Si las luces se apagaran

11. "Destino"

Es increíble como mi respiración se puede volver irregular cuando su mano sostiene con gran delicadeza la mía. Aquella perfecta escena no logro sacarla de mi cabeza, es bellísima. La sensación de paz que se ejerce en nuestro entorno, no la cambiaría por nada. Es imposible poder creer que aún estando al frente al vestuario de mujeres, no deja de sostener mi mano no soltaba. No quiere dejarme, no después de todo lo que ha pasado.

—Tengo que irme o la profesora se enojará —Señalé el vestuario—. ¿Te veo después?

—Claro que no —Negó con una mueca—. Te espero para llevarte a casa.

Retrocedí arrugando la piel entre mis cejas.

—Yo...

—Espero que no digas un "No" porque lo haré igualmente. Mi equipo puede perfectamente seguir entrenando, además en unos minutos tocarán el timbre para irnos—Negué con cierto desacuerdo—. No te preocupes, volveré por la tarde a entrenar.

Sin decir nada más me besó la punta de mi nariz, logrando que mi sonrisa se alargara más.

—Está bien, vuelvo en unos minutos.

Solté su mano y él dejó enmarcado en su rostro, su particular sonrisa.

—No tardes.

—No tardaré, capitán —Comenté con voz grave.

Me volteé entre mis talones para ingresar a los camerinos y al abrir la puerta, las voces se desvanecieron por completo y al juzgar por sus miradas, ahora creo ser más odiada. La profesora, quien conversaba con una compañera, se levantó apresurada y se detuvo apenas me tuvo en frente. Me examinó con la mirada, muy preocupada diría yo.

—¿Qué te dijo la enfermera? —Preguntó al instante.

—Que estaré bien, solo fue un leve golpe —Contesté pasiva.

—Sí, espero que te recuperes pronto y lamento lo que sucedió —Asentí y ella agregó—. Si quieres bañarte hazlo, sino puedes recoger tus cosas e irte.

—Gracias.

Respiré hondo por un momento y di por fin los pasos por el pasillo que frecuento. Era tenebroso saber que caminaba alrededor de murmullos más silenciosos y con menos mujeres que se cambiaban ropa. Llegué a la última columna de vestidores y ahí la vi, se encontraba hablando por teléfono mientras abrazaba sus piernas. Le sonreí, pero ella solo se limitó a darme una mirada fugaz y volvió a la llamada en su teléfono.

Me acerqué hasta mi casillero y recogí mis cosas a la velocidad del viento, él me esperaba afuera y no era bueno que hiciera tanto tiempo. Lo cerré y al voltearme, Jade no comprendió porqué mi apuro, cortó la llamada y sin entender, se levantó con el ceño fruncido.

—¿Por qué te vas tan rápido? —Preguntó desconcertada.

Mis nervios no dieron tregua y amenazaron con exponerse. Ella más que nadie me había advertido sobre Derek, pero mi confianza estaba plenamente en él y en nadie más.

—M-me voy a casa —Traté de hablar fluidamente, pero la lengua se me trabó.

—¿Por qué no te vas conmigo y Javier? Él tiene auto, te puede llevar y así te ahorras algunas cuadras —Habló con dulzura, pero no cambiaría mi postura. No sería capaz de acercarme más a ese chico. Él más que nadie demostraba la viva imagen del peligro.

—No, gracias.

Me volteé para irme, pero ella me detuvo interponiéndose en mi camino. Por algunos momentos todos mis sentidos se colocaron en alerta, pero al ver esa sonrisa dulce que se formaba en su rostro logré tranquilizarme un poco.

—¿Qué sucede entre tú y Javier? Ambos ya no hablan más...

—No es nada... —Evadiendo su brazo, me alejé de ella—. Adiós, Jade. Te veo el lunes.

Volteé con más calma y me apresuré en irme lo más pronto de ahí. Abrí la puerta por segunda vez y lo busqué con la mirada, pero no estaba. Avancé un poco y me quedé varada cuando sentí que lo había perdido.

—Casi te escapas de mí, lucecita —Pegué un leve grito cuando sentí el susurro de su voz por detrás de mi oreja. Me volteé sobre mis talones y lo miré con una expresión asustadiza—. ¿Qué?

—No me asustes así —Lo regañé, arrugando mi entrecejo. Él me guiñó un ojo y yo me crucé de brazos esperando otra respuesta de parte suya—. Okay, no lo haré más.

—Estoy lista —Coloqué la mochila sobre uno de mis hombros, pero con un arrebato de parte de él, me la quitó de mis manos, colocándosela en uno de sus hombros—. Que amable.

—Eso hacen los novios —Comentó con claras intenciones hacerme sonrojar, es muy poco tiempo para asimilarlo, pero amaba oírlo salir de su boca—. Por cierto, ¿Qué cosas llevas aquí?

—¡Em! Libro de física por el examen de la próxima semana, el de matemáticas, otro de química y uno de mi autora favorita —Le sonreí con orgullo.

Él, mientras caminábamos por los pasillos, sonrió negando.

—Son como piedras. Y es bueno saber que te gustan los libros, novia —cada vez que me llamaba así, podía sentir que tocaba el cielo—, aunque no me gusta ver cómo te arruinas la espalda.

—No es para tanto —Murmuré.

—Hablado de aquello, me preguntaba —rasgó su cabello—, me preguntaba, ¿si mañana te gustaría ir...?




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