Con el amanecer, volvieron las penas de la futura separación, pero ni eso hizo que sus sonrisas se borrasen. Principalmente la de Percival, pues y aunque eso sólo lo sabía su parabatai, acababa de tener su primera vez con el amor de su vida.
Como todo, cuando el deber llama, no puedes eludirlo y por eso retomaron el paso; si bien las noches eran algo más cálidas al compartirlas juntos, la distancia pesaba cada vez más.
-Si queréis podéis ir a Idris, nosotros sabemos el camino de vuelta…-propuso Aedus, al divisar la ciudad.
Sus palabras reflejaban el dolor que suponía enfrentarse a la realidad. Que eran de mundos distintos, no sólo razas, sino en cuanto a medios.
-No, os acompañamos…sois los príncipes, debéis llegar a salvo –sentenció Ben, reteniendo a su lado a Aine.
El día de la despedida llegó al divisar la cala y el muro que franqueaba la entrada a la cueva.
-Vendremos todos los días a veros…gracias por ayudarnos. –fueron la palabras que se vio capaz de pronunciar Percival una vez dentro de la cueva; abrazados los cuerpos de ambas parejas, lloraban la separación.
Pues la promesa aunque prometedora, sabían que no sería capaz de cumplirse por las labores de unos y otros.
Los gemelos se sumergieron en el agua, considerando innecesaria alargar la agonía de la separación y dejando marchar a los parabatai que usando el portal, volvieron a Alacante.
Al entregar la copa, fueron recibidos como héroes, más ellos no se sentían así, pues lamentaban lo que habían perdido.
Eppie se extrañó al ver a sus nietos volviendo al palacio, aunque no por la tristeza que traían, que confirmó sus sospechas.
-¿Qué tal con los nefilim, mis niños?
-Bien abuela, los acuerdos siguen en pie, ellos tienen su copa y nosotros su favor –resumió Aedus, triste y reprimiendo las lágrimas.- No hubo mayores incidentes, pero estamos cansados. Si nos permites, deseamos acostarnos…
-Podéis iros- dejó que se fueran.
Al arropo de la intimidad del cuarto, ambos lloraron abrazados, consolándose por los emociones que habían despertado en ellos.
Durante meses, los gemelos acudían a diario a la cueva donde se encontraban con sus amantes. Pasaban horas cada uno por su lado, antes de volver a tener que separarse. Cuando no podían verse, mandaban notas mediante la magia del mar. Pero aquello no era suficiente, y mantenía a ambos príncipes en un estado casi depresivo, ya no había carreras, ni risas ni travesuras.
-¿Seguro que todo ha ido bien?- inquirió la reina- Antes de esta aventura, no tenía muy claro si debían ascender al trono…
-Abuela, ahora no por favor- pidió Aine.
-Dejarme hablar – le cortó reprendiéndola- Después de la aventura y estos meses, ahora lo tengo claro. Atlante no merece mejores reyes que vosotros, mis niños. Pero también es cierto que le he cogido cierto gusto a gobernar. –los príncipes sabían que debían sentirse alegres por las palabras; al fin ascenderían al trono, su legado, pero también era cierto que su abuela se mantenía demasiado enigmática, lo que los mantuvo atentos escuchándola- Veréis, prometí a vuestro padre que si le pasaba algo, ojalá no hubiera sido así… pero le prometí que me ocuparía del trono, hasta vuestra mayoría de edad. Cierto es que eso fue hace tiempo. Más del que llevan esos dos nefilim que tanto veis en la tierra. Pero no os veía preparados, siempre jugando, enredando por palacio. Pero habéis madurado y ahora que estáis preparados para reinar….No os puedo dar el trono.
-¿Por qué dic…
Eppie interrumpió a su nieto, lanzándole una mirada de advertencia.- Sigues siendo demasiado impaciente. Por eso es que el trono será para los dos, os complementais. Pero nos sois los únicos que complementan la mitad del otro. Sé que os habéis enamorado de esos nefilim –los príncipes iban a comenzar a excusarse con el rostro blanco de la impresión, cuando la matriarca se adelantó- No nací ayer, niños. Sé lo que sentís por ellos, lo sé desde antes de que vosotros lo supierais. Sólo tenía que ver cómo volvéis de las reuniones. Esperaba que fuera un capricho, para seros sincera, es difícil mantener una relación entre misma especie. Pero los tiempos cambian y el amor es amor. No existe nada que convierta a un mortal en inmortal, salvo que se suma en la oscuridad. Pero existen medios para que los inmortales nos convirtamos en mortales…
-¡NO! No abandonaremos Atlante. Les debemos lealtad. -hablaron al mismo tiempo ambos gemelos, horrorizados.
-No esperaba menos de mis queridos nietos –sonrió orgullosa Eppie, abrazando a los jóvenes- Es por esa lealtad que Atlante seguirá esperándoos aquí cuando el tiempo os separe de vuestros amores.
-¿Qué quieres decir abuela?- preguntó tímida y esperanzada Aine
-Podéis subir a reuniros con ellos, si es lo que deseáis. Disfrutar la aventura de amar, como seres inmortales se nos priva de muchas cosas y el tiempo es cruel. Si os veis capaces de estar con ellos, guardaré el trono hasta vuestro regreso al hogar.
-Abuela….-ambos abrazaron emocionados a su abuela, agradecidos por el enorme regalo que les hacía.
Prepararon su despedida temporal y subieron a la superficie, encontrándose tres días después en la plaza de Idris, querían sorprender a sus novios.
La figura de los gemelos destacaba entre los Shadowhunter como una vela en una habitación oscura. Por lo que el rumor de su presencia corrió como pólvora entre las calles, llegando a oídos de los parabatais, que corrieron al lugar donde estaban los hijos del mar.