Sentimientos de una pentathleta

Capítulo 2. Amor por un uniforme gris, azul y negro

 

Soy Jhoana Chaidez, tengo 19 años de edad, como todos lo saben pertenezco a Culiacán, Sinaloa, México. En mi corta edad, por comentarios de muchos, he tenido una trayectoria en «uniformes de tinta en papel», ¿a qué me refiero con esto? Soy escritora, perteneciente a Asociaciones de Escritores Nacionales e Internacionales, he tenido la oportunidad de charlar con escritores con gran trayectoria literaria, he colaborado con proyectos de otros países de Latinoamérica y con España, entre otras actividades.

Sin embargo, he escrito lo anterior unas cuatro veces, lo tacho y lo vuelvo a plasmar, no me termina de llenar, por más reconocimiento que pueda tener, nada se compara con mis días como pentathleta. Esos días bañados de júbilo y gozo.

Les narro un poco de mí. Viví un pasado escabroso, producto de situaciones familiares, sociales y propias. Quizá lo olviden entre tantas letras y palabras que se forman, pero yo tengo un diagnóstico psiquiátrico, depresión y trastorno psicótico.

Me enamoré con tan solo diez años de edad, se puede decir, al menos eso creo, que fue mi primer amor, ¿quién? La milicia. Esta se encuentra envuelta por destellos que explotan como estrellas en lo alto de los cielos, yo siempre he dicho que tiene una magia especial que trasluce mi corazón. ¿Qué ocurre cuándo pienso en mi amado mar? La magia marinera deja un cosquilleo que surge desde lo bajo y se transporta hasta las alturas. Esa magia que sabe a brisa de mar, a sal sumergida en aguas, a sirenas entre las olas, a rayos del sol caer y reflejarse. Amo la milicia y el mar, son la combinación perfecta de plenitud.

Conocí Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario con trece años de edad, era una estudiante de secundaria técnica, y justo donde estudiaba, se encontraba una de las bases de la institución de carácter militar, sí, la Unidad Teniente Gonzalo Hidalgo.

Aún recuerdo que pasaban a las aulas a invitarnos a formar parte de los osos grises, término que se refiere a la mascota representativa de la institución.

Yo cuando los veía deambular por los pasillos de mi escuela, los contemplaba con envidia y odio, los detestaba, pero ¿por qué? Creo que era envidia de que ellos aportarán algo a su Patria, en cambio, yo me dejaba ganar por el miedo y la cobardía.

Tengo un recuerdo tan opaco de mi gran profesor de inglés, Paco, un hombre mayor, de gran sabiduría y amor por lo militar, bueno, en realidad nunca lo expresó abiertamente, sin embargo, sus acciones hacían vibrar mi corazón, sabiendo dentro de mí que su sueño frustrado había sido uniformarse. Cuando algo trasciende en mí, es porque tengo la certeza de que esa persona es luz, y entonces tomó su legado como fuente de inspiración. Lo admito por más que trato de ignorar ese éxtasis, se mezcla en mis pensamientos e ideales. Volviendo con lo del profesor, un día propuso al grupo armarnos de valor para acampar en Imala, que queda cerca de la ciudad de Culiacán, así que preguntó «¿Alguien de este grupo pertenece a Pentathlón?», todos se quedaron callados, sin embargo, una compañera de nombre María del Carmen, levantó la mano, diciendo «Yo pertenecí cuando era una niña». ¡Dios mío! «¿Acaso tú ya cumpliste mi sueño?» decía entre mí llena de rabia. No podía creer que alguien sin amor al medio militar ya hubiese cumplido mi sueño y yo que moría por un uniforme. ¡Esa maldita tristeza que me llevaría a mi condición mental de ahora!

Posteriormente, mi prima Bertha se convierte en pentathleta junto con sus amigos. ¡Jesús mío! Amargo coraje y celos me ocasionó verlos uniformados con sus botas, parecían militares. Y yo aún con mis inútiles temores. Pues mi prima subía fotos con sus reconocimientos de ascenso a cadete de infantería, con su playera institucional, sus botas, y gorra militar. Se veía tentador ese uniforme. Aún más se despedazó mi corazón cuando la mejor amiga de Bertha, llamada Josefina, iba a los campamentos que organizan en la playa, lucía exótica en sus fotos, por el simple hecho de los rayos del sol caer sobre su gorra y que le daban a sus botas un toque exuberante. ¿Imaginan cómo me sentía? Yo vivo para el mar y el medio militar, y el simple hecho que ella estuviera cerca de mis dos motivos de alegría, enfureció mi ser.

Además, el compañerismo que me transmitían las imágenes, era divino, era un cielo mismo, como aquel cielo que sientes cuando te sientas frente al Sagrario en la Iglesia, a contemplar al Amado, escuchando resonar en tus oídos la voz de una persona mayor, que te causa melancolía por el simple hecho de recordar a tu abuelo y saber que los días de esa persona son tan contados como los dedos de mi mano. Tal y como lo describo, así se sentían esas imágenes en redes sociales. La misma Josefina, postuló para la Escuela Médico Naval de la Marina Armada de México, que está en la Ciudad de México, nervios me ocasionó que ingresara, permaneciera y egresara de la misma, ¡qué envidiosa era! Pero era un temor de fracaso y hundimiento propio, de ver a otros triunfar. Lamentablemente, así lo defino hoy, no fue apta académicamente, por lo que fue eliminada del proceso de ingreso para ser médico naval. Algo similar sucedió cuando mi primo Lalo postuló para la Escuela de Enfermería Naval, ¡le deseé lo peor! Ahora me arrepiento de la peste de persona que me convertí por un sueño. Él tampoco quedó, no fue apto académicamente para convertirse en enfermero naval. Recuerden que mi sueño era ser cadete del cuerpo general en la Heroica Escuela Naval Militar.

Regresando al tema del Pentathlón. Pasaron los años, tiempo que hoy nombró como perdidos.

Todas las personas que envidié algún día no perseveraron en el medio, «quizá no tenían la suficiente vocación y terminaron traicionando a su institución y Patria» pensé, puesto que hicieron un juramento y alcanzaron el grado de cadete de infantería.



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En el texto hay: experiencias, metas, militar

Editado: 11.05.2023

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