Al final, Érika se quedó en casa.
Sus padres se habían ido a hacer lo suyo cuando regresó, así que no se enterarían que no había ido a clases y siendo francos, tampoco creía que les pudiera importar.
Se encerró en su habitación y se puso los audífonos a todo volumen, la música que escuchaba siempre era triste y depresiva, igual que su vida. Miró al techo un buen rato y no supo cuándo o cómo, pero se quedó dormida.
En sus sueños ella corría y corría en todas las direcciones, alguien la estaba persiguiendo y no podía huir de él porque se le aparecía en frente una y otra vez, ella tomaba otro camino y allí estaba, repetía el movimiento y volvía a encontrarlo hasta se vio indefensa y rodeada por un grupo de hombre con el mismo rostro, estos empezaron a acercarse y a romper violentamente su ropa y…
Se despertó asustada y empezó a llorar.
Estaba harta de eso.
Los audífonos seguían sonando, se los quitó y apagó la música. Salió para afuera y seguía sin haber nadie en casa pues apenas eran las 11 de la mañana. Se sentó en el mueble y una imagen le vino a la mente, el chico de pelo largo.
Su mirada de preocupación la había sorprendido porque siendo un desconocido se había mostrado más preocupado por ella que esa gente que la conocía desde que había llegado a este infierno que llaman mundo.
Fue a su habitación nuevamente, tomó su cuaderno y empezó a dibujar ese rostro que le había hecho alargar más su sufrimiento aunque sea por unos días hasta que vuelva esa desesperación que la agarraba cada cierto tiempo y que le imploraba que saltara ya al precipicio.
Así pasaron los segundos, los minutos y las horas y ella seguía trazando líneas delicas que formaban parte de una abundante media melena rubia. Al terminar su obra se quedó mirándola maravillada, había mejorado bastante en el dibujo en estos últimos años y aquél parecía una fotografía a blando y negro.
…
La primera en llegar a la casa fue su madre, ella estaba en la sala mirando la televisión y la escuchó preguntar cómo le había ido en la escuela, pero sabía que en realidad no le importaba así que simplemente respondió “bien” y siguió en lo suyo.
Al rato llegó su padre y saludó como el mismo tono de quién da la mala noticia de que la abuela se murió, pareciera que le disgusta llegar a casa porque siempre llegaba con el mismo ánimo de quién está harto de hacer algo. Luego de su saludo rutinario subió a su habitación y mientras él se bañaba, Érika y su madre pusieron la mesa cruzando el menor número de frases posibles.
Cenaron los tres juntos y solos a la vez pues ninguno era consciente de que el otro estaba allí. Su padre se las arregla para comer con la vista fija en el celular, su madre miraba la televisión que estaba colocada a unos cuantos metros de distancia y ella jugaba con la comida que quedaba en su plato.
Apenas había comido en todo el día, pero seguía sin apetito.
Finalmente, luego de cansarse de darle vueltas a la cuchara se retiró, y si sus padres se percataron de que lo hizo no dieron señales de ello.
Es increíble cómo cambian las cosas -pensó- antes comer en familia era algo increíble y ahora, le parecía tan patético que siempre se preguntaba por qué seguían haciéndolo.