Jim le mostró a Tim el DM de Silvia.
—¿Tres horas? ¡Mierda!
—Deberías haberles escrito como te dije.
—¡Lo hice!
—Entonces es una suerte que ella no sea como yo, y tuviera paciencia para esperar, ¿no crees?
Deborah vio la mirada llena de reproches que le dirigía Jim y prefirió ignorarla, pero tomó nota de cuánto parecía importarle esta mujer que iría a verlo a Buenos Aires.
Silvia también le había enviado el enlace a un álbum de fotos en Facebook, pero Jim lo dejó para más tarde.
El tiempo muerto antes de salir a tocar se le hizo más corto esa noche, siguiéndola en sus fotos de Buenos Aires. Reconoció a la hermana menor de Silvia, la otra pareja del clip de Vector y un par de caras más que viera en las fotos de su cumpleaños.
En vez de mostrarle él a ella el lugar donde estaba, ahora Silvia lo llevaba de la mano para mostrarle la ciudad a la que estaba por llegar, en un tour fotográfico de momentos con amigos, crudas escenas urbanas, monumentos, arquitectura francesa e ironías. Y Jim disfrutó el cambio.
Jo abandonó a Sean para ir a ver por qué se demoraba la cena y el mayor de los Robinson se acercó a su hermano con su aire indiferente marca registrada.
Jim lo vio sentarse junto a él y tratar de espiar qué estaba viendo en su teléfono. Se lo tendió tragándose la risa.
—Buenos Aires —dijo.
Sean se limitó a asentir, dio un vistazo rápido al álbum de fotos y le devolvió el teléfono con su mejor cara de póker.
—¿Las sacó ella? —preguntó con fingido desinterés.
—Sí.
—Raro. Nada cursi.
Jim le dio un puñetazo en el brazo. Eligió una foto que Silvia sacara cerca de una de las entradas al estadio donde tocarían ese fin de semana, en la que se veía una gráfica gigante con el nombre de la banda, y la publicó en su cuenta de Twitter para compartirla con sus seguidores.
Al día siguiente, miércoles, sólo tenían unas pocas entrevistas agendadas. Tan pronto las terminaron, la banda y todo su personal huyeron a pasar el resto del día en la playa. Esa noche el Hey, Jay! se llenó de fotos de los americanos bajo el sol como lagartos. Bien, lagartos con cerveza y lentes oscuros.
Dos mil seiscientos kilómetros al sudoeste, Claudia se dio por vencida y dejó de tratar de hacer hablar a Silvia. Por suerte Graciela se les unió trayendo su bandeja de pinceles y pinturas, para decorar las tazas que horneara en su última clase de cerámica.
Silvia mantuvo el mate en circulación en completo silencio, mientras madre e hija terminaban de ponerse al día con sus novedades. No prestó la menor atención a lo que decían, fumando como una chimenea, los ojos clavados en la tablet sobre la mesa a su lado.
La recta final para reencontrarse con Jim estaba destrozándole los nervios. Apenas había dormido un par de horas la noche anterior, y no esperaba ser capaz de conciliar el sueño esa noche. Una parte de ella volvía a estar aterrorizada con la perspectiva de volver a verlo en sólo veinticuatro horas. Y otra parte de ella no terminaba de creer que estuviera por ocurrir y pedía confirmación cada cinco minutos.
Los padres de Claudia eran de la vieja escuela, y no permitían teléfonos ni tablets en la mesa a la hora de comer, una costumbre que a Silvia le gustaba. Así que sólo encontró el mensaje de Jim cuando fue a su cuarto a buscar los cigarrillos después de cenar.
Lo abrió con curiosidad, que se convirtió instantáneamente en ternura. Era una foto de un gato negro acostado en una cama, mirando la cámara.
—Si serás adorable —murmuró, tipeando su respuesta.
Y de regreso a la planta baja, se dio cuenta de que ya no estaba tan aterrorizada. Como si esa foto le hubiera recordado con quién estaba por encontrarse. Era Jay y siempre sería él, no importaba el lugar ni la situación.
Claudia se sorprendió cuando Silvia se sumó a la conversación de sobremesa del mejor humor del mundo.
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Editado: 15.08.2023