Iba y venía como las olas del mar, como el viento del frío invierno o, posiblemente, de otoño. El Autor, estaba con su apariencia humana, una que odiaba con el alma porque le incomodaba de sobremanera; no le gustaba, pero era algo con lo que debía lidiar si quería estar en la ciudad sin asustar a nadie.
Suspiró…
Miró a todos lados como si buscase algo o alguien, lo que caiga primero, quien sabe.
Mas sus ojos se toparon con una escena “encantadora”, como en esas ilustraciones que había visto ya en un posible libro de biblioteca o las que vendían para decorar la sala de un hogar.
—Claro, como esos dichosos cuadros.- musitó.
A medida que avanzaba, flores y plantas, de toda especie, se hacían notar. Desprendiendo así un aroma atrayente tanto para él como para los individuos que estaban ya presentes, aglomerados en el pequeño sendero que estos mismos habían formado. Queriéndose llevar a los pobres incautos por unos cuantos míseros centavos. Eligiendo así a las más hermosas, aunque todas, a sus ojos, eran especiales.
No iba ni quería ser partícipe de ello. Es más, rogaba que les dieran una vida digna a las que fueron arrancadas de su hogar.
Por esa razón, el Autor, optó por retirarse.