Fue un día de primavera cuando Emilia caminaba a su trabajo. Los cerezos en flor dejaban caer sus pétalos rosas y blancos, como copos de nieve de primavera.
Cruzó el paso peatonal, apresurando el paso para no llegar tarde a su trabajo.
Apenas había subido a la vereda cuando escuchó un bocinazo y de la nada vio un auto negro detenerse en la calle causando aglomeración de inmediato. Un tipo alto y apuesto bajó desesperado de su vehículo y de improviso se colocó delante de ella. El cabello negro de aquel hombre, con un traje que luce muy caro y le queda muy bien, más sus penetrantes ojos grises, la cohibieron de inmediato. Tiene un lunar bajo su ojo derecho que le da mayor realce a su ya atractiva apariencia. Es como si estuviera frente a uno de esos guapos actores de la televisión.
Emilia asustada lo miró confundida. No lo conoce, tampoco se le hace similar a un ex compañero de clases o de algún otro trabajo, o cualquier otro que pudiera conocer. De seguro si lo conociera no sería alguien que olvidara.
—¡¿Eres tú?!... No puede ser —exclamó el desconocido de la nada intentando tomarla de las manos.
El hombre luce desesperado y a pesar de que sonríe, asustada la ansiedad desbordante de su mirada. La mujer retrocedió confundida.
—¿Por qué no volviste? ¿Qué dirá tu padre, tu hermano, todos quienes te hemos llorado con tanta desesperación? Rose ¿Dónde has estado? Vamos, salgamos de aquí —le dijo en modo de suplica.
Ver a un tipo así, con aires de rico y altanero, suplicándole a ella fue aun más confuso. Pero al escuchar el nombre de "Rose" entendió que no es a ella a quien busca. Se llevó la mano al pecho respirando con más calma y luego movió la mano negándose a ese nombre.
—Me ha confundido, mi nombre es Emilia. Y al decirlo aquel tipo la contempló con más atención, incluso tomándose el atrevimiento de tomarla de ambos hombros para acercarse aun más. Sonrió a la fuerza, avergonzada, la gente a su alrededor se ha detenido observando a la extraña pareja.
El hombre mientras más la mira más arrugaba el ceño molesto. Los ojos de esta chica son verdes, los ojos de Rose eran de color miel. Incluso sus movimientos son distintos, esta mujer ha tomado sus manos y las ha alejado de sus hombros bufando molesta. Rose era una señorita educada que nunca se atrevería a tocar las manos de un hombre desconocido. Además su cabello era liso, castaño, y bien cuidado. Esta chica en cambio solo se ató una cola y su cabello rojo ondulado cae con desorden. Físicamente es muy similar, pero no es ella.
—Señor Stravros—dijo el chofer de su auto bajando apresurado—. Los bocinazos han subido, necesito estacionarme...
—No es necesario —exclamó molesto cambiando totalmente su actitud anterior, dándole la espalda a Emilia—. Vamos, fue todo un error.
Se siente tan desilusionado que a duras penas contiene su rabia. Por un momento pensó que el milagro que tanto rogaba se había vuelto real. Pero no era así, sin embargo una ligera idea rondó su cabeza. Detuvo sus pasos antes de subir a su auto, y con aires de superioridad preguntó a la mujer que aun desconcertada se mantiene impávida en su lugar.
—¿Cuál es tu nombre? —dirigiéndose a ella.
Emilia solo lo miró para luego chaquear la lengua aferrándose aun más a su cartera ¿De verdad cree que le va a dar su nombre a un loco que cruza la calle, la llama por otro nombre y hace todo este espectáculo sin importarle nada? Podría tratarse incluso de un psicópata.
—No tengo porque decírselo, señor —dijo dándole la espalda y apresurando su paso.
No insistió. Su orgullo no se lo permitía. Pero dentro del auto, Emanuel Stravros sintió que su corazón sigue latiendo con fuerzas. Se parecía tanto, la expresión en su rostro, los labios entreabiertos asustada con su repentina presencia. Incluso hasta el tacto con sus manos. Suspiró dolorosamente, pensó que era ella. Que Rose seguía viva, que no se había lanzado al acantilado y que todo eso no había sido más que una pesadilla. Se llevó las manos a la cabeza con desesperación.
El dolor que creyó que al fin había sanado volvió en cuanto vio a esa mujer cruzar la calle. La herida lacerante de su pecho, la culpabilidad que lo torturaba, esa ansiedad de estrechar en sus brazos a la mujer que perdió. El solo creer que era ella le hizo perder la cordura bajándose del auto y cruzando la calle sin mediar el peligro. No era un fantasma, ni un producto de su imaginación, era ella. Sin embargo, al verla con mayor atención, al escuchar su forma de expresarse, se dio cuenta que no era más que una copia barata de ex-prometida.
Apretó los dientes con tanta fuerza que se mordió los labios sacándose sangre.
—Cristóbal —exclamó llamando a su chófer—. Averíguame información de esa mujer y de la empresa HTM Asociados.
Dijo esto último acordándose de la carpeta que la mujer llevaba en sus manos. Puede que no sea donde trabaje como puede que sí. Pero es la única pista que tiene ahora.
—Lo intentaré, señor...
—No quiero que lo intentes, quiero que lo hagas —lo interrumpió Emanuel con severidad.
Ante esas palabras y el tono de su jefe, su chofer solo movió la cabeza en forma afirmativa. No va a ser fácil averiguar la información de una mujer que solo han visto una vez en la calle. Suspiró con disimulo.
"Que tipo más raro" pensó Emilia desde cierta distancia viendo al auto alejarse.
Luego siguió su camino.
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Editado: 19.09.2022