Era de noche, una muy diferente desde aquel hermoso recuerdo en que mi cabeza descansaba sobre su hombro y nuestros pies danzaban por si solos en aquel día, en aquel baile. Sin que mi cabeza quiera olvidar en la mezcla de lindos recuerdos y las palabras de Jade, asustada me aferro a mí misma como mi único consuelo. No he podido conciliar el sueño en toda la noche y madrugada. Había estado a altas horas del día sábado, debatiendo conmigo misma buscar entre mis cosas, el teléfono o hallar la manera de arreglar las cosas.
Lo hice desesperada y lo siguiente fue sonido de la llamada en espera que se volvió cada vez más incesante. Yo no soportaba más, lo había llamado varías veces y él no contestó ninguna sola vez. Con tantas lagrimas derramando a montones, al final pude conciliar un sueño que se tornó en una horrible pesadilla. Desperté más que sobresaltada, nerviosa o sorprendida. Desperté llena de miedo, sintiendo dentro de mí un completo vacío. Intentaba que esta situación no me desvaneciera, pero era imposible.
—¿Qué sucede? —Susurré ida.
Los rayos del sol se transparentaron por las persianas de mi ventana y cerré mis ojos totalmente pesados. Dejé que esa cálida luz me llenara de fuerzas para poder evadir esas inquietudes que se agazapaban en mi cabeza. Jade había cumplido con su cometido, había hecho que mi antigua yo, la insegura volviera. Al final de todo cuando mamá llamó por la puerta para ir a comer, decidí bajar sin antes darme una larga ducha donde me dediqué a pensar con un tanto más de claridad.
En la mesa todo fue un silencio, mamá y papá cruzaban una que otra palabra y yo sin decir nada, solo trataba de jugar con la pasta que mamá había puesto en mi mesa.
—¿Hija, no has tocado tu comida?
Mi despistada mirada se fue a los ojos de mamá, quien me veía con preocupación.
—No tengo hambre —Declaré con la mirada baja.
—Hija, de todas maneras, sino tienes ganas de comer, lo tendrás que hacer igualmente. No puedo verte como un esqueleto andante —Papá ordenó.
Hasta el momento no tenía ganas de iniciar una discusión en medio de la comida, así que decidí acabarla toda. No hubo un momento en el que mis padres me dirigiesen la palabra y por interno lo agradecí. Tomé el ultimo bocado de agua y subí a mi cuarto para sumirme en acertijos inconclusos.
***
Mis ánimos se desplomaron a tal grado que mi fin de semana fue un completo desastre. Era lunes por la mañana, me sentía con cierta esperanza de que todo había acabado, así que tomé mi teléfono de la cama y abri la mensajería, pero su contacto estaba vacío. Las ideas que había declinado tan solo ayer sobre una despedida, volvieron con más fuerzas. Sus "Buenos días, bonita" ya no lo leía. Todo dio un giro tan inesperado que no me dio el tiempo de poder defenderme. Me senté en la cama, un tanto destrozada. Bajé la vista y esa rosada estrella que adornaba mi dedo anular, me recordaba de todo, de la noche mágica que había sido la protagonista.
—Hija, llagarás tarde... Tu padre, ya se fue
Mamá de pronto apareció por la puerta, sorprendiéndome.
—Si, me iré —Dije cabizbaja.
—Ten suerte, hija. El lunes siempre es el más pesado —Intentó animar mi estado.
—Claro, mamá.
Me levanté con los pies arrastras y vi por la ventana las grises nubes que cubrían el cielo. Me perdí por un gran tiempo en ellas, recordando el otoño y junto a ellos sus ojos. Cansada mentalmente volteé hacia mamá, quien tomó de mi mano, perdiendo su mirada en lo que adornaba mi dedo anular.
—¿Fue Derek quien te lo regaló?
Su nombre me hacía sonreír sin preámbulos.
—Sí —Formulé sonrojada.
—¿Que sucede, hija? Estas un tanto extraña y triste... ¿Sucedió algo con Derek?
Pensé por unos segundos intentar decirle lo que sucedía, pero ella no cambiaría las cosas.
—Solo son inseguridades de mujer —Declaré y ella soltó de mi mano.
—Yo sé que lo solucionarán —Comentó.
—Adiós, mamá
Tomé mi mochila, colocándola en un hombro y luego besé su mejilla.
—Adiós, hija. Te quiero mucho.
—Yo igual.
Al salir de casa, todo se tornó tan vacío y melancólico. Hasta ahora nunca mi interior se llenó de tantas inseguridades y de tristeza. Ni siquiera en mi peor día, vi una flor tan marchita. No pretendía llorar, ¿Con que lagrimas lograba eso? Existía una enorme sequía dentro de mí, tal vez fue para darme cuenta de que no todo se derramaba en blanco, siempre existirá el negro. Volteé mi vista hacia la calle que conducía a mi colegio y arrastré mis pies hacia él.
Llegué a la entrada del colegio completamente desbastada, sintiendo un pesar de tan solo días. Mis ojos por instinto recorrieron todo el lugar y se hallaron de la misma forma de la cual nos conocimos. Aunque estaba vez yo no fui quien apartó la mirada, ahora él lo hizo. Caminé a la entrada totalmente sofocada, sintiendo que el aire me faltaba. Y nos cruzamos en plena puerta.
—Hola, ¿Cómo estás? —Murmuré triste.
Sin embargo, sus grises ojos ni siquiera fueron capaces de perderse en mi mirada, solo me ignoraron al igual que toda su presencia. Fue la humillación que más llegó, escuché como algo se desprendía de mi cuerpo hasta golpear contra el suelo, quebrándose en más de mil pedazos. Quizás en ese punto dónde todo su cuerpo se alejaba de mí, concluí que algo estaba desprendiéndose de mí. Nada volvería hacer lo mismo.
Desde ese vergonzoso momento, no fui consiente que estaba en el medio de la nada con personas golpeando mi hombro, porque llagaban atrasados a clases. Distraída o quizás abatida, bajé mis hombros sintiendo desfallecer mis fuerzas.
—Lizzie.
Tenía un nudo en la garganta que no me dejaba articular una sola palabra. Sus únicos ojos me miraron interrogantes y luego sin decir nada tomó de mi mano, arrastrándome hacia la entrada del colegio.
—Lo siento amiga, pero llegarás tarde a clases.