Singledolls: la pareja perfecta

27. En el parque

Fuimos creados para remediar la falta de amor que pueda sentir un humano, para ser parte de una relación sentimental, pero la realidad es otra: muchos humanos nos compran solo para ponernos a hacer su trabajo, para llenarles las cuentas bancaria y engordar sus billeteras.

Ahora, al parecer estamos bajo la primera amenaza de existencia, por culpa de un estúpido político, los SingleDolls podríamos servir como donantes de órganos artificiales, algo parecido a lo que hacen los carroñeros, solo que ellos venden órganos como si fueran piezas de autos, y ahora este hombre propone donarnos gratuitamente a los hospitales. ¿Es esta una buena acción para la humanidad? Por supuesto que sí, pero para los SingleDolls esto es una crueldad, los humanos se hace los ciegos frente a nuestros sentimientos, que también pasamos dolor y miedo de dejar de existir.

Pablo termina de exponer su propuesta con estas últimas palabras:

—Recuerden estar pendiente al primer debate donde se discutirá esta ley, este lunes en la asamblea de la capital. Será un gran acontecimiento, porque será el día en que recuperaremos el país y donde salvaremos muchas vidas.

Todos los que están dentro de la discoteca aplauden entusiasmados y gritan buenos elogios a Pablo y su proyecto, todos menos los SingleDolls que estamos aquí. Jonnathan da un paso atrás alejándose de la barandilla, yo le busco con la mirada y le encuentro con un rostro desconcertado, él también se ve asustado, y cuando nota que le estoy viendo, grita a todos:

—¡Es hora de irnos, chicos! Ya deberíamos ir camino hacia la playa.

Todos asienten a lo dicho por Jonnathan, el moreno camina hacia la salida del área VIP, levanta el cordón de acceso y con una seña de manos hace que le sigamos.

Avanzamos con mucha prisa entre las personas que están en medio de la discoteca; bueno, yo camino con cierta dificultad debido a las ampollas que tengo en mis talones. Duelen mis pies, pero eso no va a detenerme.

La música vuelve al estruendoso volumen que alcanzaba anteriormente y logra que todos a nuestro alrededor empiecen a bailar aquel ritmo electrónico que se caracteriza por tener sonidos de instrumentos árabes. De vez en cuando giro la mirada tras mi espalda para ver si Pablo nos viene persiguiendo o para ver si ya ha regresado a la zona VIP, porque cuando él llegue y no me encuentre podría parecerle muy extraño y eso significaría más problemas.

Regreso la mirada hacia el frente, encontrándome solo con la presencia de Christopher, parece que los demás nos han dejado atrás.

Chris acerca sus labios a mis oídos para preguntarme:

—¿Qué pasa, Verónica? ¿Por qué estás cojeando?

—Los zapatos me han hecho ampollas, no puedo caminar tan rápido.

De repente, Chris se agacha dándome la espalda y se señala con ambos pulgares para que me trepe sobre él. No tardo mucho en decidirme si subir o no, así que estiro el largo de mi vestido e inmediatamente me sujeto a su espalda.

—¡Como en los viejos tiempos! —dice animado mientras se va poniendo de pie.

«Cierto, cuando lo conocí estuvimos así».

Recuesto mis pechos sobre su espalda y asomo mi cabeza a un lado de la suya para ver como le va en el camino, desde aquí atrás veo como Christopher intenta abrirse paso pidiendo permiso, algunos le escuchan y nos permiten pasar, y los que no escuchan nos miran con amargura. Por suerte, logramos salir sin ser vistos por Pablo.

Ya estando afuera, en los alrededores de la discoteca, se ven muchas personas que están charlando en grupo y otros que están fumando en solitario, mas no hay rastro de Jaqueline y los demás. Igual no es que importe, al final todo vamos al mismo lugar: hacia la calle donde mi amiga dejó estacionado el auto, o sea, como a dos cuadras de aquí.

Y avanzamos en la misma posición…Pensé que Christopher me pondría a caminar, pero no lo hace, él sigue llevándome en su espalda.

—Cre-Creo que ya puedes bajarme, Chris.

—No, una ampolla no sana en cinco minutos.

—El tramo es largo, déjame caminar, sino llegarás al auto con la espalda rota.

—No, prefiero eso a que el zapato te vuele todo el talón.

—¡Ya Chris, bájame! —insisto haciéndole más peso, pero él no se deja y me acomoda mejor tras su espalda.

—Mujer testaruda, déjame llevarte en la espalda, que el perfume que llevas puesto huele muy rico.

—Bobo. —Me ha hecho ruborizar.

He dejado de insistirle, allá él si le sale una hernia.

En lo que va del camino me he quedo tranquila, contemplando cada cosa que caracteriza a esta ciudad noctámbula: las luces de los edificios, el rojo brillante de las lámparas traseras de los autos, disfruto de la briza fresca y de la amabilidad de Chris. Por cierto, él también huele muy bien.

—Eres como mi hermano mayor, es más, a partir de ahora serás el hermano mayor.

—¿Y por qué yo debería ser el hermano mayor? —pregunta sintiéndose un poco agitado.

—Porque siempre estás cuidando de mí.

—Si cuido de ti no es porque te considere una hermana, Verónica.

De repente, Chris baja de la acera y empieza a caminar sobre el pasto de un pequeño parque, detiene sus pasos frente a una banca de concreto, se agacha un poco y me permite bajar de su espalda sosteniéndome de un brazo y de la cintura, y con delicadeza me ayuda a sentarme sobre la banca.

Chris se queda parado frente a mí y, con ambas manos guardadas en los bolsillos de su pantalón, me observa como si contemplara la aurora de una noche polar. Esa ternura que encuentro en su mirada y la sonrisa apretada en sus labios me pone un poco nerviosa.

«No comprendo esta atmosfera… ¿Por qué sonríe de esa forma? Si acaba de decirme que no me considera como su hermana».

—Entonces… —Descontenta, desvío la mirada—, si no me consideras como una hermana ¿Por qué me proteges tanto?




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