¿Qué motivos tendría Jason para matar al taxista?
Eso es lo que pienso mientras como. No tenía hambre, pero Dick insistió.
También insistió para que le contara lo sucedido con Jason y el asunto del taxi.
Le dije que intentó pelear con el conductor. No me atreví a hablar de la pistola. Eso es algo que supera la realidad y todavía no me lo creo.
Y también soy una idiota, porque lo estoy encubriendo.
Lo más probable es que crea conocer a ese hombre, como a todos los demás. Algo muy malo debió haber hecho, porque lo miraba con terror. Tanto que estaba dispuesto a matarlo.
Dick por fin se va, a mediodía. Promete intentar hablar con Jason de hombre a hombre, dice, lo que sea que eso signifique. En cuanto me quedo a solas, voy por mi teléfono.
Llamo a Jason, no contesta.
Le envío un mensaje pidiéndole que hablemos. Lo ve, pero no contesta. Realmente no esperaba que lo hiciera, pero debía intentarlo.
Busco el mensaje que le envié a mi tía anoche. Cada vez que uso un taxi, le envío un mensaje con el número de la matrícula, por seguridad. Dudo que Jason lo tenga, anoche estaba oscuro y todo pasó muy rápido. En la web encuentro el número de la compañía de taxis y llamo.
Me contesta una mujer de voz aguda y melosa.
—Hola. Anoche viajé en uno de sus taxis y perdí un arete. Es una reliquia de mi abuela y necesito encontrarlo con urgencia. Tengo el número de la matrícula.
Espero mientras ella busca.
—Oh, ese es el número de mi puddin, digo, del señor J. Le preguntaré cuando venga a la hora del almuerzo.
—¿A qué hora es eso?
—A la una y treinta. La llamaré si tengo buenas noticias.
Faltan diez minutos para la una. Salgo rápido de la casa, procurando ir de incógnito nuevamente y corro al paradero de autobuses.
Llego a la central de taxis a la una y veinte. Miro en derredor por si veo a Jason. Él puede estar esperando por aquí también. En el estacionamiento hay varios autos. En la segunda fila, a la derecha, está el que busco. El hombre debe estar en la central.
El frontis de cristal me permite ver al interior. El escritorio de la recepción está vacío, pero la puerta está abierta, así que entro. La pequeña sala tiene una puerta al costado y un pasillo que avanza al interior.
—Hola ¿Hay alguien aquí?
Nadie contesta.
Espero frente al escritorio hasta que unas risas llegan desde el pasillo. Le siguen unos murmullos y me atrevo a andar a paso lento. Hay algunas puertas, todas cerradas, excepto la del fondo, por la que se cuela un fino hilo de luz que ilumina el sombrío pasillo.
A medida que me acerco, los murmullos cobran forma y reconozco la voz de la telefonista.
—Puddin... ¡Eres maravilloso!
—¡No me llames así!
—¡Pero yo quiero comer más de mi delicioso Puddin!
—No hables con la boca llena.
Es él. Es la voz del taxista.
Me apresuro a mirar por la escasa apertura de la puerta y retrocedo al instante, impactada por la horrorosa visión. No esperaba encontrarme con una escena tan espeluznante y salgo corriendo, con el corazón alborotado y el rostro enrojecido. Empujo la puerta de cristal y choco con alguien, cayendo de bruces sobre él.
—Lo... ¡Lo siento! —me disculpo, temblorosa y asustada.
—¡¿Qué mierda estás haciendo aquí?!
Jason. Es Jason.
No contesto, todo se agolpa y retuerce en mi cabeza como si hubiera un ciclón sacudiendo mis ideas y las palabras no me salen.
—¡¿Él está aquí?! ¡¿Te hizo algo?!
Isabel, piensa rápido, me digo a mí misma, viendo a Jason levantarse para entrar. Puedo ver la pistola en su cintura, bajo la chaqueta.
—¡Espera! —me levanto también, cogiéndolo del brazo—. Él no está, pero sé dónde encontrarlo.
Su expresión es de duda. Luce cansado, ojeroso y desquiciado. No puedo dejar que lastime a nadie.
Le cuento la historia del arete y que, aprovechando que la telefonista no estaba, encontré la dirección del taxista en su computador.
—¡Eres genial, Isabel! —celebra, besando mi cabeza y tomando mi mano.
La suya está fría y me aprieta con fuerza, llevándome por el estacionamiento hasta un auto negro.
—Date prisa y sube. Debes llevarme con él.
El terror que siento es abrumador y la forma en que Jason me sonríe, sólo lo vuelve peor.
No sé cómo voy a salir de ésta.
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Editado: 27.10.2020