Olivia
El moño se me caía a pedazos, la falda tenía una corrida que parecía una herida de guerra y mi camisa… bueno, digamos que había conocido tiempos mejores. No era la entrada triunfal que había imaginado para mi primer día, pero después de la persecución con Héctor y su manía de cobrarme la renta a principio de mes, llegar viva ya era un mérito.
Una vez frente al imponente edificio de oficinas, me di cuenta de que parecía un sapo de otro pozo. Aunque daba igual, porque, por lo general, nadie reparaba en la chica de la limpieza.
Sin embargo, cuando subí al ascensor y me vi reflejada en la pared espejada, comprendí lo profundo del desastre. Intenté, sin mucho éxito, arreglarme el cabello y alisar la falda.
Por suerte, mi encargado era un hombre encantador que estaba a punto de jubilarse, y los ancianos se me daban bien: me veían automáticamente como una nieta, manteniéndome bajo su cálida ala.
Esta no fue la excepción. Me asignó menos oficinas que a mis compañeras con la excusa de que era mi primer día, lo que les hizo poner los ojos en blanco. Así que, antes de las diez, ya había terminado con todo.
Alfred parpadeó confundido cuando le dije que las tres oficinas que me encargó estaban listas, y su asombro solo creció cuando regresó de controlarlas.
—Estoy muy sorprendido, Oli —dijo, cambiando los productos del carro de limpieza—. Ninguna termina antes de las doce del mediodía.
Me mordí la lengua para no contarle que había encontrado a mis compañeras holgazaneando.
—Creo que podría encargarte Mordor —se dio un golpecito en la barbilla, en tanto me miraba como si acabase de dar en el clavo.
—¿Qué? —Reí—. ¿Qué es Mordor? —Para ser honesta, no me entusiasmaba demasiado el nombre.
—Ya sabes, el sombrío reino de Sauron… ¿El señor oscuro de las tierras medias?—Negué con la cabeza, sin comprender.
—Es algo que dijo la octava chica que despidieron y a todos nos pareció gracioso. Por supuesto, mientras el señor Carter no se entere —murmuró, como si ese tal Langford, pudiese escucharlo —. Comentó que el piso de la empresa de marketing era un lugar oscuro y peligroso, dominado por un espíritu corrupto. Bueno —chasqueó la lengua—, eso fue antes de que la echaran. Era una chica agradable y divertida. Tenía muchas ocurrencias, fue una pena —. Se lamentó y abrí los ojos de par en par, al tiempo que él reía entre dientes —. No me mires así, no es Sauron de verdad, es solo el señor Langford.
—Eso no me tranquiliza demasiado. Me daría igual si es ogro o un espíritu que me quiere poseer; lo que me preocupa es que me envíes a un lugar donde puedan despedirme. ¿Ya te mencioné que esta mañana literalmente tuve que escapar por la ventana de mi casero?
La historia le parecía de lo más graciosa, porque se estremeció por una carcajada.
—¡Ja! ¡Qué cosas dices, Oli! —Rio, sin saber que hablaba completamente en serio—. Carter Langford no va a despedirte, porque hiciste un trabajo excelente. Además, según los horarios, tendrá reuniones toda la mañana. Podrás entrar y salir sin ser vista. Y si se queja, le diré que sigo limpiando yo, porque todas le temen. ¿Hecho?
Lo dudé un momento, pero al ver sus manos callosas y temblorosas, su figura encorvada, fui incapaz de negarme.
Argg… Era un viejecito adorable y no podía decirle que no.
—Está bien —dije a regañadientes, saliendo del cuarto de limpieza mientras él sonreía, agradecido por un par de horas de descanso.
Subí al ascensor y, cuando llegué al anteúltimo piso, las puertas se abrieron revelando un ambiente que parecía igual al resto: oficinas, una sala de juntas, cubículos.
A esa hora, el lugar estaba medio vacío; la mayoría bajaba por café para sobrevivir al lunes.
De camino a la gerencia, solo vi una joven que hacía copias con cara de aburrimiento y un par de hombres de traje que hablaban sobre un partido. No parecía la tierra media y oscura que todos temían.
El área de cubículos se limpiaba después del horario laboral, y las oficinas de gerencia, a primera hora, antes de que llegaran. También se aprovechaban las reuniones externas para terminar lo que quedaba pendiente.
Sin embargo, esa en particular llevaba dos días sin asearse. Miré la lista con los horarios y me pregunté por qué.
¿Cómo había llamado Alfred al piso dieciséis?
Ah, sí: Mordor, un lugar sombrío y peligroso.
Igual, solo era una leyenda urbana.
Porque el sitio era amplio y luminoso, con una pared de cristal que mostraba en grandes letras gris plomo: APEX MEDIA SOLUTIONS.
El nombre sonaba moderno, aunque el gerente, según decían, era un viejo gruñón que disfrutaba despedir gente, quejarse de todo y hacer trabajar de más al pobre Alfred.
Por suerte, no tendría que cruzarlo.
Recorrí el pasillo alfombrado y abrí la puerta de la recepción, empujando el carro de limpieza hacia atrás mientras sostenía la pesada puerta con el pie. Entonces sentí el impacto. Fuerte. Seco. Como chocar contra una pared de concreto.
Solo que la pared se quejó y no sonó bien.
—¡Ay! —exclamó un hombre con voz resonante —¿Por qué no ves por donde vas, mujer?
Me quedé inmóvil. ¿Sería Sauron en persona? Si era así, ya podía dar por terminado mi breve paso por APEX.
—Lo siento —balbuceé, encogiéndome y apretando los ojos con fuerza.
—¿Acaso es tu costumbre atropellar a los ejecutivos de este edificio, o tuve el honor de ser el primero? —La voz grave venía de arriba. Muy arriba.
Abrí un ojo, y lo primero que vi fue una muñeca fuerte, bronceada, con un reloj de oro sólido y unos dedos largos que sostenían un auricular portátil, de esos que mi papá todavía presumía entre sus amigos.
Esa mano no pertenecía a un anciano, al parecer no era el Señor oscuro de las tierras medias y lejos de tranquilizarme, me puso más nerviosa. ¿Y si era su hijo e iba con el chisme a su papaito?