Mi grito es ahogado por una mano fría y real. No hay ojos rojos frente a mí.
—Isabel, cálmate, soy yo —susurra.
Los pasos de mi tía se acercan presurosos. Cuando abre la puerta, él ya ha desaparecido.
—Cariño ¿Qué ocurrió? ¿Estás bien?
Estar bien ha adquirido muchos significados.
—Sí, sólo... sólo fue una pesadilla, tía... No quise asustarte —le digo, sin dejar de ver el clóset frente a mí.
Ella me abraza dulcemente.
—Me quedaré contigo como cuando eras pequeña, así dormirás tranquila.
En el pasado, ella se encargó de desvanecer hasta la última de mis pesadillas infantiles. Ahora es distinto, las pesadillas han cruzado las fronteras del sueño.
—No es necesario, tía. Estaré bien, descuida.
Acaricia mi cabeza, mirando alrededor. Revisa que la ventana esté bien cerrada y camina hacia la puerta.
—Si no puedes dormir, eres bienvenida en mi habitación —dice, antes de lanzarme un beso y salir.
Me mantengo estática en la cama, sabiendo que ella sigue tras la puerta y que Jason sigue oculto en el clóset. Sólo cuando la oigo alejarse vuelvo a respirar. Y él se asoma.
—¡¿Quieres matarme de un infarto?! —le reclamo, todavía sin poder creer que esté aquí.
—Yo también casi muero de un infarto —susurra, poniendo el seguro de la puerta—. Si tu tía me encuentra aquí, me descuartiza.
En eso debió pensar antes de meterse a mi habitación por la noche. La locura nunca se sintió tan real como cuando sentí su presencia en la cama.
—¿Qué haces aquí? —Intento controlar mi espanto para no hablar demasiado fuerte.
—Vine a dormir contigo —suelta con toda tranquilidad, quitándose la chaqueta.
Esto de estar loca es demasiado intenso. De seguro estoy alucinando otra vez.
—¿Por qué?
—Porque te oías muy asustada cuando hablamos por teléfono. Además, no voy a dejar que otro chico se meta a tu habitación, aunque sea imaginario.
Eso se oye dulce de un modo muy retorcido. Él es adorable, pienso, hasta que se empieza a quitar también el pantalón. Desvío la vista, consciente de mi sonrojo. Así debe sentirse cuando me quito la ropa frente a él. Mi corazón late tan rápido que podría estallar. No volveré a hacerlo.
Jason guarda las prendas en mi clóset y se mete en la cama junto a mí. No me muevo, no puedo. Vuelve a rodear mi cintura y su mano sigue fría, todo su cuerpo sigue frío. Es aterrador.
—No podrás hacer nada contra él si viene —reconozco, con la vista pegada en el techo, estática entre sus brazos.
Siento sus piernas rodeando las mías. Jamás había sentido las piernas de un chico. Si sus dedos de los pies tocan los míos, me muero.
—Yo también estoy loco, tal vez pueda verlo y partirle la cara a puñetazos —asegura, riendo.
Creo que espera que yo también me ría, pero no puedo.
Me pregunta por el regalo. Le digo que me encantó, aunque mi tono plano y monótono no refleje ni una pizca de la emoción que sentía cuando lo abrí.
—Entonces ¿Me darás un premio? —Su tono seductor me corta la respiración y el roce de su nariz en mi mejilla me sacude como un choque eléctrico.
Lo aparto, alejándome de él la distancia de mis brazos.
—Lo siento, Jason... Todo se complicó demasiado y no puedo seguir así. Era más feliz antes... Quiero que terminemos.
Me preparo para recibir su ira, que mi tía escuche nuestros gritos, nos descubra y todo acabe en crimen pasional. Sería el final perfecto para una vida llena de locura y sueños rotos, con mundos alternos y conejos perdidos en el tiempo.
—Bien —dice, sin que se perturbe un ápice su tranquilidad—. También creo que estábamos mejor antes.
¿Así de fácil? ¿Y su ira? ¿Desde cuándo es tan comprensivo? Debo estar alucinando de nuevo, éste no es Jason.
—¿No estás enfadado?
—Claro que no, no se pueden forzar los sentimientos —dice, con una madurez que no sabía que tenía.
—¡Pero mis sentimientos por ti no han cambiado! Es sólo que... no estoy lista para tener un novio todavía.
Él sonríe, acariciando mi mejilla.
—Sigamos siendo amigos entonces —dice, atrayéndome hasta su pecho.
Su cuerpo ya no está frío y vuelve a sentirse como un lugar seguro. Lo abrazo con absoluta confianza y no me importa que mis piernas estén entre las suyas.
—No sabes el alivio que siento, gracias por estar aquí —admito, con la cabeza cómodamente apoyada en su hombro.
Él besa mi frente y se siente maravilloso. Vuelve a hacerlo y mi corazón se acelera, pero no como antes. No como cuando besó mi cuello, esta vez me gusta. Y no gastaré energías en tratar de entender lo que me ocurre.
Creo que estoy loca y ya. Y él lo está conmigo.
Acaricio su suave mejilla y trazo con mis dedos la línea de su firme mandíbula hasta su mentón. Subo hasta sus labios mientras sus ojos me miran llenos de serenidad.
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Editado: 27.10.2020