Lloraba tanto que no podía ver. Una tras otra, lágrimas salían de sus orbes. Caían sin piedad manchando su dibujo.
Le dolía, tanto eso como el sentir un vacío de no poder terminar sus dibujos.
Siempre mal, todo estaba muy mal.
Escuchó el sonido del skate y se forzó a parar su llanto y a tapar bien sus muñecas y piernas. Cerró el cuaderno.
—Iseul —se agachó a su altura—, lamento lo de ayer, en serio —notó sus lágrimas—. No preguntaré, solo no llores, ¿sí? No debes decirme nada que no quieras, no te forzaré.
La chica lo miró en silencio, él le dedicó una sonrisa. Tal vez debía arriesgar. De todos modos, él no entendería.
—Ten —extendió su cuaderno a él.
—¿En serio? —la miró estupefacto—. ¿Dices que puedo? —asintió—. Y-yo... está bien, con tu permiso...
Estaba nervioso. Seguro se debía a que ella se había negado a enseñárselo tantas veces que no imaginaba lo que ocultaba.
Sin embargo, solo eran dibujos. Eran sombríos y en parte aterradores. No los entendía.
—No los pintaste... —la miró ladeando la cabeza.
Iseul sonrió ligeramente. Y es que para sus ojos no había nada más que blanco y negro.
Los colores ya no existían. Tanto así como sus esperanzas.
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