—Si querías tener una cita conmigo, sólo debías decirlo, sabelotodo. No tenías que hacer eso de la apuesta.
—No es una cita y la apuesta hará que sea más divertido.
Estamos sentados en una de las mesitas del Bowling, bebiendo unos refrescos.
Jason me mira atentamente mientras escribo en una servilleta.
—¿De dónde sacaste un lápiz?
—Siempre llevo uno conmigo ¿Tú no?
Él bufa, mirando sobre mi hombro. Estoy concentrada en lo que escribo, pero sé perfectamente que en la mesita detrás de mí hay una chica que no le ha quitado el ojo de encima.
Es linda y no es pelirroja.
—¿Estás tan segura de que ganarás? —me cuestiona, poniendo en duda mis habilidades deportivas.
No me extraña. Me he dedicado a cultivar mi cerebro, dejando de lado cuestiones básicas de la corporalidad como la sincronicidad, el equilibrio y la motricidad fina, pero tengo un cerebro lleno de información útil.
—Por supuesto —afirmo con confianza—, lo tengo todo calculado.
Le muestro la servilleta donde hice una serie de ecuaciones que asegurarán mi triunfo.
Jason parece pasmado y su expresión es hermosa. Eso pasa porque los hombres no están acostumbrados a apreciar la inteligencia femenina.
—En base a mi masa corporal, calculé qué tamaño de bola sería la más adecuada de usar, junto con la fuerza necesaria que debería aplicarle para hacer una chuza. Mientras ibas al baño, le pedí a los empleados las medidas de la pista y las masas de los pinos. Incluso calculé el momentum lineal de la bola para que con el mínimo esfuerzo logre patearte el trasero.
Me mira boquiabierto y me lleno de orgullo. Soy maravillosa.
—Sabelotodo, realmente tienes un don para quitarle la diversión a las cosas.
¿Qué?
Me toma de la mano y me lleva por fin a jugar. El primer turno es mío. Escojo la bola correcta, inhalo profundamente para poner a mi cuerpo en sintonía con las ecuaciones que tengo en la cabeza y llevo mi brazo hacia atrás para conseguir el impulso deseado.
Y algo que escapó a mis cálculos ocurre. La bola se me suelta y se va para atrás, donde Jason logra esquivarla.
Obviamente se ríe a carcajadas. Intento volver a la mesita para corregir mis ecuaciones, pero él me detiene.
—Sigue siendo tu turno, lanza rápido para que me toque a mí.
—¡Pero la física! —reclamo en vano, él no me deja pasar.
Segundo intento. Cojo la bola y me aseguro de aferrarla lo suficiente para que el bochornoso incidente no vuelva a ocurrir. La bola cae justo en el medio de la pista, siguiendo una trayectoria perfectamente rectilínea y uniforme hasta que llega a la mitad, donde inexplicablemente se desvía, yéndose por la canaleta y sin botar ningún pino.
—La pista tiene una inclinación —digo con seguridad, oyendo a Jason burlarse de mí.
Esto no estaba en mis cálculos. En el siguiente lanzamiento me pasa lo mismo.
En el turno de Jason voy con los encargados a quejarme.
—Disculpe, creo que la pista 4 tiene una inclinación ¿Podría darnos otra?
—La pista está en perfecto estado, no es nuestra culpa que usted no sepa jugar —dice con tono monótono y desinteresado.
¿Cómo no se han ido a la quiebra si tratan a sus clientes así?
Mis cálculos son correctos, pero de nada servirán si la pista está defectuosa.
¡Yo confié en la perfección de sus instalaciones, malditos!
—¿Tiene un nivel? Exijo una confirmación de que la pista no está inclinada.
El tipo bufa y oigo a otros clientes riendo tras de mí. Se ha hecho una pequeña fila.
—Escuche, señorita, la pista no tiene ningún problema. Mejor pídale a su novio que le enseñe, ya hizo una chuza.
Me quedo pasmada, sintiendo que el párpado me tirita. No sé qué me enfada más, el hecho de que piense que necesito de un hombre para que me enseñe, que diga que Jason es mi novio o que él haya hecho una chuza.
—¡Jason, maldito tramposo!
Esto no se quedará así.
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Editado: 27.10.2020