Si tan solo pudiera estar contigo

Artemia

1. Comienzo


En la sala se escuchaban los repetitivos golpes que realizaba al saco de boxeo. Cada golpe con más fuerza al anterior.

—¡Más fuerte! —gritaba la entrenadora.

—¡Más fuerte!

Cerró los ojos golpeando el saco, intentó ignorar la incesante voz de la entrenadora, pero era imposible cuando le gritaba directo al oído.

—¡Lo hago! —le gritó de vuelta, golpeando con más fuerza.

—¡No lo haces bien! —en los ojos de Elainey apareció una mirada cargada de rabia —No haces nada bien —añadió la entrenadora en voz baja alejándose de ella, no sin antes susurrar:

—Castigada —no la escuchó, pero ella ya lo sabía.

Elainey se detuvo en seco. Había practicado semanas enteras en sus golpes, pero aun así nada contentaba a su entrenadora.

¿Qué había hecho mal? ¿Cómo podría mejorar?

Volvió la cabeza por donde había salido la entrenadora, esperando que todo fuera un chiste, pero ya no estaba allí.

Dejó el saco a un lado, tomó su mochila aún tirada en el piso y se retiró dirigiéndose fuera del gimnasio. Necesitaba respirar, necesitaba pensar, se sentía frustrada y cansada. Odiaba su vida y a pesar de que intentaba hacer lo posible para no odiarla, cada que intentaba ser feliz la vida la pateaba una y otra vez recordándole que no podría serlo. No en ese mundo, no es esa vida, no con esas reglas. Esas estúpidas reglas con las que había nacido y sido criada.

Todas las noches recordaba cómo había sido castigada al romper la primera y más importante regla de todo Artemia. La entrenadora la había sacado ese día a rastras de su cama hasta el centro de la sección 12 donde los incumplidos eran castigados. La habían amarrado a un poste y enfrente del público que se formó alrededor la habían humillado, dado latigazos en su espalda con un látigo electrizado 96 veces, apaleado, apuñalado sus muslos cuatro veces, marcado a fuego con hierro candente como delincuente en la parte trasera de su hombro y la habían dejado toda una semana amarrada a ese poste en pleno sol, sin comida, ni agua.

Con tan solo 12 años tomó la decisión de jamás mirar o tocar a un perro por mas indefenso que este se viera, porque podría llegar a quererlo y romper la regla más importante:

"No sentir afecto"

En su mundo las reglas eran lo primordial y no se parecía en nada a los mundos que se hallaban en los viejos libros que ella leía, todos llenos de amor y alegría brotando por doquier. Claro que esos libros estaban más que prohibidos a todo público y si llegaba a ser descubierta probablemente la mandaban al pozo por todo un mes, sin embargo, para ella valía la pena arriesgarse si tenía la oportunidad de ver algo diferente a su realidad. Tan solo un instante, por lo menos no la matarían por eso.

Se quedó observando su antebrazo izquierdo mientras caminaba. En él se encontraban tatuadas las 7 reglas más importantes del manual de regimientos. Estaban escritas en Dessoulk el idioma nativo de El Jefe. Como título tenía las palabras "QUEDA PROHIBIDO" en mayúsculas y con un tono tan oscuro que penetraba su piel.

· Sentir afecto.

Era la primera regla seguida de:

· Demostrar afecto.

· Tener un compañero amoroso.

· Apegarse. 

· Huir. 

· Mostrar debilidad. 

Y por supuesto la última y no menos importante:

· Tener o ser parte de una familia.

Comúnmente cualquiera que rompa una de estas reglas seria condenado a un juicio que sí o sí terminaría en muerte para el aludido. Pero como Elainey contaba con solo 12 años las consecuencias de sus actos le eran responsables a la persona encargada de que ella no cometiera tal atrocidad. Su entonces entrenadora quien la había arrastrado, delatado y obligado a sufrir un castigo horrible había sido la responsable de pagar la vida que se debía por tal acto. Murió la semana siguiente cuando los soldados acompañados de El Jefe llegaron a su casa. Elainey había sido obligada a halar del gatillo que apuntaba a su entrenadora, a pesar de que se resistió, una muerte debía ser pagada. Viendo los ojos suplicantes de la entrenadora y con la mano del Jefe encima de la suya, Ashley cayó al suelo después del impacto, esparciendo sangre por todo el piso. Una simple bala fue suficiente para quitarle la vida a su entrenadora.

Karma.

Había intentado decirse a sí misma para justificar lo hecho, pero sabía que nadie se merecía eso, sin importar lo que haya hecho.

Ni siquiera el Jefe quien era el responsable de toda su miserable vida. Era la persona que impuso todas esas reglas, de manera que todos se convirtieran en robots fríos de corazón tal como él lo era. Elainey solo sospechaba que para que una persona hiciera algo así era porque disfrutaba destrozar la vida de los otros o porque su vida había sido igual de miserable y llena de odio, pero quizá agradable para él y había creado una barrera tan grande para proteger eso que arrasó a todos con ella.




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