba que se experimentaba nerviosismo y confusión por mi reacción a la presencia del hombre -cuya edad aparentaba ser de unos cuarenta-, pero yo tampoco quisiera estar aquí. Pero como futuro Alpha de mi manada debía de tener amistad aun con las ratas asquerosas como lo era Doble B. Le apreté la mano suavemente a mi mate, tratando de infundirle tranquilidad.

—Buenos días, Bradburry. —Extendí mi mano y éste me la estrecho con más fuerza de la necesaria acompañada con una sonrisa altanera.

—Pequeño McCaffrey, que bueno verte. —Su hipocresía era intachable—. Llevabas algo de tiempo sin venir por estos rumbos.

«¿Será porque cada vez que aparezco por aquí tienes a una nueva puta impuesta para maltratar? ¿O porque uno de tus chicos casi ocasiona que descubrieran a los de nuestra raza porque son indisciplinados, irrespetuosos e impulsivos? ¿O será porque sencillamente me causa dolor en los ojos verte, mis tímpanos explotan al oír tu voz o porque tan siquiera tu sola presencia produce en mí quererte estrangular?».

—Ya era momento de pasar por aquí a ver cómo están las cosas —me limité a contestar.

Él asintió de acuerdo.

—Pues a como ves las cosas por aquí marchan de maravilla. —Se mofó, pasando una mano por su grasoso y canoso cabello—. ¿Pero quién es ésta linda criaturita de Zeus? —cuestionó, percatándose de la presencia de Yannick. Por poco y le arranco la papada de un mordisco, pero me abstuve.

La mano que antes sostenía la de mi luna pasó a su cintura, estrujándola con cariño.

—Ella es la dueña de mi corazón —hablé observando esos ojos azules que brillaron tal cual fuegos artificiales en la noche buena cuando pronuncié esas palabras.

El chiflido de estupefacción de parte de Bradburry hizo que volviese a la realidad.

—El pequeño lobo encontró a su perrita —Yannick a mi lado se puso rígida. Barnett descansó sus manos sobre su pansa abultada—, que bueno por ti, muchacho. Pero debo de preguntarme ¿por qué has venido con ella el día de hoy a una reunión? Creí que sólo seríamos tú y yo en mi despacho.

Tracé círculos imaginarios sobre la cintura de mi mate para que tratase de comprender que tenía todo bajo control, que pronto nos iríamos de esta pocilga de mierda.

—No te confundas, Barnett. Únicamente vengo a dejarte un mensaje que viene de parte de padre.

Sus cejas alcanzaron el nacimiento de su cabello. No pasé por alto la mueca que hizo poco después.

—Ilumíname, pequeño McCaffrey.

—Los del Consejo han pedido hablar contigo por quinta vez consecutiva este mes, y por lo que entiendo no has acudido a ningún encuentro —expuse en voz baja—. Padre intercedió por ti e imploró una última oportunidad, y debes de comprender que esta es la última y definitiva. Si no asistes serás degradado de puesto y se le concederá a otro a menos que atiendas a las advertencias. Según sé, estás caminando sobre la cuerda floja, Bradburry. Si quieres evitarte muchas cosas es mejor que los del Consejo te vean mañana a la hora que la luna esté en su apogeo.

El silencio reinó mientras él sospesaba mi recado. Giró en su lugar y apreció la imagen de él mismo que colgaba en un fino portarretratos en una de las paredes.

—Dile a Kilian que no debe interceder por mí, que yo no se lo he pedido en ningún momento y no necesito que alguien meta su culo para salvar el mío —vociferó molesto, refiriéndose a mi padre.

Mi quijada se comprimió a tal punto que hasta Yannick pudo escuchar cómo crujía.

—Ustedes fueron amigos hace muchos años, él sólo deseaba devolverte el favor.

El pasado de mi padre y él era más que turbulento. Eran historias que se debían de contar con mucho tiempo de sobra para oír una por una cada historia que compartían, hasta que hubo algo que produjo su alejamiento: Mamá.

-—¡No vengas a mis territorios a decirme babosadas, hijo! Será mejor que se larguen —interrumpió, dándose la media vuelta y fulminándome con unos ojos rabiosos.

Armándome de paciencia asentí.

—Yo sólo cumplí con mi orden. Que tenga un buen día.

Aún con mi mate en mi agarre salí de esa casa no sin antes recibir una advertencia de parte del hombre:

—Y ten cuidado, McCaffrey. Tu chica es muy guapa y sabes que a algunos licántropos les gusta jugar sucio. Muy sucio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.