Solo tú

7. Elenor

Mi despertador suena encima de la mesita de noche y me levanto de un salto de la cama. Tengo mucha energía esa mañana y estoy dispuesta a aprovecharla. 

Me preparo para ir al gimnasio, me monto en mi coche y entro en el recinto. Subo hasta la segunda planta y enrollo las vendas alrededor de mis manos para, después, ponerme los guantes y darle unos golpes al saco. 

Me coloco los auriculares inalámbricos en los oídos, le doy a reproducir las canciones de Mónica Naranjo, ya que necesito de la fuerza que esa mujer tiene en su voz, y golpeo el saco con mis puños y piernas, una y otra vez, pensando que es mi jefe. 

Estoy inmersa en mi entrenamiento cuando veo por el rabillo del ojo que alguien se me acerca. Paro un momento para encontrarme con el chico que me ayudó ayer y lo saludo con un movimiento de mano. 

—¿Ha pensado en el día que podríamos cenar juntos? —le inquiero observando cómo se pone detrás del saco y lo sujeta para que yo comience a golpearlo de nuevo. 

—El viernes podría hacer un hueco. ¿Le viene bien? 

—Tengo un acontecimiento por la mañana, pero sí, podré por la noche. Reservaré…

—No se preocupe. Yo haré la reserva. Soy un poco quisquilloso con los restaurantes —me interrumpe el muchacho con una sonrisa en sus grandes rasgados ojos marrones. 

—Como quiera. ¿A las ocho está bien?

—Está estupendo. No me contestó la pregunta —recuerda él clavando su mirada en mí. 

Lo miro confundida, observo con atención sus grandes ojos, como los de un cervatillo, y siento que mis rodillas tiemblan al sentir un gran fuego recorrer todo mi cuerpo. 

—¿Cuál era? Creo que la he olvidado —lo interrogo tragando con dificultad aquel extraño sentimiento. 

—¿Cómo ha acabado trabajando en Corea?

—¿Podemos tutearnos? —él asiente con una leve sonrisa y yo continúo—: Hace cuatro años mis jefes me dieron la oportunidad. Sé hablar coreano e inglés, así que, me vieron como la mejor opción para traerme y dar mis servicios a la empresa desde aquí.

—Así que, en realidad, no estás contratada en Corea, sino en el país de origen de esa empresa, ¿no? 

—Al principio sí, pero hace dos años me contrataron desde esta sucursal. 

—¿Y te gusta vivir aquí? —se interesó el joven enrollando las vendas alrededor de sus manos para empezar a golpear el saco.

—Lo cierto es que sí, aunque me siento un poco sola. Mi madre está en España, bueno, toda mi familia está allí, y hay días en los que los echo mucho en falta. 

El chico se levantó, se acercó al punching ball y empezó a golpearlo mientras yo lo sujetaba como él había hecho minutos antes. 

—Pues ya no estás tan sola. Acabas de encontrar a un amigo. Puedes llamarme cada vez que tengas un día malo —me propone concentrado en los golpes que lanza. 

—Te lo agradezco. Es posible que después de saber lo pesada que soy te arrepientas de esa propuesta —me rio haciendo que él saque una maravillosa carcajada. 

—No lo creo. Sé escuchar y soy curioso. 

Continuamos hablando y entrenando hasta que llega la hora en la que tengo que irme para no llegar tarde al trabajo. 

Me despido de él con un apretón de manos suave, una leve reverencia con la cabeza y un movimiento de mano.

—¿Nos vemos mañana? —me pregunta cuando estoy a punto de salir por la puerta para dirigirme hacia las escaleras. 

Me doy la vuelta para mirarlo, le sonrío, aunque no puede verlo, y asiento antes de marcharme. 

***

Entro en la oficina y mi secretaria me avisa de que los jefes de mi jefe están en su despacho, listos para ir el viernes a la presentación del libro. Por lo visto, están preocupados por el lanzamiento y todos los gastos que ello conlleva.

—La editorial está pasando por un mal momento y los últimos escritores no han conseguido las ganancias que se esperaba para recuperar lo invertido —me cuenta mi secretaria en un susurro, temiendo que puedan oírla. 

—¿Me tomas el pelo? Yo he visto los números de contabilidad y están mejor que bien. ¿Por qué dicen que no? 

La mujer se encoge de hombros confundida y yo entro en mi despacho para alejarme de los gritos de los jefes superiores. “¿Qué está pasando realmente? No puede ser la cuestión económica”, me pregunto sentada en mi silla, esperando a que se encienda mi ordenador.

No se me ocurre qué otra cosa puede ser por lo que le estén echando la bronca del siglo a mi jefe, pero debe de ser grave cuando no se contienen en sus gritos. 

Escucho que se abre la puerta y un portazo que me sobresalta. Estoy a punto de levantarme cuando mi jefe entra como una furia en mi despacho, cierra la puerta detrás de él, baja los festones y se acerca a mí, enfadado y apasionado. 

Me rodea la cintura con uno de sus brazos, me acerca a él y me besa con salvajismo, agarrando mi nuca con su mano para que no pueda alejarme. 

Intento zafarme y no caer en la tentación de sus besos y de su cuerpo, no obstante, es fuerte y se me complica. Consigo llevar mi brazo hasta su garganta, tiro hacia arriba para que se quede sin respiración y me suelta con una mirada encendida.



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En el texto hay: romance, amor

Editado: 12.05.2023

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