El dicho dice "No hay fecha que no se cumpla, plazo que no se venza, ni deuda que no se pague". Y bueno, el día ha llegado, hoy toca ir a Veracruz. Mi autobús sale dentro de cuatro horas, así que sólo estoy afinando los últimos detalles para que no se me olvide nada.
Y es en el momento en que oigo a mi madre hablar por teléfono, cuando me doy cuenta de lo egoísta que estoy siendo con ella. Tanto era la emoción por regresar a Veracruz, ver a mi abuela y a Rubí, que olvidé por completo que ella va a pasar Nochebuena y Navidad sola. A pesar de que regresaré para año nuevo, nadie merece pasar estas fechas solo.
—¿Mamá? —toco la puerta de su cuarto cuando la escucho finalizar la llamada. Está sentada en su cama con las piernas cruzadas.
—¿Sí? —alza la cara y me siento a lado de ella.
—No me di cuenta de que vas a estar sola en Navidad —le tomo la mano.
—¿Quién dice que estaré sola?
—¿Eh? —frunzo el ceño sin entender.
—Saldré con unas amigas.
—¿Tienes amigas aquí? —inquiero curiosa.
—¿Qué? ¿Piensas que sólo tú puedes hacer amigos en Puebla? —sonríe pícaramente.
—No sonrías así mamá, da miedo —le doy un ligero codazo—. Pensé por un momento que ibas a estar sola y me sentí mal.
—No tienes nada de qué preocuparte hija —pasa por detrás de mi oreja un mechón de cabello—. Conocí a una señora en el supermercado, resultó que era divorciada, al igual que yo y desde entonces empezamos a platicar, después me presentó a sus amigos, y bueno, son personas bastante agradables.
—¿Y por qué no me habías dicho? —me pongo las manos en la cintura y trato de imitar su voz enojada.
—Al menos no se trata de un guapo y sexy muchacho —dice alzando las cejas con aire de victoria y ambas reímos.
«Auch. Ganó.»
—Bien —me levanto de su cama—. Entonces me iré tranquila.
—No te preocupes por mí. Todo estará bien —se levanta y me regala un cálido abrazo, de esos que necesitas cuando sientes que todo va mal—. Disfruta Veracruz.
—Lo haré.
La central de autobuses está a cuarenta minutos de mi casa, esta vez decidí pedir un taxi por aplicación para que me llevara directo y así no hubiera ningún inconveniente. Me encuentro parada en la esquina esperándolo, no obstante, con lo impaciente que soy, empiezo a merodear de esquina a esquina con mi maleta y mochila. Reviso mi celular y veo que tengo un mensaje, cuando lo abro mi corazón da un brinco de emoción; es Elián.
Elián: Hola Alba, me da gusto que sólo fuera un malentendido. Perdón si no te respondí el mensaje antes, he tenido muchas consultas. Además, no pasa nada con la librería jaja, perdón.
Le escribo de inmediato. Mi mano está sudando de los nervios. Que asco.
Yo: No te preocupes, sigue con lo tuyo. Por cierto, estaré fuera de la ciudad, así que feliz navidad anticipada.
Después de unos segundos, me responde.
Elián: ¿A dónde irás? Perdón, pero me considero una persona chismosa jajaja.
Su mensaje hace que sonría.
Yo: ¡Iré a Veracruz!
Elián: ¿Cuándo te irás?
Yo: Ahora mismo, si es que llega el taxi que pedí :(
Suspiro.
Elián: Pensarás que soy un psicópata, pero ando cerca de tu casa, salí a comer y todavía tengo tiempo para regresar a la clínica. ¿Puedo verte? En lo que llega tu taxi.
«QUIERE VERME.»
Miro mi reloj, aún faltan dos horas para que el camión salga, cuando estoy a punto de decirle que sí, el sonido de un claxon hace que me sobresalte. Ha llegado el taxi.
No sé si sentirme feliz o triste.
Yo: Perdona, pero han llegado por mí. Espero que podamos vernos cuando regrese. Cuídate.
Meto mi maleta a la cajuela y me subo. El chófer, un señor de avanzada edad, se disculpa amablemente y para recompensar, se para enfrente de una tienda y me compra un paquete de galletas; qué detalle tan tierno. Suena mi teléfono y sé que es el último mensaje de él.
Elián: Igualmente Alba. Feliz navidad.
La central de autobuses, como siempre en estas fechas, luce llena. Hay filas enormes de personas que esperan ser llamados para arribar a los autobuses de los destinos más turísticos como Acapulco, Oaxaca, Cancún o Puerto Vallarta, que se destacan por sus bellas playas.
Ya no hay asientos en la sala de espera, así que me quedo parada con la manija del equipaje en mano. Alzo la vista, y de pronto, observo un rostro bastante familiar comprando en la barra de alimentos, es Monserrat. Ella me alcanza a ver, se me queda mirando fijamente por unos segundos y después aparta la mirada cuando el muchacho del mostrador le da un café frío. Evidentemente le caigo mal y no sé por qué. Son de esas personas que cuando las ves por primera vez, aún sin conocerlas, sabes que te van a caer mal. Algunos libros sí se pueden juzgar por su propia portada aún cuando digan que no.