Me encuentro sentado en un banco frente a mi escuela secundaria, veo pasar a los estudiantes; muchos de ellos se van en el bus escolar, a otros los recogen sus padres. Siempre me ha parecido que no encajo con ellos ni en ningún otro lugar en que me encuentre. Quedo sumido en mis pensamientos y retrocedo al cuarto miserable, con hedor a alcohol y humo de cigarrillos. Estoy en una esquina de la casa, de pie, asustado, con hambre y observando como ese hombre golpea a mi madre, la golpea una y otra vez, ella grita, es un ruido espantoso que no puedo parar de escuchar. Finalmente ella queda tirada en un charco de sangre, producto de todos los golpes que ese ¨nuevo amigo¨ le propina.
Ella gime de dolor, pero no me atrevo a cercarme por miedo a ser golpeado también como tantas veces, todavía me duele la espalda de los latigazos que me propino uno de sus ¨amigos¨ hace dos noches. De repente el ¨nuevo a migo¨ se dirige hacia mí, me mira con esos ojos inflamados de sangre por todo el alcohol y la droga que ha tomado. Mi cuerpo empieza a temblar y en mi mente grita: otra vez no por favor, no, no, no noooo.
Vuelvo al presente y mis puños están apretados, recuerdo que ya no soy ese niño indefenso, al que golpeaban y violentaban de tantas maneras. Hoy cumplo 18 años y pronto terminaré la secundaria, por fin podre ingresar a la universidad y dar un paso más para ser alguien en la vida. Me he prometido que voy triunfar y tendré mucho dinero, para darme lujos, para comprarme cosas y para nunca más sufrir vejaciones ni humillaciones
Me dirijo a mi casa sintiendo la brisa en mi cara, voy caminando, prefiero caminar que ir en el bus con todos esos idiotas que no toman la vida en serio. La señora L siempre dice que parezco mayor de lo que soy, dice que debo sonreír más y que la vida no es solo sufrimiento. Creo que dice eso porque no se imagina realmente por todo lo que he tenido que pasar, pero prefiero que ese siga siendo mi secreto.
Mi casa queda ubicada en un vecindario alejado del centro de la ciudad, pero cercano a la escuela. Siempre me da la bienvenida el olor a desperdicios del callejón que debo cruzar antes de llegar a mi morada, y pienso nuevamente que pronto podre irme de ese lugar. A pesar del barrio donde queda mi casa, es un lugar limpio y acogedor, la señora L se encarga de que sea así, la verdad si no fuera por ella creo que habría muerto, ella es mi ángel de la guarda.
Hola señora L—saludo al llegar a la casa
_¿Cómo estás Jackson? Estoy en la cocina
Me dirijo a la cocina que se encuentra ubicada al lado de la sala, dividida por un pequeño desayunador y me encuentro a la señora L terminando de sacar un apetecible pastel de chocolate del horno, mi favorito, pienso. Ella me mira con esa sonrisa que siempre lleva en el rostro.
_¿Crees que había olvidado tu cumpleaños mi niño? Eso nunca! Aquí está tu rico pastel de chocolate, tu favorito.
_Gracias señora L – Le doy un fuerte abrazo, esa mujer siempre me llega al corazón, es la madre que no tuve, siempre da la cara por mí. Ella no se imagina cuanto me conmueve con sus atenciones.
La señora L, realmente se llama Lidia Campos, cariñosamente le digo señora L. Nunca tuvo hijos y nunca se caso, dijo que no lo hizo porque no le dio la gana. Es una persona alegre, cariñosa y me acogió por medio del seguro social, ya que ella trabajaba ahí como supervisora. Creo que mi caso le impacto y se hizo cargo personalmente de mi, hasta que logro quedarse con mi tutoría, gracias a que ella conoce el sistema bastante bien.
Nos sentamos juntos y comemos mi delicioso pastel de cumpleaños, no puedo evitar pensar que seguro se gastó varios dólares para poder hacerme el pastel. Últimamente estamos cortos de dinero, porque la señora L ha estado enferma. Esa es otra de las razones por las que quiero salir adelante y ganar dinero. Luego de comer el pastel le doy las gracias de nuevo y la beso en la mejilla para luego ir a mi habitación a revisar las notas que hice de posibles trabajos a los que pienso aplicar.
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Hoy es viernes, último día de clases de la semana, eso no me emociona mucho porque total no haré nada el fin de semana. Estoy sentado en la última silla de mi salón esperando que mis compañeros salgan del aula para poder acercarme a la maestra Elena. Ella siempre se ha mostrado amable conmigo y me ha animado a optar por una beca. Es una mujer de mediana edad, con el pelo negro corto, usa lentes (como casi todas las maestras) y siempre lleva una sonrisa amable en el rostro. Lo que siempre me ha parecido extraño es que viste de manera muy elegante y distinguida y maneja un choche último modelo, pero esas no son cosas que deban importarme.
La maestra Elena nota que me he quedado en el salón, me observa y me animo a acercarme. No encuentro como empezar a decirle lo que le quiero decir.
_¿Me quieres decir algo Jackson Blair?
Carraspeo y me siento ahora mucho más nervioso que antes
_Sí maestra Elena, vera, es que quiero pedirle un gran favor, sé que no me conoce del todo, pero creo que usted es la única persona que me puede ayudar—suelto todo rápidamente
_¿ Y que se le ofrece a mi alumno más guapo?—creo que me está tomando el pelo, tiene esa sonrisita que indica que se está divirtiendo.
_Es que este año finalizo la secundaria…bueno eso usted ya lo sabe. La cosa es que quiero que por favor me permita ponerla de referencia en mi curriculum, es que usted es la única persona honorable que conozco, aparte de la señora L, y necesito al menos dos regencias—me quedo mirándola con una gran expectativa, creo que la maestra Elena pudo escuchar los latidos de mi corazón.
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amor incondicional, felicidad y tristeza, diferencia de edad
Editado: 10.08.2019