Singledolls: la pareja perfecta

11. En el barrio del propietario

La definición de la palabra amor está por todas partes en mi cerebro, si unifico su significado diría que es un afecto que ha sido valorizado en lo más alto del bienestar humano, si alguien te ama significa que eres lo más valioso e importante para esa persona. Un SingleDolls puede llegar a ser lo más valioso de un humano, pero no sé si lo más importante. Tal vez esa importancia es la que debo ganarme, ya que lo de «valioso» supongo que se refiere a lo monetario, y los SingleDolls no es que seamos accesibles a todos, cuesta mucho dinero comprarnos. Esto es lo que entiendo del amor, pero Darío dice que yo no comprendo su verdadero significado, y si no lo comprendo, entonces ¿cómo podría saber cuando esté enamorada?

Tengo que aceptarlo, esto del amor es un poco complicado para mí.

Antes de salir del laboratorio, Chris asoma la cabeza al borde de la puerta para cerciorarse de que no haya policías cerca, luego voltea a verme y me hace señas para que le siga. Antes de cruzar la puerta me da por volver a buscar la mirada de Darío, quien viene hacia nosotros a pasos lentos, cabizbajo y con una clara expresión de decepción.

Darío agarra la manija de la puerta y espera a que nosotros salgamos de su laboratorio.

—Vamos, Verónica. —Chris me jala del brazo y me regresa al paisaje urbano y nocturno de hace un rato.

La puerta metálica se cierra tras nosotros haciéndose notar con un fuerte estruendo metálico. Darío ni siquiera se despide de nosotros, él nos expulsa de su vida de manera grotesca, y le comprendo, ya que nos hizo el favor creyendo que nosotros formaríamos parte de su movimiento pro-SingleDolls, y la verdad es que no estamos interesados; sin embargo, siempre estaré agradecida con él por sacar aquel chip de mi cuerpo, por hacerme libre.

Nosotros continuamos con el objetivo de esta noche: ir a la dirección donde, se supone, está mi propietario.

Caminamos un par de cuadras hasta llegar a la parada de autobuses y, por suerte, no demoramos en tomar uno que va prácticamente vacío. Sentarme en el sillón de este autobús ha sido lo más relajante que me ha pasado en esta noche, es cómodo, espacioso, silencioso y el frio le hace más reconfortante. Chris va sentado a mi lado, y durante un largo tramo del viaje él ha respetado y disfrutado del silencio al igual que yo, voltea a ver hacia el lado de la ventana al percatarse de que hemos entrado en una zona boscosa.

—Ya casi estamos llegando, pronto vas a conocer a tu amado comprador —sonríe a boca cerrada y de manera forzada sin poder ocultar su preocupación—. Al salir de este bosque viene nuestra parada.

—Pendejo, ¿por qué pones esa cara? ¿acaso estás preocupado por mí?

—Pobre ilusa —se acerca a mi oído y susurra—, lo que pasa es que me estoy cagando.

Su revelación me avergüenza hasta un punto de hacerme enojar,

—Mira, Miercolero ambulante, vas a tener que aguantarte, porque no hay ningún baño cerca.

El autobús sale del área boscosa y se detiene en la próxima parada, nuestra parada. Al bajar del autobús damos un vistazo a nuestro alrededor encontrándonos en un lugar sombrío y de notable pobreza, es un barrio nocturno que calza la espesura de una bruma que emerge entre las alcantarillas; la calle no está desierta ni tampoco es silenciosa, varios de los residentes nos ven llegar y nos siguen el paso con miradas hostiles, personas de voces fuertes y viviendas con música escandalosas; la insalubridad es evidente y nauseabunda, la peste de los basureros se mezcla con el olor a gasolina, aguas negras y tabaco. Este ambiente provoca que quiera salir huyendo de aquí.

Chris se detiene frete a uno de los basureros, mete su mano en el bolsillo del pantalón y saca un pedazo de servilleta arrugada.

—Debemos deshacernos de los chips.

—Cierto… —Rebusco entre los bolsillos de mi pantalón—. Aquí está el mío. —Le muestro el pedazo de servilleta que envuelve mi chip.

Ambos chips son lanzados dentro del basurero e inmediatamente nos libramos de ser perseguidos, deshacerme de ese chip me hace a sentir un gran alivio, por fin puedo relajar mis pulmones y regular la respiración, porque partir de ahora ya no tendré que preocuparme por los policías, ya que nadie podrá identificarme como SingleDolls. Por ahora, solo tendré que buscar la forma de sobrevivir a este lugar, de acostumbrarme a estar aquí, tal vez en un par de días pueda andar tranquila por estas calles como lo hacen todas estas personas.

—Creo que es importante que sepas que este barrio es conocido por su alto nivel de delincuencia, los que viven aquí no son buenas personas, así que procura tener mucho cuidado.

—Estaré bien —respondo tratando de simular mi nerviosismo.

—¿Segura?

Detengo mis pasos frente a él y, con el mentón levantado, vuelvo a responder:

—Chris, que te quede claro: yo no tengo cualidad de miedosa.

Ambos saltamos de espanto al ver correr varias ratas frente a nuestros pies, Chris logra reponerse de inmediato, pero soy yo quien exagera al soltar un grito agudo mientras zapatea angustiada frente a él, aun cuando las ratas ya se han alejado, no logro tranquilizarme. De repente, las fuertes carcajadas de Chris hacen eco sobre las paredes de los tenebrosos edificios que tenemos a nuestro alrededor y logra que todas las miradas hostiles vuelvan a poner su atención en nosotros. Me pone de mal humor que se burle de mí..., solo me he asustado como cualquier persona normal lo haría, eso no significa que sea una miedosa.

—¡Maldición! —Chris se ahoga en risas—… ¡¿Esos eran gatos o ratones?!

—Estúpido, deja de reírte. —La taquicardia aún persiste en mí.

—De seguro eres de cualidad miedosa, solo que no alcanzó para agregarlo a la caja —agrega en tono jocoso.

–¡Vete a la verdura, Chris!

Avanzo dejándolo atrás, muy molesta.

«¡¿Cómo se atreve a burlarse de mí?!».




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