—Señor, ya estoy vieja y pronto pediré mi pensión, quiero volver al campo y vivir lo que me queda en ese lugar —las palabras de la anciana ama de llaves lo desconcertaron.
Doña Luisa lleva toda una vida trabajando para él, desde que empezó a trabajar en casa de sus padres para luego acompañarlo en su independencia. Por ello nunca se imaginó que un día la mujer se retiraría.
Se llevó una mano a la cabeza, impaciente, es lo que le faltaba en este momento.
—Puedo recomendarle a alguien para que ocupe mi lugar…
—No es necesario —la interrumpió levantándose del sofá—, iré a mi despacho.
No quiere mostrarle que la sola idea de que ella también se vaya es doloroso. No debería aferrarse a nadie, eso solo ha causado daño a su vida. Maldijo mientras caminaba por el pasillo y solo se detuvo frente a una de las habitaciones cuando la suave luz del sol iluminaba ese lugar.
—¿Por qué te quedas ahí? —una imagen del pasado se hizo presente en su cabeza.
Emilia dejaba a un lado el libro que leía y lo contemplaba preocupada.
—Ayer no llegaste y te esperé hasta la medianoche, pensé que esta vez cenaríamos juntos… lo prometiste —la mujer lo contempló triste y decepcionada.
Es cierto, esa noche era su primer aniversario de matrimonio y en la mañana, de mala gana, ante la insistencia de Emilia, le había prometido llegar temprano. Ella prepararía toda la cena con sus propias manos.
Pero no llegó, prefirió irse de fiesta con la amante de turno y terminar teniendo relaciones en la cara Suite de un hotel, mientras Emilia, su esposa lo esperaba aun sentada frente a una cena que se había enfriado.
—¿Y porque crees que voy a perder mi tiempo cenando contigo? —su voz, mucho más joven interrumpió en ese momento. Y vio como su propia imagen del pasado se hacía presente en la sala, con una sonrisa sarcástica se acercó a su joven esposa tomándola con rudeza de la barbilla—. Creo que alguien aquí no entiende su rol en este lugar ¿Celebrar nuestro aniversario de bodas? Realmente eres una ridícula. Teniendo sirvientes te desgastas las manos en cocinar.
Dicho esto, le tomó una de las manos llevándola a su rostro.
—No me casé contigo porque quisiera que Emilia Vélez estuviera a mi lado, sino para que llenaras el vacío de la única mujer que puedo amar, de Rose, solo porque te pareces a ella tu rol solo es imitarla a ella, ser su sustituta, hacerme creer que eres Rose. Pero ¿Qué haces? Todo lo contrario. Si fueras Rose…. Yo no hubiera pasado la noche teniendo sexo con otra mujer.
Emilia lo contempló paralizada por las últimas palabras que acababa de decirle con una sonrisa cruel en su rostro, la decepción de la mujer no pareció conmocionarlo, sino lo contrario. Sí, fue su decisión casarse con ella. Suspiró de mala gana y volvió a tomarla de la barbilla, pero los ojos claros de la mujer, su apariencia tan distinta a su Rose a pesar de ser de rostros similares lo emputeció empujándola contra la pared.
—¿Cuántas veces debo decirte que odio el color de tus ojos verdes y ese infame cabello rizado? Si en verdad me quisieras buscarías más parecerte a ella (Rose) usarías lentes de contacto color miel y te alisarías el cabello. ¡¿No entiendes que odio ver lo distinta que eres de ella?! Tu mala educación, tus ideas estúpidas, tu falta de inteligencia, solo verte me da repugnancia —y la soltó con brusquedad al ver como los ojos que tanto odiaba se llenaban de lágrimas.
Emilia no dijo nada, solo salió a paso rápido de la habitación. Ya es una mujer tan quebrada, frágil, destruida en confianza, porque él la empujó a eso, que ya no es capaz de responder a sus malos tratos.
El Emanuel del presente incluso quiso detenerla, aferrarse entre sus brazos, pero siendo una imagen del pasado traspasó su cuerpo como un fantasma perdiéndose en el pasillo. Solo se quedó frente a su yo del pasado. Y vio cómo se sentaba en el sofá cansado sin tener el menor remordimiento de las horribles palabras que le había dicho a su esposa.
Emanuel apretó los dientes y empuñó ambas manos con ganas de acercarse y golpearse a sí mismo por imbécil. Odiaba tanto esos ojos verdes y ese cabello ondulado, y ahora los añora con tanta desesperación. Se llevó una mano hacia la frente y se dejó caer en el mismo sofá.
Rose nunca fue suya, Rose nunca en realidad fue lo que creyó. Pero Emilia era la verdadera, la real, sus ojos, su cabello, la ligera sonrisa en su rostro, y esa melancolía fruto de su mismo capricho de empujarla a un abismo cuya única salida era su matrimonio.
Nunca debió dejarla ir, nunca debió pedirle el divorcio, ni aferrarse a un amor platónico que nunca existió. Ella siempre habría sido suya si la hubiera tratado bien pese a que para tenerla tuvo que destruirle la vida, acabar con su trabajo, sus amistades e incluso su confianza en sí misma.
No debió haber corrido detrás de Rose abandonando a quien en casa le esperaba cada día. No debió correr tras una sonrisa y una imagen que no era real dejando atrás a su esposa que siempre fue autentica.
Los ojos color miel, el cabello liso y bien cuidado, los modales de una dama, nada de eso fueron reales, Rose solo era una imagen alejada de la verdad y que él mismo con los años fue profundizando cada vez más hasta alejarse de la verdadera esencia de aquella mujer.
Despreció el cariño, las buenas intenciones de Emilia, a pesar de que cuando al fin había logrado tenerla en sus manos se sentía feliz y pensaba que de ahora en adelante ya no volvería a sentirse solo. Qué al fin podría ser feliz.
Pero su frustración de notar que día a día su esposa se alejaba más de la imagen que él creó de Rose comenzó a descargarlo en su mujer hasta el final, en donde incluso al pedirle el divorcio la despreció por su diferencia.
No se detuvo a pensar que una vez que Emilia cruzara esa puerta la perdería para siempre. Que nunca volvería y que Emilia desaparecería siendo consumida por la imagen de una Rose muy distinta a la que creía amar.
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Editado: 20.05.2024