Señores Dragones y Señores Piratas

Capítulo 16

La luz la cegó cuando llegó a la cima. Entrecerró y pestañeó seguido, acostumbrando sus ojos de nuevo, después de tantos días en penumbra.

Kaitlin estaba sucia y sudada, le dolían los pies y aquellas telas que la cubrían, antes blancas, ahora eran marrones. Tenía la boca pastosa de tanta sed, e ignoraba cuánto le quedaba para poder llegar a la aldea. Ignoraba cuánto quedaba de día, ya que en aquella isla el sol no se veía con claridad, pero sí se percataba ahora de las dos lunas que había en el cielo.

Se las quedó mirando a ambas, no se había fijado de su presencia y jamás imaginó que el nombre de la isla fuera una realidad. Pero allí estaban en el cielo las dos esferas.

Tironeó de la carreta y siguió el camino, bajando ahora por la ladera de la montaña. Sus pies sangraban, pero no se detuvo, no había más tiempo que perder, y mucho menos si quería salvar a su tripulación… no se creía que los hubieran soltado: no podían hacer tal cosa si no querían recibir más visita. Pero si no los habían dejado ir, tampoco tenía sentido que estuvieran todavía vivos.

Al llegar al pie de la montaña, soltó la carreta con cuidado y se agachó en el riachuelo que salía del interior de las rocas. Bebió agua y se mojó la cara, las manos, y también los pies, llenos de heridas que sangraban y algunas ampollas que se le habían infectado. Volvió a levantarse, y oyó un chillido.

Lo único que vio cuando se giró fueron dos niñas que se salieron corriendo de vuelta a la jungla por un sendero que ella misma iba siguió con la carreta. Habría descansado un poco más, pero decidió continuar.

Sin embargo, no llegó a la aldea, un grupo de tres hombres y cuatro mujeres armados con lanzas llegaron hasta ella para impedir su paso. En el centro de ellos se encontraba el hombre de largo cabello trenzado, la miraba sorprendido, el doctor Henrich llegó a ellos corriendo y jadeando, necesitó retomar el aliento sentándose en una roca.

—¿Cómo ha salido de la cueva? –preguntó una de las mujeres, y por sorpresa de Kaitlin, la entendió.

—¿Ha matado al dragón? Mirad, lleva sus riquezas –interrumpió uno de los hombres, apretando con más fuerza la lanza, miró el cuchillo que Kaitlin llevaba en la cintura… como si con eso se pudiera matar a un dragón.

—Tendríamos que matarla ahora mismo –añadió un segundo hombre, sin dejar de mirarla.

Se comportaban como si ella no los entendiera, algo que no podía culparles, porque cuando la metieron dentro de la cueva con la intención de que el dragón se la comiera, realmente no comprendía su idioma. Pero Kadelooi cambió aquello, él permitió que ella lo conociera, lo cual significaba que en aquella isla hablaban el mismo idioma: el lenguaje de los dragones.

—No he matado al dragón –dijo en voz clara y fuerte. Todos la miraron atónitos, no habían dejado de mirarla en ningún momento, pero sus ojos se abrieron y la mandíbula del doctor Henrich se abrió hasta casi desencajarse–. Me he unido a él. Ahora soy su Señora Dragón.

Los presentes se quedaron estupefactos, primero porque ella entendiera y hablara con fluidez su idioma, y luego por aquella revelación que dejó a todos sin habla.

—Hay que llevarla al Anciano –susurró otra de las mujeres, dando un paso al frente para hablar con el chico de la trenza.

—Estoy de acuerdo –respondió asintiendo con la cabeza.

Los hombres se dirigieron a ella, pero Kaitlin levantó la mano en señal de que no la tocaran. Se quedaron quietos y la obedecieron, decidiendo caminar al lado de ella y de la carreta; que seguía llevando Kailtin. Caminaban en silencio, pero unos y otros se intercambiaban miradas llenas de incógnitas y preguntas.

Regresaron a aquella plaza donde se hizo la celebración la noche anterior antes que la entregaran al dragón, allí donde habían bailado y la habían manchado con sangre. El silencio se hizo en la aldea al mismo tiempo que ella caminaba hasta el centro y dejaba la carreta allí.  Intentaba mantenerse erguida, sin mostrar el cansancio que en realidad sentía.

De una de las casas salió aquel hombre aparentemente tan viejo, con sus cabellos blancos arrastrándolos por el suelo, moviéndose con el bastón. Se la quedó mirando fijamente, igual que a las riquezas. El joven se le acercó y le dijo algo en voz baja.

—¿Es cierto que nos entiendes? –preguntó en voz alta. A su alrededor se iba congregando gente curiosa.

—Sí.

—¿Por qué te ha elegido el dragón a ti?

—Porque lo ayudé. –Kaitlin no podía evitar sentirse a la defensiva.

—¿Por qué íbamos a creerte? –preguntó el mismo hombre que había dicho que debían matarla “ahora mismo”.

El anciano levantó la mano ordenando que callara y caminó hacia ella despacio, sujetándose en aquel bastón, dando pasos cortos. Ella le mantuvo la mirada, fijamente.

—¿Cuál es tu misión?



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En el texto hay: piratas, dragones y magia, siglo xviii

Editado: 10.09.2019

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