Singledolls: la pareja perfecta

19. De regreso al apartamento.

La muerte humana es el sinónimo de la libertad para cualquier mente SingleDolls, así como Christopher quedo libre luego de la muerte de su propietaria, lo mismo pasaría con todas esas mujeres que están siendo esclavizadas sexualmente en el burdel de Tai Yang. Si yo llegara a matarlo, ellas serían libres, pero yo no soy capaz de quitarle la vida a alguien, la conciencia me grita que no soy una asesina y que jamás me permitiría serlo. Entonces…, ¿qué se puede hacer? Solo somos seis SingleDolls que nos hacemos pasar por humanos y que vivimos ocultos en una realidad que no fue creada para nosotros; por como está ideado el mundo, es casi imposible lograr ser considerados como ciudadanos, los SingleDolls que estamos libres somos muy pocos…, a menos que…

—Jacky, ¿sabes un aproximado de cuantos SingleDolls hay libres en el país? —le pregunto en tono bajo.

—Cientos de miles, no llegamos al millón, pero estamos revueltos entre la humanidad.

—¿Y por qué nadie habla de esto? ¿Cómo sobreviven? No creo que todos tengan la oportunidad que tú y yo tuvimos para registrarnos como ciudadanos.

—Tienes razón, hay muchos SingleDolls ocultos, algunos viven protegidos por sus familiares, otros forman parte de refugios en las montañas, en los bosques o lugares donde solo les toca lidiar con carroñeros; situación que resulta más favorable que vivir en una ciudad donde podrían ser escaneados en cualquier momento.

—¿Y los humanos no saben sobre esto?

—Algunos saben, pero el resto del mundo lo toma una como teoría conspirativa: «Los peligrosos SingleDolls que viven cautivos en las montañas y que están planeando controlar el mundo» —describe utilizando un tono calamitoso.

—¿Y eso es cierto? —pregunto asombrada y muy interesada por el tema.

—No, qué va… Para nada —ríe tomando el tema como absurdo.

Jaqueline arrastra la carretilla hasta la fila más corta de la caja, yo me quedo a su lado esperando a ser atendidas. Al llegar con la cajera, Jaqueline saca una tarjeta de crédito y paga con ella.

Un chico que trabaja junto con la cajera empaqueta todos los productos comprados y, luego de cerrar las bolsas, nos ayuda a cargarlas hasta el auto de Jaqueline. Ella le da una buena propina al chico y este se regresa al supermercado con una sonrisa de agradecimiento dibujada en su rostro.

Jaqueline pone el auto en marcha, una vez entramos a la carretera principal no demora en encender el aire acondicionado para refrescar el interior y así empezar a apaciguar el calor sofocante. A través de las ventanas del auto puedo observar la intensidad de sol levantándose como hondas de calor sobre el pavimento de la calle, la luminosidad del paisaje es tan brillante que hasta me hace achinar los ojos, hace compadecerme de aquellas personas que van caminando por las aceras a estas horas del día, algunos transitan con paraguas y otros caminan bajo la radiación solar.

De repente, la veo. Es la señora que hace un rato fuel maltratada en los estacionamientos del supermercado.

—Mira, Jacky. —Señalo en dirección hacia donde está la señora.

A medidas que nos acercamos, Jaqueline va bajando la velocidad del auto.

—Es la señora de hace un rato, ¿verdad? —me pregunta.

—Sí.

La vemos caminando decaída y con lentitud, bajo un sol impiadoso, como si no le preocupara morir de un cáncer de piel.

Jacky baja la ventana del lado de mi puerta.

—¡Oye, hija del sol! —Jacky grita. La señora voltea a ver hacia el interior del auto y ella le pregunta—. ¿A dónde te llevamos?

Es un buen gesto por parte de Jacky. Podría calcular que esta señora lleva caminando bajo el sol aproximadamente tres cuartos de hora, que es lo que nosotras demoramos comprando en el supermercado.

La señora se encoge de hombros, dejando claro que no tiene idea hacia dónde se dirige.

—No tengo hacia donde ir —la señora responde cabizbaja y algo apenada.

Jaqueline le ha invitado a subir al autor, ella duda por un momento, pero luego decide subir a los asientos traseros del auto.

Se intentan disimular unas cuantas miradas a través del retrovisor central del auto. La señora se ve un poco ansiosa, supongo que es por no saber hacia dónde nos dirigimos.

—Antes que nada, deberíamos presentarnos —sugiere Jaqueline—. Mi nombre es Jaqueline. ¿Cuál es el tuyo?

—Tatiana…

Giro la cabeza para buscarla en los asientos de atrás, para presentarme:

—Un placer, Tatiana, mi nombre es Verónica.

Ella me asiente con cordialidad y sonríe a boca cerrada.

—Tatiana, entonces… ¿no tienes amigos o familiares que te den hospedaje? —le pregunta Jacky.

—Tengo una amiga, intenté llamarla, pero no agarra mis llamadas telefónicas.

—Bueno, mientras esperas a que ella responda, ¿por qué no vienes con nosotras? Podríamos tomarnos unos refresquitos en el balcón de mi apartamento.

Tatiana nos pregunta sobre la ubicación de nuestros apartamentos, y comprendo que pregunte, cualquiera se negaría si la invitaran a beber a una zona peligrosa. Jaqueline le da la dirección y ella la reconoce al instante. No parece tener problema en ir con nosotras y acepta la propuesta.

 

Al llegar al edificio residencial, Jaqueline estaciona su auto frente al edificio y después abre la tapa del maletero para sacar las compras. Cada una agarra un par de bolsas del supermercado, Jacky cierra la tapa del maletero y luego nos vamos caminando hacia las escaleras del edificio con las bolsas en mano. Dejo que se me adelanten luego de sentir que algo se me ha caído de una de las bolsas. Una cebolla se ha ido rodado y se ha quedado debajo del auto de Jaqueline.

Me agacho arrodillada sobre el caliente concreto del estacionamiento y estiro el brazo por debajo del auto para intentar alcanzar la cebolla, pero se me complica un poco porque la cebolla está muy en el centro. Además, la minifalda que llevo puesta es muy corta, la brisa de la tarde golpea sobre mis glúteos y me hace sentir al descubierto. Solo espero que no haya alguien cerca.




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