La oficina está casi desierta y aprovecho para centrarme en el reportaje de mi amiga y nueva cliente. Quiere vender el apartamento con rapidez y yo soy la indicada para llevarlo a cabo.
Paso todas las imágenes al ordenador y las voy seleccionando para colocarlas sobre el fondo de una de las fotos del parque cercano.
Agrego algunos comentarios para que llame más la atención y me llevo la mano a la nuca para masajearla.
Me he quedado sola en la oficina, así que empiezo a recoger mis cosas cuando mi móvil suena encima de mi mesa.
Veo la foto de mi amiga con su marido y una angustia se apodera de mi pecho. Respiro hondo para infundirme valor y respondo:
—¿Qué ocurre, HanSoo?
—Tu padre está aquí —me contesta el marido de mi amiga.
El mundo se vuelve a apoyar sobre mis hombros, me siento un momento en la silla y trago con dificultad la congoja atascada en mi garganta.
—Voy para allá —digo, por fin, cuando mi voz sale sin emoción alguna.
Cuelgo la llamada, noto que las lágrimas recorren mis mejillas, las seco con mi mano y me pongo en marcha.
No tardo ni quince minutos en llegar, me apeo del coche y entro en la comisaría para recoger a mi padre.
Me encuentro con mi amigo, que me lleva hasta él, y me siento en el camastro, a su lado.
—Otra vez aquí —le comento a mi padre sin mirarle a la cara.
—Me he dado cuenta —es la respuesta que recibo con un eructo.
Arrugo la nariz al oler el alcohol de las cervezas que se ha tomado y giro la cabeza para clavar mis ojos en él. Sé que puede ver la decepción reflejada en mi mirada, pero no me importa. Estoy harta de esta situación.
—No puedo más. Sé que hubieras preferido que yo muriera en ese accidente, pero créeme, yo también lo preferiría a estar viviendo en este castigo que tú me estás imponiendo —mis palabras suenan duras, sin embargo, estoy convencida de que eso no detendrá a mi padre para continuar haciendo mi vida imposible.
—Debiste marcharte con tu madre —mi progenitor se levanta del camastro, sale de la celda y se dirige hacia la salida de la comisaría.
Lo observo con las lágrimas contenidas en los ojos, miro al techo para tragar la congoja de mi garganta, respiro hondo y me voy tras él después de despedirme y darle las gracias a mi amigo.
Pulso el botón del mando del coche para abrirlo, veo que mi padre se tumba en los asientos traseros y formo un puño con mi mano para controlar mi sangre latina. Me muerdo la lengua para no decirle un par de verdades, me siento delante del volante y me dirijo hacia la casa.
***
Aún no he terminado de aparcar en el garaje cuando mi padre se apea con un portazo y entra en la vivienda, un poco tambaleante.
Cuando quito las llaves del contacto y toda la estancia está en silencio, me quito la mascarilla de la boca y grito dejando salir toda la rabia contenida durante muchos meses.
Golpeo el volante con fuerza, doblando mi muñeca en uno de los golpes, y las lágrimas resbalan por mis mejillas como cataratas.
Es en estos momentos cuando me doy cuenta de lo bien que estaría lejos de este señor que se hace llamar mi padre.
Enjugo mis lágrimas con un pañuelo de papel, respiro hondo para regresar al infierno y mi móvil suena en el interior de mi bolso. Lo busco con la mano y veo la foto de mi tía, la hermana de mi madre.
¿Qué más me tienen reservado para terminar el día?, me pregunto con un carraspeo para que no se dé cuenta de que he estado llorando.
Dibujo una sonrisa en mis labios y descuelgo la video-llamada.
—Buenas tardes, princesa —me saluda mi tía en español y con alegría en la voz—. ¿Qué tal todo?
—Bien, tía. Como siempre. ¿Cómo está mamá? ¿Has ido a visitarla?
—De ella quería hablarte. Mira —mueve el móvil con ella y enfoca a mi madre con una sonrisa de oreja a oreja en los labios—. Dí hola, cariño.
—Hola, princesa. Te echo de menos —dice mi madre con su pelo dorado brillando bajo los rayos del sol.
—Hola, mami. Yo también te echo de menos. ¿Cómo te encuentras hoy? —Inquiero dedicando a mi progenitora una enorme sonrisa de felicidad.
—Estupendamente. La tía me deja quedarme en su casa hasta que encuentre un piso para mudarme.
—Espera. ¿Y la clínica? —La interrogo confundida.
—Me han dado el alta. Me estoy recuperando y quieren ver cómo me desenvuelvo fuera de estas paredes. ¿No es una gran noticia?
—Es una fantástica noticia. Me alegro mucho, mami.
—¿Cuándo vas a venir a visitarnos? Estoy deseando abrazarte —me dice achuchando a mi tía como me lo haría a mí.
—En cuanto tenga unos días libres en el trabajo. Es tarde, mami. Voy a cenar antes de dormir. Te quiero mucho.
—Nosotras también te queremos, princesa. Qué descanses —se despiden al unísono de mí.