Irónicamente, Razelión tuvo razón respecto a los sueños de Silur. La noche que siguió al fatídico día en que tuvo que matar a su mejor amigo, no soñó como siempre, con el círculo carmesí; sino con un hombre y una mujer sonriendo en el banco de una plaza en un día soleado. Quizás deseos de la familia que le hubiera gustado tener, en vez de la que lo abandonó recién nacido en el crisol.
Sus ojos fueron abriéndose con dificultad y pestañeó varias veces hasta que su vista dejó de estar borrosa. Estaba en una cama, no podía moverse, sentía como si tuviera un elefante sentado encima. Cada músculo le dolía como si fuera atravesado con una daga.
—Bienvenido de nuevo —dijo Razelión. Se encontraba a su lado, leyendo un libro.
—¿Dónde rayos estamos? —se intentó incorporar, pero su cuerpo no respondía.
—En Raion Aurum, Arcalis —seguía prestando atención al libro mientras hablaba.
—¿Estamos en Arcalis? Eso está muy lejos para haber llegado en un día de recorrido, aún en tu Star.
—Es cierto, no hemos viajado un día. Ha sido un solitario trayecto de una semana.
—¿Llevo una semana inconsciente?
—En efecto —volvió la mirada hacia él—. Debería haber sido más tiempo. Eres de verdad muy resistente, Silur.
—¿Por qué no me matas de una vez? No te daré información —cerró los ojos cansado y suspiró.
—Ahora yo te preguntaré algo a ti: ¿Por qué me ves como tu enemigo?
—Porque eres el maldito que le ordenó a mi mejor amigo matarme —hizo su mano un puño con furia un segundo, pero sus dedos se entumecieron.
—Si era tu mejor amigo, ¿Por qué aceptó la orden?
—Porque quería hacerse más fuerte a toda costa, supongo. ¡Tú lo obligaste! Era un buen soldado, no me merecía morir así —una lágrima corrió por su mejilla.
—Yo no lo obligué. Si ambos hubieran decidido enfrentarme, quizás estaría muerto. No hubiera podido inmovilizarlos a los dos juntos; y uno a uno, el que hubiera estado libre podría haberme derrotado fácilmente. Ustedes son fascinantes; al verlos pelear, a penas pude seguirlos. No te engañes, Silur, Kiremas hizo lo que quería hacer; enfrentarse a ti para probar que era mejor que tú, en un duelo sin vuelta atrás. No eran amigos, eran competidores; el crisol los forjó con esa mentalidad.
—El crisol —quedó pensativo un momento—... ¿Entonces dices que no soy prisionero?
—No seas ridículo, eres mi compañero de aventuras de ahora en más, Silur.
—No te debo lealtad ni a ti ni a quien sea que obedezcas. Una vez que me pueda mover, me iré; no sin antes despedirme de ti como se debe —lo miró a los ojos, amenazante—. Tienes dos opciones: una es terminar con mi vida ahora, y la otra es esperar la muerte cuando menos lo imagines.
—Hay una tercera opción, en mi opinión —respondió sonriendo cínicamente y se levantó de su silla llevándose el libro que estaba leyendo. Caminó hacia la cocina y volvió a la habitación con las manos en la espalda—.
Silur no pudo más que sorprenderse de la tranquilidad de Razelión ante una amenaza tan directa. ¿Quizás pensaba que estaba jugando? ¡El lo decía muy enserio!
—Toma. Esta es la tercera opción —sacó las manos de atrás de su espalda sosteniendo una taza llena de ensalada de frutas con una pequeña cuchara de metal y la dejó en la mesa de luz, al lado de la cama—. Cuando estés listo, puedes comer algo de ensalada.