Cuando Emilia se despertó se dio cuenta que esa no es su habitación. Asustada y desesperada dio un salto descubriendo que hay algo peor. Esta desnuda debajo de las sabanas de esta cama. Se mordió los labios sin creer que esto este pasando.
Se quedó muda, aterrada, pensando lo que había hecho en medio de su borrachera. No recuerda nada, ni siquiera como salió ni con quien ¿Cómo pudo cometer tal estupidez? Sabía que era una mala idea salir a tomar con sus compañeros de trabajo, ahora no solo le preocupa saber en donde está sino además saber que cosas hizo en su inconciencia alcohólica.
Sintió ruidos al otro lado de la cama y recién se dio cuenta que hay un hombre con el dorso desnudo a su lado. Su musculatura es perfecta, y el tipo es guapo, sí... pero ¡¿Cómo diablos terminó en la cama con un hombre que no conoce?! Su corazón se aceleró, es claro lo que ha pasado, ambos desnudos dentro de una misma cama.
Se llevó las manos a la cabeza sin creerlo. Por culpa del alcohol se metió con un desconocido y ahora ¿Qué hará? ¿Se cuidó? ¿Y si se embaraza? Miró a su alrededor por si ve su ropa cerca pero no hay nada. Debe estar en otra habitación...
El lugar es enorme y lujoso, le hace creer que esta en la suite de un lujoso hotel, y le asusta además no llevar el dinero suficiente para pagar una estadía así o pagar un taxi a su casa. Ni siquiera sabe en donde están sus documentos. Pero lo primero es huir, es salir de aquí antes que aquel tipo despierte.
Se cubrió con la colcha y se movió sin hacer ruido sentándose en la cama, pero apenas puso un pie en el piso sintió que alguien la tomaba de la muñeca arrastrándola otra vez a la cama. Abrió los ojos espantada cuando vio al individuo despierto encima de ella con las manos apoyada a ambos lados de su cabeza. Le sonrió con sarcasmo mientras Emilia no deja de mirarlo asustada.
—¿A dónde piensas que vas? —le dijo amenazante.
Emilia pestañeó confundida. Pero pronto arrugó el ceño colocando sus dos manos sobre el pecho del hombre alejándolo de su lado.
—Mire, lo que haya pasado entre nosotros fue fruto del alcohol, no recuerdo nada y...
—Déjame refrescarte la memoria —la interrumpió entrecerrando los ojos con frialdad para sostener sus muñecas y presionarlas contra la cama, Emilia hizo un gesto de dolor al sentir la presión—. Te subiste casi a la fuerza a mi vehículo, borracha afirmando que nos conocíamos, aunque me diste vergüenza ajena porque pensé que nunca había visto una mujer tan vulgar y con poco amor propio, decidí ayudarte.
Emilia no puede creer que haya hecho algo así, pero eso no explica aun como terminaron en la cama. Se mordió los labios, inquieta por lo vulnerable que se siente en esta situación. No le gusta.
—Como no sabía donde vivías —continuó Emanuel— te traje aquí, a mi casa. Sin embargo no dejabas de bailar y correr, y en una de tus locas carreras botaste el jarrón familiar. Un jarrón que ha estado en mi familia desde generaciones.
Y dicho esto se levantó de la cama, sin vestirse, llevando a Emilia de la muñeca, quien solo logró tomar una manta e intentaba cubrirse con ella. Desviando su mirada para no sentirse tentada a mirarle la entrepierna. Llegaron a una sala enorme y clara, con un piso de madera reluciente, y cortinas blancas y largas que cubren los ventanales. Y en el suelo los trozos de un jarrón rojo y negro.
Emilia no pudo evitar llevar su mano libre a la boca ¿Qué había hecho? Luce tan caro que siente escalofríos. Pero lo extraño es que no recuerda nada ¿Estará mintiendo? Lo pensó mirándolo de reojo, sin embargo el hombre se muestra serio y dolido.
—Rompiste un jarrón de trescientos millones de dólares —dijo esto girándose hacia ella con expresión adusta—. Ni trabajando toda tu vida serías capaz de pagarlo.
Ante la mirada severa del hombre, Emilia palideció. Es cierto que ni trabajando tres vidas podría pagar el valor de ese objeto ¿Cómo pudo pasar eso? Tragó saliva y sus ojos verdes se detuvieron fijamente en los ojos de aquel desconocido.
—No me mires —masculló Emanuel molesto, por dentro estaba feliz que la mujer fuese tan ingenua de caer en sus mentiras, pero odia esos ojos verdes, si tan solo fueses de color miel como lo eran los ojos de Rose.
Bajó la mirada apretando la muñeca de Emilia con tal fuerza que ella sintió un dolor agudo, más no se quejó. Atribuyó que su actitud se debe al recordar lo que pasó con su jarrón familiar, debía tenerle mucho cariño a ese objeto.
—Señor, sé que no hay forma que pueda pagarle el daño causado, pero puedo intentar trabajar y pagarle lo más que pueda y...
—Es lo mismo que me dijiste ayer, y yo te respondí ¿Qué podría ofrecerme que valga la pena? —entrecerró los ojos con altanería—. ¿Qué crees que respondiste?
—Yo... no tengo nada de valor —balbuceó desconcertada.
Emanuel bufó soltándola y al fin Emilia pudo sobarse su muñeca donde los dedos del hombre han quedado marcados. Se cubrió el cuerpo con la colcha y retrocedió sin saber que decir mientras aquel sigue observándola con fiereza.
—Veo que sin alcohol te vuelves una señorita, no fue así en la noche, me dijiste "puedo entregarle mi cuerpo, señor" —y dicho esto arrugó el ceño severo—, tal cual como una vulgar prostituta...
Emilia se quedó anonadada, ella no hubiese dicho eso, jamás. Apretó los dientes y retrocedió más. Es claro que ese hombre aceptó, aprovechándose de estado etílico, porque en sus cinco sentido preferiría morir trabajando y pagando esa deuda que meterse a la cama a cambio de pagarla. Empuñó ambas manos, temblando.
—Eso, eso es mentira —reclamó.
Y sus palabras parecieron molestar al hombre más de lo que hubiese imaginado. Emanuel sin nada de cuidado y con brusquedad la agarró de la nuca llevándola devuelta a la habitación para lanzarla contra la alfombra. Tropezó con torpeza pero logró sostenerse antes de golpearse la cabeza, pero apenas había girado cuando Emanuel le tiró un documento en el rostro.
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Editado: 19.09.2022