Tengo un sueño frustrado en mi interior, sí, aquel deseo ilusionado de formar parte de la banda de guerra «Águilas de acero» del Pentathlón, pero más allá de todo esto, la melancolía surge, ¿por qué? Imagino que toco sin fin mi tambor, siendo una bandero feliz. Entonces, está una colina llena de soledad, ahí toco con mis compañeros, las notas erizan las pieles, pero sobre todo la mía. A lo lejos y alto de la colina, alguien me contempla, sí, con esa mirada de amor, en la cual usar palabras no es necesario. Así es, yo tan solo toco mi tambor y en mi postura se que allá, justo encima de la colina están ellos, mis queridos abuelos paternos, sí, mi mamá Anel y mi papá Manuel. Ambos sienten el orgullo en sus venas, aquel orgullo de verme uniformada haciendo lo que más amo, la felicidad reluce, y lágrimas ruedan por mi rostro mientras las notas de guerra me hacen volar como una gaviota en medio del puerto, encima del Buque Escuela Cuauhtémoc, el dichoso embajador y caballero de los mares. Un vuelo que deseo emprender y hacer realidad.
Tengo la certeza de que el cielo caerá cuando mi ser se haga realidad, sí, todo aquello perdido se recupere, sí, todos los sueños, anhelos y metas. Sé que el cielo va a torcer cuando mis abuelos me observen desde lo lejos de la colina mientras golpeó los tambores de la banda de guerra de mi querido Pentathlón. Estarán como hombres solitarios y nostálgicos pero orgullosos de su Jhoana, porque sé que a pesar de mi condición puedo lograr bastante, mis abuelos y yo nacimos para ser hombres de guerra y vaya que Dios lo aprueba.