Mi derrota completa escribía sus últimas líneas, forjadas alrededor de siete años cuando insignificantemente todo se desplomó. Mi reloj de arena culminó. Los pequeños granos de arena cayeron. Estoy tan cansada que di mis abrazos a torcer y giré mi cuello, contemplando aquella mano. Cerré mis ojos al intentar que mi fría piel sintiera aquella alma cálida. En ese entonces cuando yace mi mejilla sobre ella, mi vida se recompone de vitalidad. Subo la vista perdida y sus ojos descansan al frente de mi como un espejismo alterno. Niego al verlo y mis sollozos se incrementan, quebrando todas mis realidades y hundiéndome en mi insignificante razón. Lo siento tan existente que mi cabeza me engaña entre locuras. Bajo mis ojos al agua, intentando que todo se acabara ahí, pero me tienta su cielo gris. Volteo y en ellos se forman nubes más oscuras que dejan caer sus gotas. Se arrodilla ante mí, contemplado mi perdición y aquellos traspiés que me fueron consumiendo como la llama de una vela encerrada en un frasco. Siento su perfume como esa última despedida de dolor. Se acerca y toma de mis manos cada molécula muerta, para regrésalas a la vida. Mi respiración convirtiéndose en un descontrol, choca entre sus facciones y las gotas caen por mis pómulos transparentándome como aquella persona que necesita su vida de vuelta. Mordí mi labio percibiendo como mi mentón tiritara y él me abraza con la fuerza de un amor que nace como una fruta nueva. Me embriagué con su perfume encantador y todo él regresó para quedarnos así: arrodillados y sin vernos, solo sintiéndonos.
—¿Por qué tenías que llegar justo a tiempo? —Pregunté quebrada, intentando memorizarlo con detención y a la vez extrañándolo con toda mi alma—. Ya estaba lista para hundirme, no tenías que haberlo hecho. Ya no quiero seguir caminando, mi vida está desecha. Sigue la tuya, mi vida ya no merece ser tu tristeza.
Mis lagrimas se salieron de control. Fueron crueles siete años que me mataron a sangre fría, volver a él es como revivir esperanzas para continuar. No sé cómo conseguiré las agallas para levantarme.
—Porque te prometí que, si las luces se apagaran, mis brazos estarían ahí para protegerte —Me confesó entre sus ellos mismo, pretendiéndome de nuevo como hace siete años en aquel baño, donde por primera vez creí que irme era la mejor solución—. Saldrás de esto como hace ocho años atrás y lo harás de la misma manera, tomando mi mano. Mi vida siempre será tuya.
—No quiero volver a perderlo todo —Apenas pude articular esas palabras, la opresión en el pecho hace que me consuma con rapidez. Su cercanía y saber que cada parte de él está ahí por segunda vez evitando que cayera al acantilado de la oscuridad, rehace mi vida, rehace mis anhelos y sueños—. Quiero hacerlo... Nunca debí volver... Estoy harta de luchar... Yo solo quiero dejarme vencer...
—¡Sh! No digas nada, Lizzie —Me tranquilizó al acariciar mi cabello con su esencia—. No digas nada, amor. Tú siempre serás la felicidad que he necesitado y nunca me has perdido.
La respiración me acongojaba que su cercanía comenzó a asfixiarme, tal cual todo me revuelve la cabeza. Mantuve la distancia alargándola a centímetros y él mostraba su palma, para que yo la tomara como aquella vez. Fijé mis ojos nubosos y pesados en ese cielo de lluvia intensa en sus mejillas. Tal cual como en este día en que veía las nubes grises, sus ojos se asemejaban con mayor intensidad. El ruido cesó y solo nos encontrábamos uno al otro, amándonos a través de nuestras miradas. Mi mentón dejó de tiritar y mis débiles dedos se deslizaron por la piel sueva de su palma.
—Perdóname, por favor —Susurré como un eco de auxilio y mis parpados se juntaron, para dejar todo en un hostil frio y en una eterna oscuridad.
Nunca llegué a comprender como un alma sería capaz de arreglarse con cada pisotón que los demás cargaban contra ella. Mi vida se marchitó entre miles de flores blancas, ella no logró proteger el agua que le brindaban. Hicieron pedazos lo que yo amé con todas mis fuerzas, me abrieron a un mundo en negro, donde las luces no son capaces de encenderse. Yo yacía entre los escombros como cualquier escoria, ninguna fue capaz de sacarme de ese fúnebre entierro y cuando mis manos se aferran a mi única vía de escape, me arrebatan sin ser los dueños. Volver a ese pueblo fue solo un anticipo para que todo lo horripilante que desvanece mi alma, se sucumbiera en mi ruina. Las flores que sepulté en mi alma solo fueron un disfraz para ocultar el verdadero dolor que mi corazón ya no puede resistir.
Despierto como un día más de muerte, intentando no caer por las tardes. Fue como una pesadilla en vuelta en una maravilla de sueño. Sus ojos son mi único canal de respiro, lo único que considero vida. Abro los ojos con cierta desgana, queriendo huir de lo que llaman realidad. Mis pupilas se dilatan un poco al ver la pared blanca con ciertos adornos. Lo cierro de nuevo con las lágrimas cayendo y estas caen a la cama por el miedo que tengo a dar pasos hacia delante. Separo mis desganados parpados y un pulgar, aparta las gotas que consumen en el destierro. Aquel tacto fue mi único canal de calidez, mi cuerpo ya da más abasto. Todo se entumece en el hielo, congelando cada parte de mi ser. Abatida de muchas formas me di las fuerzas para levantar la cabeza y quebrarme ante su mirada triste. Ahí se encuentra, sin que fuera un sueño del que tuviera que despertar, solo ahí viendo aquel dolor que me gorgotea cada ruina que llevo en mi interior. Ladea el rostro levemente sonriendo por compasión y siento que mi vida cae a sus pies, pero de alguna manera me recoge.
—Te siento tan real —Declaré entre sollozos y me quebré en seguida.
Él sin importar el distanciamiento, me toma por la cintura atrayéndome hacia su pecho y me sienta en su regazo mientras sus brazos me envuelven como una pequeña desprotegida.
—No digas eso. Estoy aquí para ti, lucecita —Me besó el cabello con amor—. Te he extrañado toda mi vida, amor.