Jason no tuvo problemas para hacer andar el auto sin las llaves. No estaba segura si alegrarme o no por eso. Ni siquiera quise preguntarle de dónde lo había sacado.
Me dejó en casa, con promesas de no volver a buscar al taxista o usar armas. Tuve que prometerle no usar taxis, por raro que fuera. Podía transar en eso, al menos hasta averiguar lo que ocurría.
—Nos vemos el lunes —le dije, despidiéndome.
—Mañana —dijo él—. Vendré por ti mañana.
Y aquí estoy ahora, esperando por él.
Lo poco que queda de la Isabel romántica está saltando de alegría porque quiere creer que tendremos una cita; el resto de mí está en guardia, atrincherada tras una barricada, preparándose para lo peor.
Mi tía sabe que saldré con Jason y parece más ansiosa que yo.
—Cariño, ¿No crees que deberías usar algo más femenino? Te ves tan linda con vestido —comenta, llena de ilusión.
Llevo unos jeans y zapatillas. Debo usar ropa cómoda y apta para correr. No sé lo que podría pasar.
—Probablemente él venga en su moto, no iré en ella con vestido.
Mi tía sigue mirándome, pensativa, en actitud crítica.
—¿No vas a ponerte algo de maquillaje? Eres una muchacha hermosa, pero no te sacas partido.
Finjo que no oí eso último que dijo ¿Sacarse partido? ¡Yo no estoy a la venta! No soy un producto que deba promocionarse para que alguien lo quiera y acepte, eso es asqueroso.
Además, cuando me maquillé la última vez ni siquiera le importó. No haré el ridículo de nuevo, él no me hará sentir como una idiota chiquilla enamorada y patética.
Él ha hecho demasiadas estupideces y yo he seguido a su lado, pues ya me harté. Lo quiero, pero eso no basta. Es hora de que sea él quien me demuestre si me quiere o no, y si desea que sea su novia, tendrá que conquistarme.
Y no se lo haré fácil.
—Yo le saco partido a mi cerebro tía, ese es mi encanto.
Ella suspira.
—En mis tiempos, a los hombres no les gustaba que las mujeres se creyeran más listas que ellos. No creo que las cosas hayan cambiado mucho.
Me afirmo de la mesa de la cocina para no caerme de la impresión. Algo de razón tiene y eso es muy lamentable.
—A Jason le gusta que yo sea lista —aseguro, con algo de orgullo.
Recuerdo que él habló de eso con Dick, además, guardó mi servilleta con ecuaciones. Yo soy su sabelotodo.
—Me alegro por ti, querida. Al menos la blusa que llevas es bonita. Hace ver tu cintura pequeñita y a tu busto muy grande y firme ¡Mi niña creció tan rápido! —exclama, tocando mis pechos.
Me alejo un poco, avergonzada y ella estalla en risas. Cuando el timbre suena, salgo corriendo escaleras arriba. Frente al espejo de mi cuarto confirmo que mi tía tenía razón. Esta blusa antes que quedaba holgada, pero ahora mi cuerpo ya no es el de una niña. Además está vieja y debería deshacerme de ella, pero es mi favorita.
Busco un sweater ancho y nada provocativo. A mi tía no le gusta y se lo he quitado varias veces cuando ha estado a punto de convertirlo en trapero, y con lo suave y cómodo que es. Vuelvo a mirarme al espejo antes de salir y hago una revisión: cabello: despeinado, rostro: pálido y deslavado, vestuario: como para pasarse la tarde de domingo viendo tele en el sillón.
Sí, ya estoy lista.
Mientras bajo la escalera, oigo voces en la cocina. Cuando llego, veo a mi tía muy cerca de Jason, que parece bastante intimidado.
Y cómo no estarlo, si ella le habla con un cuchillo en la mano y expresión aterradora.
—¡Oh, querida, ya estás aquí! —dice mi tía cuando me ve, apartándose de él—. Estaba por pedirle a Jason que probara mi nueva receta de galletas —asegura, sonriendo cínicamente mientras le extiende una bandeja.
Él toma una, dubitativo y no sería raro si lo que se asoma en sus brillantes ojos fuera miedo. La mastica con cautela, saboreándola como si probara algo venenoso.
Admito que es bastante gracioso verlo.
—Saben bien —dice él— ¿Tienen almendras?
La sonrisa en la cara de mi tía es espeluznante.
—No, pero dicen que así huele el cianuro.
Atónito, la garganta se le cierra y empieza a toser, atragantado por las migajas de galletas. Le doy golpes en la espalda, mirando a mi tía con enfado. Ella ríe burlonamente hasta que ve mi sweater. Se lleva las manos a la cabeza, haciéndome gestos para que me lo saque.
Un vaso con agua alivia el malestar de Jason, que está rojo por tanto toser. Se toca el pecho, por donde las migajas le rasparon en su accidentado paso por el esófago. Cuando está mejor, me lo llevo. No quiero que siga experimentando la malicia de mi tía.
Aunque se lo merezca un poco.
Ella, incitándome a que me viera atractiva para conquistarlo y cuando llega, intenta matarlo. Su modo de razonar es un enigma que no planeo resolver por ahora.
—Tu tía puede llegar a ser más aterradora que el payaso —balbucea él, avanzando hasta la motocicleta.
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Editado: 27.10.2020