Singledolls: la pareja perfecta

16. En el apartamento del hacker

«Verónica, tengo miedo de que Darío intente algo en contra tuya, por eso te pido que procures no estar a solas con él, no vaya a ser que termine desmantelando tu cuerpo o experimentando con él… Recuerda que podría tratarse de un científico loco», las últimas palabras de Chris resuenan en mi cabeza tan fuerte que hasta me hace sentir aturdida, no sé cuanta verdad haya en aquellas advertencias, sin embargo, en algo tiene razón: no debería confiarme de Darío.

Vamos en el auto de Darío rumbo a la casa del hacker que imprimirán nuestro documento de identidad digital, acompañados de aquel silencio incomodo que ha decidido no quedarse en casa y junto al cruce de miradas repentinas que hay entre Darío y yo, porque no puedo dejar de ver sus ojos a través del retrovisor central del auto, no si aquel sueño aún está fresco en mi mente.

—Les noto un poco cayados, chicos. ¿Ha pasado algo? —nos pregunta Darío.

—Ya que tienes ganas de hablar, creo que podrías contarnos acerca de tu historia como SingleDolls —dice Chris, quien está sentado al lado de él—. ¿Cierto, Verónica?

Christopher espera mi respuesta mientras me ve a través del retrovisor del auto.

—Eh… Sí. No sabemos nada de ti.

La petición de Chris ha dejado nervioso a Darío, empieza a balbucear mientras empieza a entrar a los estacionamientos de un alto y lujoso edificio, se detiene frente a una garita y espera a que esta se levante del todo para pasar.

—Bueno… Eh… creo que tendremos que dejar la charla para otro momento —el desgraciado ha evitado el tema—. Prometo contarles después de salir de este asunto.

Pensé que el recorrido en el auto sería más largo, pero, al parecer, el hacker vive cerca de nosotros. Todos bajamos del auto y luego caminamos hacia el elevador que está en el centro del edificio. Al llegar al piso donde está el apartamento del sujeto, una mujer vestida con uniforme de servicio doméstico abre la elegante puerta.

—Buen día, bienvenidos. —La mujer extiende su mano para invitarnos a pasar—. Pasen adelante, el señor Gustavo les espera en su oficina.

La mujer nos guía dentro de un amplio y alto salón, en el centro está guindando del techo una hermosa lámpara de cristales que alumbra todo el interior con un suave dorado, piso alfombrado, muebles claramente costosos y esculturas egipcias por donde quiera que vaya, todo se ve decorado cuidadosamente por manos expertas, no hay dudas que aquí vive una persona acaudalada.

Por un momento creí que Darío nos llevaría a un oscuro y tenebroso callejón y que seríamos atendidos por un tipo con cara de malandro. Estaba equivocada.

Al entrar a la oficina del tal Gustavo nos encontramos con una oficina moderna, paredes blancas con detalles grises y un amplio librero negro incrustado en la pared; sentado tras un escritorio de superficie de cristal está un hombre de porte firme que viste con ropa costosa, al vernos entrar nos sonríe mostrando amabilidad y luego nos invita a sentarnos en sus sofás de terciopelo azulado. Los tres nos sentamos en el mismo sofá, yo en el centro de ambos chicos.

—Un gusto volver a verte Darío, veo que sigues salvando vidas.

«¿Se refiere a nuestras vidas? Pero si nosotros no somos seres vivos».

—Todos merecemos ser libres, Gustavo, tú lo sabes bien.

Gustavo asiente a lo dicho por Darío y después se levanta del sillón del escritorio, viene caminando hacia nosotros con ambas manos tras su espalda, se detiene frente al sofá donde estamos sentados y se sonríe a boca cerrada mientras hace una pequeña inclinación con su cabeza para mostrarnos respeto.

—Un gusto conocerlos, mi nombre es Gustavo Ferguson, soy gerente de tecnología en el registro público del país.

Y ahí está, nuevamente el apellido que me desconcertar con tal solo ser mencionado. Un pequeño dolor de cabeza punza a un lado de mi cabeza y me hace odiar aún más aquel apellido, no comprendo por qué me afecta tanto.

—¿Ferguson? —le pregunta Chris—… ¿Por qué tienes el mismo apellido que Darío?

—Porque...

—Porque es mi expropietario —le interrumpe Darío—, él me dio la libertad.

—Bueno, sí —Gustavo voltea a ver a Darío y le sonríe—, es lo que él dice.

¿Quién compraría un SingleDolls para después dejarlo ir? Eso me resulta muy extraño. Además, que haya comprado un SingleDolls varón me hace creer que Gustavo es gay… ¿Será que Darío también lo es? ¡Estoy muy confundida! Necesito más detalle, la intriga me está carcomiendo por dentro... ¡Maldición!

—Gustavo, ya sabes a lo que vinimos.

—Sí. —Gustavo regresa hacia su escritorio y luego empieza a escribir en su laptop—. Voy a necesitar que cada uno me de información para registrar. Empecemos con el chico de playera blanca.

—OK —le responde Chris.

—¿Nombre completo con el que quieres registrarte?

—Christopher Daniel Escobar Miranda.

Me sorprende que Christopher haya respondido tan a la ligera, como si ya lo hubiese pensado desde antes.

—¿Y tu de donde sacarte todo ese nombre? —le pregunto en tono bajo.

—El apellido lo vi en un sueño que tuve.

—¿Un sueño?

—Sí, anoche soñé que estaba firmando un contrato, pero el contrato como que no era mío, porque en él había escrito otro nombre, y…, bueno, él apellido me pareció agradable.

¿Será que Christopher también tuvo un primer sueño tan intenso como el mío? No me ha mencionado nada al respecto, tal vez no le ha afectado tanto como a mí… De todas formas, yo tampoco es que le haya mencionado algo, así que no tengo por qué esperar a que él igual lo haga.

—Dime una fecha de cumpleaños para ti, Christopher —pide Gustavo.

Chris se gira un poco hacia mí y se me queda viendo como si yo pudiese ayudarle a definir una fecha de cumpleaños para él.

—¿Qué edad te parece que tengo? —me pregunta mostrándose muy interesado en lo que tenga por decir.

—Pues…, desde el momento en el que te vi ultrajar mi caja SingleDolls pensé que eras un insolente humano de aproximadamente 28 años.




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