Nunca comprendí como sería llegar a ese día en que lo dejas todo y ves que cada recuerdo que encunó tu habitación, se convierta en solo murallas vacías, sin vida. Esas cuatro paredes lo tuvieron todo; mis lágrimas, mi felicidad y amor más que nada, ahora no son nada. Las quedé viendo y recogí lo único que guardo como un tesoro escondido en mi soledad. La caja que mantenía sobre mis manos era lo más importante que merecía una vida en otro lugar. Fotografías de mis amigos, recuerdos de April y todo de él. Bajé la mirada recordando cuando nos sentamos en aquel lugar a pintar. Nada intuyó nuestro destino. Solo rozábamos dedos y entrelazábamos miradas eternas, hipnotizando el tiempo de la mejor manera posible. Justo ahí en esa esquina me besé con él como muchas veces. Ese hombre fue el primero en todo lo que concierne a mí y nunca me arrepentiré de nada. Nunca será sobre él.
Me perdí en el suelo, por varios minutos y ahí perdiendo mi tiempo con la poca visibilidad que tengo, encontré algo bastante particular. Arrugué mis cejas, dejé la caja a un lado del suelo y me arrodillé para tomarlo. Mis ojos jamás lograron apartar la mirada atónita de aquel recuerdo olvidado. Sin impedirlas, las lágrimas cayeron. Se mantuvo siempre ahí, desde nuestra separación tan absurda. Me perdí entre el tallado que tenía ese anillo. Recuerdo haberle entregado el collar, aunque el anillo ahora sé que no. Una estrella era de suponerlo. Siempre fue tan delicado y detallista para que nuestros momentos nunca dejaran de ser olvidos. Siempre tratando de sorprender y de querer regalarme el mundo entero. Su esfuerzo ante aquellos pequeños trabajos que conseguía, todos para verme feliz.
—¡Elizabeth, vámonos! —Suspiré al colocarme el anillo y saqué las lágrimas.
«No puede verme así» Susurré al recordar el reto horrible que recibí de parte de mi papá, tan solo anoche.
Bajé las escaleras, despidiéndome del que llamaré ahora antiguo hogar. Cerré la puerta siendo la última en salir y con la caja me acerqué al auto que ya no soportaba las miles de cosas en el asiento de atrás. Mordí mi labio inferior conteniendo enormemente las ganas de gritar a viva voz la rabia y dolor que se está apoderando de mí. Es un tormento.
—¡Elizabeth! —Me grita papá desde el auto que está alejado.
Suspiré con melancolía y me volteé a mi antiguo hogar. Las gotas de infelicidad cayeron una tras otra. Ya mis ojos eran una primavera a pleno desierto, sé que llegará el momento en que la sequía me consuma.
—Adiós, hogar. Gracias por todo —Susurré y me encaminé al auto a pasos ligeros, destruyendo mi futuro con cada zancada.
—¿Lizzie? —Aquel apodo tan caracterizado de pronto golpeó mi espalda como miles de verdades saliendo a la luz.
«¿Cómo era posible?» Pregunté entre mí.
Me detuve en seco y giré con la vista incrédula. Lo vi y mi mal respiración acelerada fue un desastre. Estaba teniendo una especie de pánico. Vestía la típica toga y el birrete de graduación, se veía tan guapo como siempre lo fue. Aquellos ojos mirándome fijamente, fue ver miles de sueños por delante, sin mí. Esa sonrisa que siempre persistía en su boca, esta vez se diluyó. Ahora solo se manifestaba con su ceño arrugado, desentendido del mundo que lo rodea.
—No te encontré en la graduación. April no quiso responderme y pensé que algo malo sucedía. Llego acá y te encuentro en este estado tan triste. Amor, si este hombre te está haciendo algo, yo mismo te sacaré de acá. No puedo permitir verte así... —Negué con miedo, miedo del que cargo día y noche—. ¿Lizzie, qué sucede?
—Me voy, Derek —Susurré y caí en esas lágrimas que solo poseen verdades.
—No lo entiendo... —Tomó su cabello, desentendido y bajó la mirada para darse cuenta de lo que llevaba en las manos—. ¿Qué haces con esa caja?
—Tienes que entenderme. Sabes que algún día yo me iría...
—Pero no así —Selló mis palabras con esa fuerza en su voz—. Si me estás haciendo una estúpida broma, confieso que son de muy mal gusto. Cariño... —Se acercó veloz y tomó de mis hombros. Yo no aguataba el dolor al ver como mis lagrimas caían—. ¿Es verdad? Dime si es cierto... ¿Lizzie?
—Sí —Susurré con miedo al pronuncia cada letra.
—¡Me mientes! —Me gritó al tironearme—. ¡Maldita sea, no lo entiendo! ¡Por qué harías esta estupidez!
—¡Déjala de una buena vez! ¡Vete maldito bastardo! —Él gritó desde el auto, alertándolo.
Sus ojos se ennegrecieron y por primera vez conocí su furia. Llevé una mano a mi boca, sorprendida. Intenté descifrar una manera de cómo enfrentar esta situación tan nefasta, pero me eran escasas.
—¡Usted no interfiera! —Su pecho subía y bajaba con un desenfreno total, como una bestia—. ¡Estoy dispuesto a golpearlo si es necesario!
—Quien te crees...
—¡Basta! —Grité en medio de la polémica que se generaba entre ambos. Me acerqué a papá intentado calmar mi ira y dejé la caja en sus manos—. No le hagas nada, esto me tomara no más de dos minutos. Tú no interfieras ¡Vete, papá!
Ignoré sus gritos y solo me acerqué a Derek quien no comprendía nada. Tiró el papel al piso y tomó su cabello con desenfreno. Verlo solo hacía que la llaga creciera y se hiciera más profunda.
—Derek —Susurré su nombre.
—Dime que no es cierto porque si es verdad, juro que te odiaré por el resto de mi vida —Mi corazón se partió en dos. Me odiará. Está desecho, que sus lágrimas comienzan a caer. Comenzó a caminar de un lado hacia otro confundido y cuando se detuvo, me zamarreó con sus manos en mis brazos—. ¡Dímelo!
—Me voy, Derek —Sellé al irrumpir un sollozo en mi garganta—. Como lo siento, no quise que te esteraras de esta forma. Lo lamento.
—¿Por qué me mientes, lucecita? ¿Qué hay de esas miles de promesas? ¿Qué pasó con ellas? ¿Eran mentiras nada más? —Comenzó a reír mientras sus lágrimas brotaban por sus ojos—. Tú eres mi jodida esposa, un papel lo señala. No puedes abandonarme así, sin siquiera tener el valor de decírmelo. Si no hubiera venido, te hubieras ido sin siquiera tener el descaro para decírmelo. Estuvimos frente a las personas que queremos, diciendo nuestros votos.