ELIÁN R.
Han pasado dos semanas desde esa tarde en que sentí que el mundo se me venía encima.
Sabía que estaba mal en no haberle dicho nada a Alba, de hecho no pude dormir, me la pasé dando vueltas en la cama hasta que amaneció y tuve que irme a la junta semanal de la editorial.
Ella notó perfectamente lo que pasó ese día, no me voy a dejar mentir, fue algo que, en definitiva, no me esperaba.
Vr a Monse después de un año hizo que recordara lo que tanto he anhelado enmendar: mi temor a lastimar a las personas, y claro está que ese temor se acrecienta cada vez más si no soy honesto con ellas.
Estoy consciente de que tarde o temprano se lo tengo que decir a Alba, quiero que siga confiando en mí. La confianza, comunicación y lealtad son las tres cosas que más procuro respetar y cuidar en una relación, diría que son pilares fundamentales. Si no existe eso, ¿cuál es el sentido de una relación?
Ciertamente no puedo tapar el sol con un dedo, pero de todos modos quise invitar a Alba a un Day of Living, esa celebración familiar que acostumbramos desde hace diez años y que no puede faltar el día ocho de cada mes.
El Day of Living lo crearon mi papá y mi difunta madre cuando se casaron, ellos tenían la ferviente idea de que era necesario agradecer y conmemorar un día, una semana, un mes o un año más de vida, así como sentir gratitud por tener salud. A Alba le fascinó la idea y aunque tenía nervios de conocer a mis padres, aceptó felizmente.
Como salí tarde de la clínica, no pude pasar a recogerla, aún así ella pudo llegar hasta la cabaña donde hubo fiesta la última vez.
—Hola querida —la saludo enérgicamente al bajar del auto. Ella está justo en la entrada de la cabaña.
Se ve espléndidamente, lleva puesto un pantalón de mezclilla, una blusa blanca, un blazer rosa pastel y unas botas blancas.
—Hola cariño, ¿cómo te fue? —ella se para de puntitas, me abraza y me da un tierno beso en la mejilla.
—Bien, gracias —respondo—. Te ves muy bonita —ella se sonroja al instante.
—Gracias —dice pasando un mechón de cabello por detrás de su oreja.
—¿Por qué no has entrado?, ¿cuánto tiempo llevas esperando?
—No mucho en realidad, honestamente me daba pena entrar así como si nada.
—Sin pena cariño, les dije que llegarías primero —bajo de la cajuela una caja de licor y vino. Antes de cerrar la cajuela, aprovecho para quitarme la bata blanca, traigo una camisa azul cielo.
—¡Oye! —exclama Alba—. ¿Por aquí habrá una tienda o un supermercado?
—Hay una tienda pasando esa esquina —señalo la calle—. ¿Por qué?
—Ahorita vengo —dice y corre.
—¡Con cuidado! —grito tratando de no perderla de vista.
Al cabo de unos minutos, veo a Alba caminar rápido por la calle y cuando llega hasta mí, me percato de que trae dos refrescos grandes cargando.
—Me olvidé de comprar algo, así que únicamente compré esto —explica haciendo una mueca—. No quise llegar con las manos vacías.
—Oh cariño —manifesto avergonzado.
—¿Qué pasa? —la angustia nubla sus facciones.
—No tomamos bebidas gaseosas.
—Ah, ¿en serio? —dice desanimada.
—Sí, pero no te preocupes, podríamos ocuparlos después —refiero al notar su evidente tristeza—. Vamos —cargo de nueva cuenta la caja y nos metemos al interior de la cabaña.
Al entrar toda mi familia nos quedan mirando atónitos, creo que pensaban que era broma cuando les dije que iba a traer a mi novia.
Todos están reunidos en la mesa de mármol, como se trata de una celebración bastante íntima, no habíamos invitado a nadie, sin embargo, esta vez mi papá decidió invitar a su hermana y su cuñado, o sea mi tía Jenny y mi tío Juan que vinieron desde la Ciudad de México.
Esperanza invitó a sus padres que vienen desde Guadalajara. Creí que Karina invitaría a Daniel, pero a simple vista no lo veo por ningún lado.
Mi hermana es la primera en levantarse velozmente de la mesa acercándose a Alba.
—¡No inventes! —chilla—. ¡Eres tú!
—Te lo dije —refiero dejando la caja en la cocina. No me creía cuando le dije que aquella chica tímida de la fiesta, era ahora mi novia.
—¡Trajiste refrescos! —oigo lo que dice Karina—. No te puedo amar más —abraza a Alba y ella le devuelve cariñosamente el abrazo.
—¿Segura que puedes tomar? —enuncia Alba mirándome dudosa.
—¡Yo sí! —Karina le quita los refrescos y los deja sobre la mesa que está en la sala.
Simplemente río. A mi madre nunca le gustó que bebiéramos gaseosas cuando éramos pequeños, pero a decir verdad, en ocasiones lo hacíamos cuando ella no estaba. Típica rebeldía de niños.
Me acerco a Alba y la tomó de la mano, ambos nos acercamos a la mesa de mármol donde están los demás.
—Buenas noches familia, lamento la demora —me disculpo—. Antes de que otra cosa suceda les quiero presentar a Alba, mi novia.