—¡Alba, baja, te necesito! —repite.
Estaba sumida pensando sólo en mí y mis desgracias de la vida, que olvidé que ahora sólo estamos mi madre y yo, solas, sin nadie a quien conocer en este vecindario.
—¡Ahora bajo! —respondo.
Empiezo a intentar ordenar las hojas de papel regadas, los libros y cuadernos. Apago el monitor, aún sin lograr escribir algo, me acomodo un poco el pelo enmarañado y me echo un vistazo al espejo que está a lado de mi puerta, frunzo el ceño sólo de verme, bueno, no estoy tan mal como otros días.
Bajo casi corriendo las escaleras ante el recuerdo de lo impaciente que es mi madre, cuando llego al final de la escalera me la encuentro agachada intentando ordenar cajas de cartón que están apiladas, una tras otra. A pesar de que llevamos dos semanas aquí, aún no terminamos de acomodar todas nuestras cosas, especialmente las de la sala y cocina. En cuanto mi madre percibe mi presencia me fulmina con la mirada.
—¿Por qué te quedas allí parada mirándome? Andale, ayudame.
Mi madre es alta y el estar con ella hace que me sienta pequeña, aún cuando yo también soy alta. Lleva unos pantalones deportivos negros y una sudadera gris. Puedo ver qué sobraselen algunas canas de mechones de cabello, al mudarnos aquí decidió cortárselo, inmediatamente pensé en lo que dicen que cuando sientes la necesidad de cerrar un ciclo debes cortarte el cabello, ya que cuando se habla de cerrar ciclos no sólo se refiere a terminar una relación amorosa o a una nueva situación laboral, sino que, también alude a una nueva etapa en la vida y creo que eso es exactamente lo que pensó mi mamá.
«¿Debería hacer lo mismo? No creo, mi cabello no es tan largo como el de ella y si lo corto, pareceré la mismísima Edna Moda.»
—Alba —se endereza y pone las manos en su cadera.
Mi madre tiene 50 años, pero siempre está con la energía de alguien de 30, realmente admiro la tenacidad y fortaleza con la que enfrentó la situación con mi padre. Si no fuera por eso, estaríamos perdidas.
—Si, perdón mamá —respondo un poco indignada.
Siento que desde que nos marchamos repentinamente de la casa ha estado un poco estresada y frustrada, no la culpo, ella no tuvo nada que ver, fue mi padre quien arruinó todo. A veces pienso en qué hubiese pasado si yo no le dijera lo del amante de mi papá, sería sólo un secreto y tal vez estaríamos como si nada hubiera pasado, seguiríamos avanzando como familia, pero ¿a quién quiero engañar? tarde o temprano se iba a saber e incluso podría haber resultado peor.
—Trae de la cochera las cajas que faltan, pero con cuidado Alba, te conozco —En cuanto termina de hablar pongo los ojos en blanco y me dirijo hacia la puerta delantera, ya sé que soy un poco torpe pero no es para tanto, a veces me pone mal que mi propia madre me considere así.
Cuando me dirijo a la pequeña cochera veo varias cajas de cartón y uno que otro mueble de madera que subyacen en el piso. Cojo con ambas manos una caja, no están pesadas, por lo que decido echar otra caja arriba, las apilo y me dirijo nuevamente hacia dentro.
—¿Quieres que las desempaque y ordene ahora o termino de meter todo? —Mi madre aún continúa agachada, esta vez intentando deshacer un nudo de cables que se ha formado gracias a las extensiones.
—Mete todo y después organizas —exclama—. Puede que llueva más tarde.
—Está bien. —Me dirijo otra vez hacia la cochera y poco a poco logro que, entre cajas y muebles de madera, estén todos dentro de la casa.
Después empiezo a desempacar, limpiar y ordenar todo. Mi madre siempre procura que todo esté aseado y organizado, como me gustaría que al menos así estuvieran nuestras vidas. En su antiguo trabajo se dedicaba a eso, a organizar y preparar juntas con los ejecutivos de la empresa, proveedores o clientes importantes, esto a pesar de haberse graduado como licenciada en Diseño Gráfico. Ella decía que ganaba más como asistente de dirección que como diseñadora gráfica, tristemente es un trabajo que en México no es bien remunerado. Ahora que ha renunciado no sé que haremos con el poco dinero que tenemos. Tendré que conseguir un empleo.
Más tarde, noto que poco a poco los espacios y rincones de la casa se van llenando, ya no está tan vacía como antes. La cocina y la sala están casi completas y por primera vez estando aquí puedo sentirme como en casa, creo que no está tan mal después de todo.
Me asomo por la ventana con marco blanco que está a un costado de la puerta, da justo a la avenida. Observo cómo la puesta del sol se está aproximando, nos hemos pasado casi todo el día ordenando el resto de las cosas de la mudanza que ya casi van a dar las siete de la noche, el brillo del sol está empezando a cesar y unas nubes grises del lado izquierdo amenazan con lluvia; tal y como lo había pronosticado mi sabía madre.
Abro la ventana para que el olor del otoño inunde la casa, hay un poco de viento y eso ayuda a despejar mi mente. Dejo que el aire albore mi cabello sobre mi rostro.
—¿Qué quieres comer Alba? —dice mi madre desde la cocina.
—Lo que sea está bien, puedo pedir otra vez una pizza o si quieres podemos salir a buscar una fonda. —Me limito a responder.
En estos días sólo hemos estado pidiendo comida a domicilio, pero no hay nada que internet y las interconexiones no puedan hacer hoy en día, ¿no es verdad?