Shelestyn: Pasado Incompleto

Prólogo

La noche era oscura, fría, desolada y el viento en silbidos te cantaba al oído. Las pisadas firmes de caballos a lo lejos de las inmediaciones de aquel hogar hacían retumbar el suelo, más el ruido se perdía con la brisa de invierno y el ruido dentro anunciando el inicio de un gran festejo.

La ciudad de Sinnalia no esperaba visitantes externos, pero el Neta se encontraba mirando a lo lejos con mirada profunda y las manos cerradas en puños. Esperaba algo, aunque ni el mismo sabía que era.

Esa mañana se levantó con la sensación de que algo iba a pasar, así que solo pensó en mandar a los guardianes a la frontera de la ciudad con el miedo aun latiente de que a lo mejor ese día habría un ataque de las criaturas oscuras del bosque Cleint, pero sus respuestas confirmando lo bien que se encontraba todo, le hacía dudar de sí mismo.

Miro detrás de él cuando escucho pasos cerca del balcón, pero se alejaron con la misma en que los escucho, dio un paso con la intención de regresar a la celebración pero se detuvo en cuanto el pensamiento le vino a la cabeza. Hoy era el cumpleaños de su hija mayor, su mayor orgullo, pero también era su presentación como heredera de la familia, lo que significaba grandes problemas.

Suspiró. 

Miró hacia el jardín y frunció el ceño al percatarse que las rosas que había pedido que cortaran la noche anterior aún seguían como originalmente siempre estaban, como una maldición de la que no podía deshacerse, pero su entrecejo se frunció más cuando se percató de la pequeña figura que dejaba un destello de luz en cada planta que tocaba.

Debía suponerlo, tanto tiempo deseando que las rosas desaparecieran, para descubrir a estas alturas que el poder de su hija las hacía regresar a la vida. 

Carraspeó fuerte para hacerse escuchar de entre el ruido del interior y se encontró con la mirada azulada de la niña, quien hizo una reverencia y se arrodillo con la cabeza en el suelo.

Suspiró y trato de mirar a otro lado, sin embargo la figura de su hija le impedía hacerlo, la apariencia de esa niña era tan parecida a su madre que no soportaba mirarla mucho tiempo y ella tenía muy presente que no debía mirarlo estando en su presencia. 

—¿Qué haces aquí? —le preguntó, pero su tono fue tan duro que casi deseaba haber devuelto sus palabras.

El cuerpo de la niña salto en su lugar y vio como sus manos se apretaban en el suelo debajo de su cabeza. 

—Me disculpo, señor, solo...

—Ponte de pie— pidió, mientras su mirada se perdía a lo lejos, le incomodaba mucho su presencia, no sabía como tratar con ella—. Regresa a tu habitación, tenías prohibido salir esta noche.

—Sí, señor. Con permiso.

Bajó la mirada y miró la figura retirarse dejando destellos de luz donde pisaba el pasto hacia el laberinto, único camino para poder llegar a la casa en la que vivía y al que se le mantenía confinada desde que nació. 

Frunció el ceño, aun cuando le dolía el tratar a su hija así, le carcomía más la curiosidad del poder que albergaba dentro de ella. Tenía miedo por todas las cosas que podrían suceder si la dejaba fuera del escudo que se encontraba rodeando toda la casa y mucho peor, el miedo de dejar que pasara su tiempo con su hermana y que pueda pasar algo que a lo mejor ni ella misma recuerde. 

Desvió la mirada y abriendo las grandes puertas del balcón se adentró al gran salón, siendo recibido por el sonido fuerte de la música y los gritos de los niños a su alrededor.

Buscó a su esposa con la mirada, encontrándola hablando animadamente con algunos invitados del pueblo que ella misma había invitado y vio a su pequeño hijo de tres años a sus pies, agarrando el vestido de su mujer con puños fuertes, el Neta sonrió por instinto y se acerco con elegancia a ellos.

Tomó entre sus brazos al pequeño que se rió fuerte por ver a su padre y con su otra mano sujeto la cintura de su esposa Crystal para acercarla a él, regalándole un pequeño beso en los labios que la hizo sonreír.

Se disculpo con los invitados por la intromisión y sin prestar mucha atención a la conversación tan amena de su esposa busco a su hija Nilourat con la mirada.

—Se encuentra en su habitación, Nanyer —le hablo su mujer al oído con voz melodiosa—, no desea ser interrumpida.

El Neta frunció el ceño y asintió levemente.

Dejo al niño en el suelo quien correteo atrás de sus primos y miro a las escaleras que conectaba con el pasillo que daba a las habitaciones.

Quería ir a buscarla y preguntarle por qué de su retraso, pero esas últimas semanas habían sido un poco difíciles para ella y el saber la discusión que había tenido con Naithilyn lo hacía sentir de muy mal humor.

Estaba siendo muy duro con las niñas y ellas aun eran muy pequeñas para comprender por las decisiones tan dificiles que estaba tomando, y que aun en ese instante lo mantenia dudando. 

Pasaron unos minutos en los que todo fue un poco ruidoso, los niños empezaron a gritar de entusiasmo y correteaban de un lugar a otro tratando de seguir la sinfonía de la música, hasta que todo se detuvo tras el anuncio de un guardia de la entrada de su hija al salón. 

—Padre, ¿cómo me veo? —pregunto Nilourat mientras giraba en el lugar y me mostraba su hermoso vestido sencillo color rosa pastel adornado con pequeñas rosas a sus costadas y con bordados de hilo de oro que hacia resaltar su piel, y su melena ondulada del color del oro se encontraba en un moño despeinado sujetando sus cabellos que se iban a su rostro y que eran sujetados por una pequeña diadema de zafiros rosados, resaltando el color de sus ojos viéndose más inocente de lo que ya era.

Le sonrió y colocando una rodilla en el suelo, se inclinó ante ella sonriéndole de vuelta.

—Me siento el padre más afortunado de tener una hija tan hermosa. —su sonrisa se ensancho y sus mejillas se sonrojaron. 

La melodía de un piano dio inicio, indicando el comienzo del baile principal donde padre e hija bailarian y Nilourat solo sonrió divertida. 




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