El viernes a primera hora Micaela recibió el llamado que le cambiaría la vida, aunque claro, ella no tenía ni la más mínima idea de lo que ese llamado significaría.
Lo atendió como hacía con muchos. No se ilusionaba ni mucho menos se emocionaba. En los últimos meses había aplicado para diversos puestos de trabajo, pero a la gente no le gustaba contratar a muchachas como ella y siempre terminaban escogiendo a la bonita.
O, en ese caso, a la blanca.
La secretaria de Black la llamó a las ocho en punto y le solicitó información personal. Micaela pensó que se trataba de un protocolo de la empresa para analizar su trayectoria laboral y, tras finalizar la llamada, se lavó las manos y volvió a hundirlas en la masa en la que trabajaba junto a sus hermanas.
Sus hermanas menores le miraron con las cejas en alto y esperaron a que dijera algo, pero como a Micaela le gustaba mantenerse recatada, tuvieron que presionarla.
—¿Era tu novio? —preguntó Lucero y se metió un trozo de masa cruda a la boca.
Micaela la pilló con las manos en la masa y se horrorizó al ver las cochinerías que hacía.
—Mica no tiene novio —refutó Michelle.
—Aún es virgen —cuchicheó Pía y Micaela se ruborizó, pero la ignoró para atender a Lucero.
—¡No comas eso! —Micaela regañó a Lucero y se apuró para arrebatarle la bola con masa cruda que tenía en la boca—. ¡Podrias enfermar! ¡Está crudo!
—¡Micaela, deja de gritar! —reprendió su madre desde el fondo del salón.
—No estoy gritando, mamá —respondió la joven y se sintió frustrada.
Se le acababa la paciencia cuando de sus hermanas menores se trataba, además, sentía que todo lo que hacían o decían, era para fastidiarla, para sacarla de quicio.
—Pero tengo hambre —respondió Lucero cuando Micaela le quitó la masa de la boca.
—Claro… —susurró Micela con preocupación y lanzó a la basura la masa llena de babas de su hermana—. Pero al menos podrías esperar a que salga del horno… ¿no crees? —insistió comprensiva.
—Pero no puedo esperar tanto —respondió Lucero y Micaela gruñó con rabia.
—¡Micaela, deja de pasar rabias! —gritó su madre y la joven mujer sintió que iba a estallar—. Te llenarás de arrugas si sigues gruñendo así… ningún hombre te va a querer arrugada.
De fondo, Pía se carcajeó mientras untaba con huevo batido los panes dulces.
Micaela suspiró.
—¡Mamá, Lucero insiste en comer…! —Trató de defenderse, pero poco caso le hacían y terminó aburriéndose de toda la situación.
Se lavó las manos para quitarse la harina, cogió su bolso y se desapareció por la puerta.
Como a sus hermanas menores les encantaba fastidiarla, puesto que Micaela siempre era la hija ejemplo y doña perfecta, la delataron rápidamente con su madre.
La mujer dejó las costuras que hacía a un lado y se encaminó al cuarto de Micaela para llevarla de regreso a la cocina, al lugar al que pertenecía y ayudando como debía.
La señora Torres abrió la puerta de golpe e ingresó a su cuarto compartido con el ceño apretado.
Micaela se hallaba sentada en su improvisado escritorio, intentado enviar toda la información a la Agencia Black, pero su madre siempre pensaba lo peor, principalmente cuando se trataba de ella.
—Mamá, mi privacidad —pidió Micaela y le miró con muecas tristes.
—No existe privacidad si vives bajo mi techo —refutó la mujer con severidad y se acercó para ver qué hacía en ese escritorio—. Tienes que ayudar a tus hermanas, no puedes…
—Tengo que enviar unos papeles a las Agencias…
—Micaela… —La interrumpió su madre—. ¿Hasta cuándo, hija? —le preguntó brusca—. Lo has intentado tantas veces que, no quiero verte desilusionada otra vez… siempre te rechazan —le recordó.
Los ojos de Micaela se llenaron de lágrimas, pero no dejó de mirar al frente para no delatarse. No quería mostrarle debilidad ni delicadeza a su madre, cuando, en el fondo, era la flor más delicada de todas.
—Gracias por recordármelo, mamá —le dijo con la voz entrecortada—. Igual quiero intentarlo —insistió y abrió la computadora que su hermana mayor le había obsequiado con su primer sueldo—. No voy a rendirme.
Su madre la escuchó y se sintió desacomodada, pero no tuvo nada más que decir, solo recordarle sus deberes en casa.
—Está bien —dijo—, cuando acabes, tienes que terminar los bollos con semillas.
Micaela se sintió más dolida al pensar que iba a estar condenada para siempre a hacer bollos con sus manos, pero se guardó todas sus ganas de llorar y comenzó a escribir un correo para las Agencias Black.
Envió cada documento que se le había solicitado previamente por teléfono y, no obstante, no quiso llenarse de ilusiones, los ojos le brillaron cuando, a la brevedad, recibió un correo de respuesta.
Un correo positivo y lleno de amabilidad.
Como no quería volver a la cocina con sus insufribles hermanas, se puso a navegar por la internet y buscó un poco de información sobre las Agencias Black. Para su mala suerte, no poseían oficinas en su ciudad y supo de manera inmediata que sería descartada para el dichoso puesto.
#956 en Novela romántica
#385 en Chick lit
#278 en Novela contemporánea
discriminacion, romance interracial, jefe millonario y asistente
Editado: 17.06.2022