Salgo del avión a todo correr, deseosa de ver si mi prometido está en el aeropuerto esperando por mí.
En mi mente el reencuentro lo veo como en una película romántica y camino más deprisa para poder llegar hasta la salida cuanto antes.
Veo que la gente se amontona en la puerta dispuestas para ver a YoonJin, el actor más reconocido en ese momento en Corea por su nuevo K-drama que está a punto de estrenarse en las televisiones.
Me acomodo la mascarilla y la mochila en el hombro, me abro camino entre ellos buscando a JungWoo, pero no lo encuentro por ningún lado. Saco el móvil del bolsillo de mi pantalón vaquero y me encamino hacia la salida mientras lo llamo para saber dónde se encuentra.
Salta el buzón de voz, como si lo tuviera apagado, y me decepciono al comprender que estoy sola en el aeropuerto de Seúl. Respiro hondo para tragarme la congoja que me atasca la garganta y me monto en el primer taxi que veo libre.
Cuando subo a mi piso me quito los tacones, dejo la mochila encima del sofá y me desnudo para meterme directamente en la ducha.
En cuanto el agua cae sobre mí, empapando cada centímetro de mi cuerpo, las lágrimas se entremezclan con el líquido transparente y no puedo dejar de llorar por mucho que lo intente.
Mi mundo se está derrumbando alrededor y, ahora, me doy cuenta de todo lo que he sacrificado por alguien que no lo merece.
Hace unos meses que mi relación con JungWoo se está terminando, pero por mi cabezonería, no he querido reconocerlo por más señales que veía.
Me seco después de dejar salir todo el llanto que había estado reteniendo durante todos esos días de desasosiego, me dirijo a la cama mientras me atavío con un camisón liviano y cojo el móvil, que he dejado encima de la colcha, cuando suena con la llegada de un mensaje.
Leo el texto de mi prima, preocupada de mi llegada desde Pekín, le contesto y me encamino hacia la cocina para coger un poco de agua del frigorífico. Regreso al dormitorio y me tumbo en la cama mirando las redes sociales.
La promoción del nuevo K-drama está siendo todo un éxito y, en cierto modo, me siento orgullosa de ser parte de ello. He tenido suerte al conseguir que esa agencia contara conmigo para hacer un buen trabajo y espero no haberles defraudado.
Veo una foto del actor en el hotel junto a mí mientras hablábamos de cómo haríamos las fotos y, debajo de esa, hay otra imagen. Toco en ella para poder hacer zoom y la observo con atención. JK y Jan aparecen en la fotografía, saludándonos.
En ese momento recuerdo lo mal que me he portado con Jan, la indiferencia que he llevado a cabo para no hacernos daño después de la discusión que tuvimos y las ganas de llorar regresan a mí.
***
Mi llanto se calma una hora más tarde, busco el contacto del chico en mi teléfono y le mando un mensaje:
“Siento haberte ignorado en el hotel”
Pienso dos veces si debo mandarle ese escrito y, sin más, le doy a enviar.
Los minutos pasan con lentitud mientras mis ojos no se apartan de la pantalla del aparato, esperando una respuesta que me parece que no llegará nunca.
«Es normal que no quiera hablarme. Eres una borde, Belinda», me regaño soltando el teléfono encima de la colcha y cerrando los ojos para intentar descansar.
De repente, y como si me hubiera leído la mente, mi móvil suena con la llegada de un mensaje y lo agarro con rapidez. Veo que es el chico y desbloqueo el dispositivo para poder leerlo por completo:
“Supongo que aún estás enfadada por la discusión que tuvimos. No te preocupes. Estoy intentando olvidarte, como te prometí”
Una opresión me hace daño en el pecho y mis ojos se llenan de lágrimas de nuevo. ¿Qué coño me pasa? ¿Por qué estoy tan sensible? Es normal que esa sea su contestación. Yo le pedí que me olvidara, pero…
Agarro la almohada para taparme la cara con ella y grito con todas mis fuerzas para dejar salir la ansiedad que estoy empezando a tener atascada en el pecho.
“Tienes razón. Lo siento. No te molestaré más, aunque me cueste perder tu amistad”, le escribo con la respiración agitada por los nervios de perder al único amigo que me conoce como si hubiera estado a mi lado desde que nací.
“Tú decidiste que así fuera”, me contesta de inmediato.
“¿Te puedo pedir un último favor?”, espero alguna respuesta para continuar y le escribo: “No me olvides como amiga, por favor”
Veo que su estado pasa de “escribiendo” a “en línea” con demasiada frecuencia y supongo que está intentando encontrar la mejor frase para decirme que me vaya al infierno y lo deje de una vez en paz.
Unas lágrimas escurridizas recorren mis mejillas por tercera vez en esa noche, me las enjugo con las manos y sonrió suspirando de alivio cuando leo:
—“Descansa, amiga”
La opresión de mi pecho parece esfumarse al leer ese texto, le mando un emoticono de una rosa y cierro los ojos con un poco más de tranquilidad.