Estoy apoyado contra una pared. Ya es de noche en Ikebukuro. Prendo un cigarrillo, mientras los recuerdos invaden mi mente.
¿Cómo lo comenzó? ¿cuándo fue el comienzo del fin? Para él. Para mi. Para todo lo demás. Fue en ese momento. En el segundo en que sus ojos y los míos se encontraron por primera vez.
Una nueva escuela. Un nuevo comienzo. Miro hacia arriba, al edificio. Un chico me devuelve la mirada. Es extraño, pero de alguna manera siento que me llama. Atrae mi mirada. Como la luz a una polilla.
El chico me mira con cara de diversión mientras peleo. Solo me mira. Y me molesta. Me molesta que me mire con esa cara. Como si el supiera que cada vez la ira me invade más rápido, haciendo que sea imposible para mi detenerme.
¿Está mirando la pelea? ¿quiere pelear conmigo también? No tengo ningún problema con eso. Si se acerca un poco podré golpearlo.
Termino de pelear y él aplaude. ¿Me aplaude a mi? ¿por un trabajo bien hecho? ¿quién jodidos es este idiota?
— Shizuo-kun, este es Orihara Izaya. Íbamos a la misma secundaria.
Shinra lo presenta, pero no le pongo atención. Desde el momento que lo vi no me agradó. Pudo meterse bajo de mi piel solo con una mirada.
— No me agradas — . Le digo al tipo.
— ¿Eh? — Me dice, como si no entendiera lo que le digo.
Estamos unos segundo mirándonos a los ojos. Y siento como se va metiendo poco a poco bajo mi piel, dentro de mis venas, llegando poco a poco más cerca de mi corazón. ¿Cómo puede lograr algo así con solo unas pocas miradas? ¿cómo es posible que se esté volviendo parte de mi sin siquiera una conversación?
Este tipo tiene esa mirada. Esa mirada que te atraviesa y ve dentro de tu alma. Tiene la misma mirada que yo.
— Pensaba que tú y yo podríamos divertirnos juntos. — Me dice.
Por mi mente, en este momento, pasan muchas cosas que me gustaría hacer con él. Para divertirnos, claro.
— No seas así, Shizuo-kun — Me hierve la sangre. Siento como la ira toma el control de mi cuerpo. Necesito expresar este sentimiento. Esto que arde dentro de mi, o no sé que podría hacerle. Tengo tantas ganas, de hacerle tantas cosas. Así es como me siento. Pero la ira es mi mecanismo de defensa. Es mi manera de protegerme a mi mismo.
Me mira con superioridad, se escapa de mi, y me corta en el pecho.
— ¿Ves? Es divertido ¿cierto?
Lo sigo por la ciudad entera. Dobla en una esquina y ¡bam!
— Bien hecho — Le dice al conductor del camión que me golpeó, mientras le da dinero. ¿Es su culpa que yo este así?
Con el paso del tiempo, bandas e idiotas venían a desafiarme. A luchar contra mi. Soy un hombre que está en contra de la violencia. No me gusta la violencia, pero cada día venían más y más a pelear contra mi. Hasta que me di cuenta. Izaya siempre veía cada una de mis peleas. ¿Es su culpa que no tenga calma en mi vida? ¿que ya no tenga paz y tranquilidad? Nunca la tuve para empezar, pero siempre quise un poco de tranquilidad en mi vida.
No es su culpa. No realmente. Yo quiero que me ponga atención, y si así consigo su completa atención, lo aceptaré, y daré todo de mi para que cada vez me ponga más y más atención. Hasta que ya no pueda pensar en nada más que no sea en mi.
Comencé a seguirlo, perseguirlo. Para acercarlo. Para tenerlo junto a mi. Para conseguir su atención, su mirada, su tiempo. Para tenerlo todo.
Cada vez me vuelvo más impaciente. Cada vez más codicioso. Ya no quiero solo su atención. Lo quiero todo de él. Lo quiero todo para mi.
Sus obsesiones y caprichos. Sus locuras e insultos. Quiero todo lo que pueda conseguir. Lo quiero todo. Todo lo que tenga para darme. Todo lo que oculta y todo lo que muestra. Todo lo que tiene y todo lo que desea.
Me reclino contra la pared y pienso en Izaya. No ha sido fácil. Él siempre está involucrado cuando las cosas se ponen difíciles.
De repente, me siento extraño. Conozco el sentimiento. Izaya definitivamente está cerca de aquí.
Volteo mi cabeza a ambos lados y veo que doble en la esquina. ¿Qué carajo está haciendo en Ikebukuro?
— I-za-ya-kun — . Le digo mientras se acerca.
— Mierda — dice, mientras ve que estoy parado a unos metros de distancia. — Shizu-chan. — Me sonríe.
¡Ay, Dios! Esa sonrisa. Esa maldita sonrisa. Tan provocativa. Vino aquí a jugar conmigo. ¿Por qué diablos no busca otro juguete? En realidad no quiero que lo haga. Eso haría que ya no tenga que venir a verme. ¿Qué tan sin sentido sería mi vida si él encontrara a alguien más con quien jugar? Sería su maldito juguete por el resto de mi vida, si eso es lo que se necesitara para mantenerlo alrededor para siempre.
Arrojo al piso el cigarrillo casi consumido, y agarro una máquina expendedora que está junto a mi al lado de la pared. Si quiere jugar, empecemos eso.