Después de una caminata tranquila, en la que el tiempo parecía haberse estirado como un lienzo en blanco, Chris finalmente llegó a su morada. Sus pasos eran firmes y decididos, y la mochila colgada descuidadamente en su hombro izquierdo le confería un aire desenfadado. El viento frío, áspero como las garras de un invierno que se resistía a abandonar por completo, azotaba su rostro, provocando que Chris entrecerrara los ojos y se tapara la nariz con la mano en un gesto automático.
La primavera, con su encanto caprichoso y efímero, se revelaba en la dualidad de su rostro. Los días grises y apagados se alternaban con ráfagas de sol radiante, y aunque estos últimos eran una delicada caricia para el espíritu, eran los días grises los que prevalecían, envolviendo todo en un halo de melancolía.
En su camino de regreso, los pensamientos de Chris seguían anclados en su conversación con Catherine. Cada paso resonaba en su interior, dejando huellas emocionales en el recuerdo, mientras las palabras y los silencios se entrelazaban en una danza íntima en el santuario de su mente.
Al llegar al edificio, Chris ascendió por las escaleras, sintiendo cómo el pulso de sus latidos se sincronizaba con cada escalón. Pero esta vez, la prisa no estaba presente. Decidió tomarse un respiro y se dirigió al ascensor, cuyo botón hacia el segundo piso acarició con la yema de sus dedos. La espera fue breve pero suficiente para que sus pensamientos revolotearan en su cabeza como pájaros cautivos en una jaula dorada.
El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, invitándolo a ingresar en el umbral de su santuario. Con su llave en la mano, desbloqueó la puerta del apartamento número doce y cruzó el umbral, anunciando su llegada con un gesto espontáneo.
-¡Paul, ya estoy aquí!
Chris atravesó el umbral de la puerta principal y se adentró en el interior de aquel espacio que llamaba hogar. Sus pasos resonaban en el silencio del pasillo mientras avanzaba con determinación hacia la sala de estar. Sin embargo, al llegar allí, se encontró con un vacío desolador. No había rastro de vida, solo los muebles silenciosos que parecían esperar ansiosos por la llegada de alguien.
Inquieto, decidió dar diez pasos más en dirección a la habitación de la derecha, donde se encontraba la cocina. Al cruzar el umbral, sus ojos se encontraron con la mirada de su compañero de piso, Paul, sentado en la mesa del comedor. Un destello de alegría iluminó su rostro cuando vio a Chris entrar.
-Oye amigo, D-D-Dave está aquí-dijo Paul, tartamudeando levemente pero con una evidente emoción en su voz.
Chris dirigió la mirada hacia la figura de Dave, quien se encontraba junto a la mesa, abriendo uno de los dos paquetes de seis latas de cerveza que reposaban sobre la elegante superficie de madera. Su presencia era una sorpresa agradable, una visita inesperada que rompía la monotonía de aquel hogar.
-¡Hola, Chris! ¡Ha pasado un tiempo!-exclamó Dave, su voz resonando con entusiasmo y genuino cariño. "Paul me dijo que entrara y tomara una cerveza", agregó, mientras sus manos expertas manipulaban la fría lata, liberando un suave susurro al romper el sello de metal.
Chris se acercó a sus amigos con un ánimo renovado, sintiendo cómo la pesadez del día se desvanecía lentamente. Con paso firme, saludó a Paul con un golpe de puño, transmitiendo la camaradería que los unía desde hacía años. Dave, al verlos reunidos una vez más después de tanto tiempo sin cruzarse, se levantó de la silla con una mezcla de emoción contenida y cansancio acumulado. Ellos sabían que estos reencuentros eran cada vez más escasos y valiosos. Después de tanto tiempo sin verse, se dieron un apretón de manos firme y concluyeron con impetuosas palmadas en la espalda de cada uno. Ambos estaban contentos por reencontrarse después de dos largos meses de desencuentros reiterados.
-Es bueno verte, Dave. Estos días han sido escasos en encuentros como este-expresó Chris mientras desataba el abrazo fraternal.
-Ya sabes cómo es, estoy ocupado buscando trabajo y lidiando con todo eso-respondió Dave, volviendo a tomar asiento con un suspiro resignado.
-Todavía tienes ese cheque de desempleo, ¿verdad?-inquirió Chris, consciente de la situación económica de su amigo.
-Sí, pero pronto caducará. Debo encontrar algo que hacer, ya sabes cómo es en estos tiempos. No se puede vivir sin dinero-contestó Dave, sin mucho entusiasmo en su voz.
Chris, sin ocultar su frustración, señaló con un gesto hacia su amigo Paul, y dijo-¿Escuchaste eso, Paul? ¿Por qué no sigues su ejemplo?
-¡C-c-cállate! No empieces con eso otra v-vez. Vives en mi p-puta casa, así que no te quejes-respondió Paul, sintiéndose insultado y exasperado.
-En la casa de tus padres-ironizó Chris desafiante.
-El p-puto lugar de mi familia, s-sí, ¿y qué? Todavía te estoy dando un techo sobre tu cabeza-mencionó Paul, como si estuviera haciendo un favor inmenso.
-Te recuerdo, querido Paul, que lo estoy pagando. Tú no me estás dando nada, solo pásame una cerveza y cállate-replicó Chris con malicia, dejando en claro su descontento. Sus primeras dos oraciones se entrelazaron con burlas apenas perceptibles.
Paul, con una destreza propia de los buenos bebedores, tomó una lata de cerveza del primer paquete y la lanzó hacia Chris, quien la atrapó sin dificultad. Ambos se acomodaron en las sillas dispuestas alrededor de la mesa, buscando confort en aquel rincón que compartían. Chris abrió la lata con un sonido característico y saboreó un trago de aquello que él y su compañero de piso consideraban un elixir, dejando escapar un suspiro de alivio unos segundos después. El líquido refrescante inundó su garganta, disipando, al menos por un instante, las tensiones acumuladas durante una ardua jornada de trabajo.
Paul, el compañero de piso de Chris, era mucho más que eso: era un fiel amigo que había estado a su lado desde los días del instituto. Juntos habían compartido risas, sueños y hasta habían formado parte de una banda de música en aquella época efervescente de juventud. Cuando Chris tuvo que abandonar el nido familiar, fue Paul quien le ofreció un lugar en el hogar de su familia, a cambio de un pequeño alquiler. Por supuesto, Chris aceptó agradecido.