Shockeada

Capítulo IV: El surgir del Flash

"No te pongas mal, siempre pasará, es la realidad que remueve hoy mis sentidos, que sacude lo vivido."
                   

Hace dos días que está en aquella casa, la siente suya pero se siente intrusa, a veces le gustaría realmente ser Sara, que esa fuera una casa en el campo, tener un novio con quien salir los fines de semana, una familia, una vida, intenta creerse toda la historia que inventó aquel día en el hospital, pero la angustia de vivir una vida ajena la invade y no la deja respirar, quiere saber quién es en verdad ¿Alguien la estará buscando? ¿Tendrá familia? ¿Trabajará? ¿Ahora qué va a hacer?

Es una bola de sentimientos similar a las de nieve, a cada minuto choca con más y más realidades y se hace más grande, en algún momento va a arrasar con todo, ella no sabe si es tan fuerte como para soportar semejante carga, no sabe cuánto va a aguantar preguntándose qué es de su vida.

Se levanta de la cama, quiere caminar, le pesa todo el cuerpo, pierde el equilibrio, todo comienza a oscurecer, un fuerte dolor le ataca su cabeza, sí, otro mareo, hace días que no está comiendo bien; cierra los ojos, todo negro, oscuridad.

De repente, flash, un portazo,  angustia.

Abre los ojos, la angustia crece y no entiende por qué, el portazo se sintió real y con ira, sin embargo nadie estuvo dentro de la casa, y fue cuestión de segundos el cierre de ojos, pero fue lo más real que sintió desde que se despertó en aquella habitación blanca hace más de una semana. ¿Está alucinando? No puede ser que todavía siga bajo los efectos secundarios de los sedantes, pasaron demasiados días, pero se convence de que sí, solo para quedarse más tranquila.

Agarra su bolso y sale, por suerte hay dinero en él. Llega a un Mc café, pide un Cappuccino Frappé de Moca (no sabe si le gusta pero quiere probar) y dos medialunas de manteca; se sienta en una mesa después de pagar y esperar su pedido y piensa si eso mismo haría todas las mañanas anteriores al olvido, y en cómo sería su vida. 

Saca del bolso un celular, está apagado porque tiene miedo, miedo a que la sigan llamando, miedo a contestar, miedo a que sea un conocido y no lo sepa, miedo de descubrir quién es, miedo de no ser Sara, de no ser nadie, miedo de ver las fotos guardadas y no tener familia, no tener amigos o no tener novio, miedo, el miedo la ataca y la noquea de un solo golpe, la deja tirada y sin fuerzas, no puede actuar, no tiene paz, solo temor y otros tantos sentimientos encontrados u olvidados. Vuelve a guardarlo.

Decide que ya es hora de irse, se levanta con el Frappé en la mano y camina, no sabe a dónde, solo quiere caminar, se tropieza, su mano se abre y un vaso termina impactando directamente con la vereda de una plaza, mareo, flash. 

Una puerta que se abre, se siente sorprendida, vasos de cappuccino cayendo al suelo de madera, no entiende.

"¿Estás bien?" Pregunta una nena que anda en rollers  por la plaza. No está bien, está aturdida, mira a su alrededor, está afuera, en una plaza, ¿Cómo es posible? Recién estaba en la casa, el vaso caía  sobre un piso flotante, ¿Y ahora? Nada de eso es real, ¿en qué pensás Sara? No, no es Sara, sí, lo es, no, es lo que quiere ser, Sara, Brenda, Lucía, no importa, (sí importa) quiere un nombre.

Tiene que iniciar una búsqueda y no sabe por dónde empezar, en la pequeña casa no encuentra nada que la ayude, ni una foto, ni una nota, nada que le dé una pista de quién es, no sabe a quién recurrir siquiera y necesita ganar plata para poder vivir, comer, no sabe si tiene un trabajo, pero algo va a conseguir.




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