Si las luces se apagaran

53. "Invierno"

Como aquel otoño, el cual regresé a casa, mi vida antigua dejó sus hojas caer para empezar una nueva etapa. Todo se sucumbió ante el favorable cambio. Nada nos importó desde que sellamos nuestro futuro. Aquel infierno había sido envuelto en un papel y desechado a la basura, para transformar nuestra vida en un campo lleno de rosas blancas. Con el correr de las olas y el arrecife que nos alejó, esta vez nos regresó uno al otro. Ahora estoy consciente de que cada lugar en el que me encuentre las luces brillarán a mi alrededor, sus ojos me mirarán y la oscuridad podrá buscar otro lugar en el que refugiarse.

Nada ocurrió con tanta armonía como al día siguiente. Al separar mis parpados con lentitud, noté que mis sueños eran cálidos, sin tinieblas que frenaran mis anhelos. Desperté al lado de su vitalidad, convertida en amor. Sus brazos y su aroma llenaron cada vacío. En cada poro de mi nariz, su olor yacía como una capa de piel. Fue aquella unión que necesité para no caer con mis débiles piernas y para que sus manos me levantaran en aquel momento, cuando los únicos ojos que capté en ese momento fueron los de él.

Me giré en nuestra cama y sus ojos ocultos por unas largas pestañas, descansaban en la eterna oscuridad. Estaba ahí conmigo, siendo el chico que prometió tantos futuros en sueño, convirtiéndose ya en realidad. Desde muy pequeña nunca deseé algo con la fuerza de mi alma, pero al ver como su rostro comenzaba a alejarse aquel día, todo cambió. Solo una sonrisa, volver a distinguir su mirada o un solo grito, acuñaban cada mañana y noche como una fantasía. Es simple, la vida que llevo sin él, nunca será existencia.

—Derek —Susurré enmarcando una sonrisa en mi rostro y toqué con suavidad su nariz recta—. Solecito.

—Esposa —Murmuró acercándose a mi piel desnuda, la acarició como buen conocedor y me besó mi frente—. ¿Estás bien?

—Nunca estuve tan mejor como ahora —Me acercó y yo plasmé mi cabeza en su pecho desnudo—. Sin ti la vida deja de serlo. Te agradezco desde el fondo de mi alma que aparecieras aquel día en que sepulté mi último día de muerte.

—Somos dos los que dejamos una muerte acompañada de una soledad que nos acompañó durante siete largos años —Acarició mi cabello con tranquilidad y cerré los ojos, percibiendo la armonía entre ambos—. ¿Iniciemos nuestro viaje juntos?

—En tanto sea a tu lado por mí que nunca acabara.

Nos reímos levemente y algo me hizo recordar leve discusión de ayer.

—¡Nos debemos ir, Derek! —Le alerté de la nada.

Saltamos en cuestión de segundos de la cama. Nos movilizamos como dos parejas a punto de perder sus empleos, por quedarse acurrucados. Con rapidez inspeccioné mi maleta en busca de algo cómodo para viajar. Por suerte Derek la había traído a nuestra casa después de informarle a April sobre mi desmayo que ocasioné por mi falta de fuerzas. Últimamente no había comido del todo bien. Mi esposo, por otro lado, sacó su maleta de mi futuro armario y la llenó de camisas, pantalones y solo unos cuantos pares de tenis. Nos duchamos a la misma vez, riéndonos en cada salpicada que dábamos en la cara del otro. Todo ocurrió increíblemente magnifico.

Después de tanto movimiento en la mañana, desayunamos apresurados y partimos con mi auto arrendado. Al dejar nuestra casa sola por ese fin de semana, me dio mucha melancolía, pues dejaba una parte de mí. Pasamos por el pueblo y yo le hice saber que se detuviera en la casa de la abuelita, necesitaba ver a mi amiga. Al bajarme, April regaba las flores del jardín delantero. Se sorprendió al verme y yo la abracé con mucha felicidad y con cierta tristeza al abandonarla de esa manera.

—Perdón —Susurré con ese nudo áspero en la garganta.

—No tienes que perdonar. Saber que estás al lado de la persona que amas, me hace sentir feliz —Nos alejamos y ambas poseíamos ese brillo en los ojos—. Me siento muy orgullosa de que hayas vuelto a ser la misma. Nadie como tú se merece aquella felicidad que te arrebataron. Disfruta cada momento con ese hombre terco que odia los pasteles de la amistad.

—April, sabes que fue broma —Ambos rieron y yo junté con cierta discordancia, la piel entre las cejas—. Una muy larga y vieja historia.

—Ansió escucharla —Volteé al guiñarle un ojo y volví con April—. ¿Estarás bien?

—Claro, es mi casa —Abrí mis ojos y ella asintió—. Abue me la regaló al fallecer y mis tíos armaron un gran alboroto, afortunadamente James era mi abogado.

—Desearía volver a ver los chicos —Confesé ida y agregué—. Adiós, querida amiga.

—¿Volverás pronto? —Me preguntó preocupada y yo sin decirle algo, la abracé.

—Aquí se encuentra mi familia y tú siempre has sido parte de ella —Nos alejamos y ella derramó una lagrima por su mejilla—. Te veo en una semana.

—Te veré para celebrar nuestra navidad juntas, hermanita.

Nos despedimos y junto con mi esposo regresamos a nuestro viaje a Portland. Al dejar el auto en la agencia, las personas me observaron con malos ojos, como si en sus miradas leyera "no te daremos nunca más un auto para alquilar" miradas necesarias para que Derek se fuera burlando todo el trayecto a Boston. Afortunadamente, ya en la mitad del vuelo, me quedé dormida en su hombro. Me sentía tan en paz que la armonía de su cuerpo segaba mis ojos.

El avión aterrizó y como una pareja de enamorados, fuimos por nuestras maletas y tomamos un taxi a mi departamento iracundo en cajas de cartón. Mi esposo se sorprendió al ver todo empacado, pues no le costaría mucho trabajo contratar a una agencia para que lleven todas mis pertenecías. Era necio ya que yo le dije que lo costearía y él se negó. Preparamos una pequeña cena improvisada. Y mientras yo hacía las verduras, sus ojos, con cierta inquietud, se segaron en la mesa. Al ver de qué se trataba esa personalidad tan ajena de él me di cuenta del número de Thomas escrito en un papel. Como era celoso, le expliqué con más detalle lo que sucedió aquella noche.




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