Ya había una semana desde aquel último encuentro entre Marie y Matheu, una semana la cual había sido un poco dura para ambos, si dura para ambos, por un lado, Marie, con aquel secreto de su vida que trataba de ocultar, aunque cada día que pasaba se le hacía más y más difícil, ella había tenido que empezar a usar las prendas que ya había usado, incluso el mismo calzado y accesorios, además estaba lo de la movilidad, ella tuvo que volver a usar el trasporte público o caminar por largas horas todo con tal de evitar algún disgusto; por su parte Matheu, había tenido una semana difícil debido a sus exámenes, y entre estos y el trabajo por horas que tenía como repartidor a las justas había podido conciliar el sueño, y ello se evidenciaba en su mirada cansina, a pesar de ello, él no perdía la sonrisa ni la esperanza de lograr que su amiga de niñez acepte que lo conocía, y aunque la semana que había concluido debido a sus exámenes no había vuelto a buscar a Marie, esta nueva semana si tenía pensado hacerlo, pero antes de ello, había decidido contactar a su abuela, ella era la persona indicada para despejar sus dudas y él lo sabía, y aunque nunca había sido tan directo al hacerle preguntas sobre Marie cuando la llamaba, esta vez si pensaba hacerlo, pues él estaba seguro que ella ocultaba algo, y él tenía que saberlo, para poder entender el motivo de su comportamiento.
—«Sí, ya está decidido, sin más rodeos, hoy sabré que oculta Marieta» — pensó Matheu, mientras marcaba un número en su celular.
Tras algunos minutos de espera, y luego de marcar por cuarta vez el número de un celular, el joven escucho una voz que bien conocía.
—¡Hijo! ¿A qué debo tu llamada?, no es normal que me llames dos veces en una sola semana, ¿acaso paso algo? — escucho.
—No abuela, no ha pasado nada, es solo qué tuve ganas de hablar contigo — respondió Matheu, haciendo una pausa para añadir — No estas ocupada, ¿verdad?
—No hijo, ya terminé de preparar el almuerzo — escucho.
—¿De preparar el almuerzo?, dirás de supervisar al chef de la mansión, ¿o es que ahora el señor Portman les da los domingos libres a los chefs de su mansión? — respondió Matheu en tono curioso.
—Ya no hay chef en casa — escucho.
—¿Cómo que no hay chef en casa?, ¿acaso les dieron vacaciones? — añadió el joven.
—No hijo, paso algo que cambio la vida de los Portman,…..
Mientras Matheu escuchaba lo que su abuela le comentaba, en Ciudad Luz, lugar donde estaba su abuela, Marie se encontraba buscando entre sus prendas alguna que no haya usado o no haya combinado aún, para poder usarla el día siguiente.
—¡No puede ser! ya todas las he usado — decía en tono frustrado la joven, mientras arrojaba una de sus prendas hacia la puerta de la habitación, sin percatarse que esta se había abierto y por ella estaba ingresando su abuelo.
—¿Qué sucede hija?, ¿por qué la arrojas así? — expreso el hombre mayor.
—¡Abuelo!
—Sí, soy yo, ¿Qué sucede Marie? — agrego el hombre mayor.
—¿Cuándo terminará esta pesadilla abuelo?, yo, no sé si pueda seguir soportando esto, ya no tengo nada más que ponerme, ya todo lo use — decía Marie con rabia.
—La ropa no solo se creó para usarla una sola vez Marie, hay personas que solo cuentan con un par de prendas y ellas las usan hasta desgastarlas, en ese momento, es cuando recién adquieren otra, tú tienes más de dos prendas, ….
—Pero yo soy una Portman abuelito, yo soy una Portman, además, antes yo nunca me ponía más de una vez la misma prenda o calzado, ni siquiera mis accesorios los usaba más de una vez, pero desde que caímos en la miseria, he tenido que combinar mis prendas y calzado hasta en tres ocasiones, y ni que decir de mis accesorios, uso casi a diario los mismo — contesto con molestia la joven, haciendo una pausa para acotar — Debí traerme todo lo mío, no dejar nada, nada…
—Marie, una manera de vestir no te hace mejor que otra persona, lo que vale es lo que eres como persona — pronuncio el señor Portman.
—Te equivocas abuelo, para poder lograr lo que uno quiere en la vida, no solo vale lo que eres como persona, también vale como te ves frente a otros, y si yo quiero recuperar lo nuestro, tengo que seguir aparentando que nunca caímos en la ruina — dijo Marie, tomando unos brazaletes de un joyero. Creo que por estos me darán una buena suma de dinero para poder comprarme algunas prendas y calzado — acotó.
—Ya te dije que con paciencia conseguiremos recuperar lo que alguna vez tuvimos — respondió el señor Portman.
—Yo no tengo mucha paciencia abuelo, ya lo sabes, por lo mismo, venderé esto — agrego la joven, con firmeza.
Mientras el señor Portman trataba de hacer entrar en razón a su nieta, en la ciudad de Castella, Matheu continuaba platicando por celular con su abuela.
—Ahora comprendo mejor todo — dijo Matheu.
—¿Qué comprendes hijo? — escucho.
—El comportamiento de Marieta — agrego el joven.
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Editado: 09.08.2024