Terminaba el verano de 1978. Yo estaba en un avión, a punto de aterrizar. Miré por la ventanilla. El tamaño de la ciudad era intimidante. Parecía que caeríamos sobre casas y edificios.
Tenía un sobre antre los dedos. Mi prima Tina me lo dio cuando nos despedimos en el auropuerto. Contenía una fotografía de ella misma, semidesnuda, exponiendo ante la cámara sus senos marcados con rajaduras como de navaja, el rostro enrojecido, la boca rota y un ojo cerrado a causa de la hinchazón. Aunque la fotogafía estaba sucia y desenfocada, sin duda era ella. En el reverso había una nota escrita a mano, pidiendo auxilio.
Guardé el sobre. Al fin aterrizamos. Bajé del avión y saludé a mi guardia asignada. Como menor de edad no podía salir sola del aeropuerto. La aerolínea era responsable de entregarme sana y salva a un adulto tutor.
Caminé a toda prisa por los pasillos. La cuidadora iba detrás de mí. Me urgía ver a mis padres y hermano; los imaginaba afuera esperándome con un enorme ramo de rosas. El aeropuerto estaba en remodelación y la zona de espera era tumultosa. Pasamos migración por la fila preferencial. Vi mi maleta aproximarse sobre la banda; era inconfundible; mamá le había amarrado un ramillete de estambres en la empuñadura. La pesqué al vuelo y la jalé. Mi acompañante y yo cruzamos los últimos filtros con rapidez. Franqueamos las puertas de cristal y busqué a mis padres. Un hombre canoso levantó la mano entre el gentío. -¡Señorita Lorenna! Era Martín, el chofer de la familia. Se acercó. -¿Donde están mis papás? -No pudieron venir. Pero aqui estoy yo. Siempre a la orden. La azafata estaba apremiada por deshacerse de mí. -Firme aquí, por favor. Martín firmó el papel; luego caminé con él rumbo al estacionamiento. -¡Un mes en Europa, señorita!- jadeaba cargando la maleta-.¡Usted debe tener mucho que contar!¿Cómo le fue? -Bien, Martín...Bien- no pude decir más porque una especie de nudo me había estrechado las cuerdas vocales. -No se ponga así, señorita...Ya sabe que su papá tiene un trabajo muy absorbente. Asentí. Papá fue funcionario de la embajada británica en Argentina y Colombia. Por desgracia se metió en problemas y perdió su categoría diplomática. Sin embargo, se levantó, puso un negocio transnacional en México y se convirtió en empresario. -¿Y mi hermano? -No lo he visto, señorita. Ya sabe. Siempre anda en su motocicleta. -¿Y mamá? ¿Comó está mamá? -Más o menos. Tuvieron que internarla otra vez... Fui por ella al hospital antier. Se veía mal de su carita. En ese sitio le dan muchas medicinas... Senti una contracción en el vientre. El agobio comenzó a brotar de mis entrañas como un reflujo de autocompasión. -¿Puede poner música, Martín? -Claro,señorita. Martín empujó una cinta de Glenn Miller. Era lo único que me faltaba. Quise protestar, pero se me había agotado la energía. Tapé mis oídos con discreción. Agaché la cara. Abrí el bolso de mano y volví a sacar el sobre de mi prima Justina. Era cinco años mayor que yo. Nunca conectamos como amigas, aunque genética y físicamente nos parecíamos demasiado, porque ella era hija del hermano de mi papá, casado con la hermana gemela de mi mamá; una combinación bizarra. Volví a ver la fotografía en la que mi prima aparecía golpeada y sucia. Al reverso había una nota escrita a mano:"Lorenna,ayúdame. Tengo mucho miedo. Llévame a México. Sácame de aquí". Media hora después, el chofer estacionó el auto frente al portón de hierro que mi padre había manadado forjar con enseñansas inglesas. -Gracias por cuidarme siempre,Martín- me despedí-. Usted es como de mi familia. -Y usted,señorita,también. Quiero decir, es como de la mía. Busqué las llaves y abrí el zaguán. Cargó mi maleta hasta el recibidor. No se atrevió a entrar más. -Ya sabe que estoy de base en la oficina, pero llámeme por télefono cuando necesite cualquier cosa. -Claro. Se retiró haciendo reverencias innecesarias. Era un buen hombre. Entré a mi casa. Estaba oscura, en silencio. Todo permanecía tal cual lo había dejado cuatro semanas atrás. Olía a eucalipto y medicamentos volatiles. Llegué hasta el cuarto de mamá. Abrí la puerta con sigilio. En la penumbra distiguí el cuerpo de una persona desconocida sentada en la cama, recargada sobre la cabecera, mirándome con ojos muy abiertos. Me sobresalté. La sangre se me heló. Encendí la luz. -¿Mamá?...¿Eres tú? La mujer hizo una mueca que quiso ser alegre y acabó pareciendo macabra. Tenía las mejillas inflamadas,el cuello engrosado, los párpados abultados. Aunque suegía manteniendo el cuerpo extremadamente delgado, casi enjunto, su rostro era otro; esférico, como globo a punto de estallar.