- ¡Presenten armas! - resuena mi voz, mientras la Legión a mis espaldas se prepara para enfrentar a los demonios de las colinas, que últimamente han estado más inquietos y provocando más disturbios que nunca.
La luna llena ilumina las ruinas de lo que hace años era Greenferd, revelando a esas bestias de la oscuridad que emergen de las sombras y las penas. Preparado para una pelea sucia, empuño la espada de plata y hierro entre mis dedos, logrando ver mis nudillos blancos por la fuerza que ejerzo.
Anticipando los movimientos de aquellos carroñeros, alzo la espada indicando que se mantengan atentos y durante ese pequeño lapso de tiempo solo se escuchan las respiraciones de mis soldados, ansiosos por derramar sangre de esos demonios a diestra y siniestra. Entre rugidos y aullidos, la batalla se desata al señalar que ataquen al enemigo, y todos luchan tanto en su forma humana como en su forma de lobos.
Aunque son simples demonios de categoría inferior, nos ganan en número, pues estas criaturas, si bien son débiles, se reproducen en masa. La batalla estaba reñida; sin embargo, no tenía duda alguna sobre nuestra victoria. Habría bajas, pero nada por lo que alarmarse.
Cuando la lucha estaba en su pico de intensidad, noto un cambio en
el viento, una presencia oscura que va más allá de los demonios de las colinas. Mis sentidos agudos de licantropo me advierten de una amenaza aún mayor; un manto de mal augurio se cierne sobre todo el lugar, invirtiendo por completo los roles en la batalla.
Con mi espada cubierta de sangre demoníaca y garras afiladas, me lanzo hacia el corazón de la tormenta, donde la oscuridad parece concentrarse y las espadas no dejan de sonar contra las garras y piel de las criaturas que atormentan a inocentes.
Los aullidos de mi manada se mezclan con los rugidos de los demonios, creando una sinfonía aterradora en la que mis soldados luchan por mantenerse firmes. Y, en cambio, los demonios parecen fortalecerse con ese cambio tan brutal en el ambiente, adquiriendo más fuerza que antes.
En ese instante, la verdad se revela. No es solo un inquietante cambio de clima; es la respuesta de la tierra advirtiéndonos a todos de un mal mayor que cambiará el curso de la vida como la conocemos actualmente, haciendo cambios feroces en estas criaturas como prueba de que la vida no volverá a ser la misma.
La batalla toma un giro más complejo y peligroso. La horda de demonios se vuelve brutal e imparable, siendo monstruos que buscan acabar con su objetivo. Gracias a la diosa luna, la dualidad de nuestra naturaleza como hombres lobo se convierte en nuestro mayor aliado mientras nos enfrentamos, tanto a las hordas demoníacas como a la energía maligna que los controla.
A pesar de la tensión en el aire y la violencia que lo impregnaba, la lucha continuó contra todo pronóstico. Tratando de ignorar el mal presentimiento que carcomía mi mente, me sumergí en la liberadora y letal danza entre el chirrido de metales y el sonido de las pieles siendo desgarradas bajo mi espada.
En ese momento crítico, la tierra se estremeció, cediendo ante el grito más desesperado, mortificante y ensordecedor. Más de uno, ya sea demonio o lobo, se arrodilló, e incluso fue capaz de dejar helados los instintos más salvajes de mis soldados.
Después de eso... nada; reinó un vacío inquietante, y nadie se atrevió siquiera a respirar, temiendo alterar la madre naturaleza aún más.
Tratando de salir del shock provocado por esos sucesos, desvié mi atención del cielo y dirigí mi vista nuevamente a los demonios. Ellos seguían admirando el cielo como si estuvieran respondiendo al llamado de su instinto más primitivo. Tan rápido como llegó esa sensación en el aire, se desvaneció, dejando estelas de lo que se avecinaba, y el viento enfurecido se retiró, susurrándome al oído palabras que no logré comprender.
Poco a poco, todos parecieron recobrar la conciencia, y la batalla simplemente dejó de importar. Observamos cómo los demonios abandonaban uno a uno el campo de batalla tras el estruendoso grito. Sin embargo, bajé la guardia demasiado pronto y no preví a tiempo el ataque de una de esas bestias viscosas, resultando en que una de sus garras se incrustara en mi abdomen.
La herida comenzó a sangrar rápidamente, y antes de que el demonio desapareciera, pronunció en esa lengua muerta y prohibida para los mortales; palabras inentendibles.
Yo por otro lado, dejé de sentir la tierra fangosa bajo mis botas, y escuché cómo la espada que sostenía chocaba contra las piedras, emitiendo un sonido molesto. Luego, el mundo se volvió más lento, y observé cómo caía lentamente de cara al lodo. Sin poder evitarlo, me sumí en la inconciencia.
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Editado: 31.03.2024