Capítulo 4
Elizabeth entró en la cocina con pasos dubitativos, encontrándose con la escena familiar de su madre junto a la madre de Rodrigo, quien parecía absorta en alguna conversación. A pesar de su intento por ocultarlo, su rostro reflejaba un atisbo de preocupación que no pasó desapercibido para su madre.
Madre de Elizabeth,(observando con atención) —¿Qué te sucede, hija? Esa carita no engaña.
Elizabeth,(tratando de disimular) —No es nada, mamá.
Pero su madre, conocedora de los matices y gestos de su hija, no se dejaba engañar fácilmente y decidió profundizar un poco más.
—Sé que algo te preocupa. Vamos a poner la mesa para servir a los patrones.
Con un suspiro resignado, Elizabeth asintió, sabiendo que su madre no dejaría el tema hasta que se sintiera lo suficientemente cómoda para compartir lo que la perturbaba.
Juntas, madre e hija, se dedicaron a la tarea de preparar la mesa, colocando con cuidado los platos y cubiertos, dispuestas a recibir a los patrones con la hospitalidad y el respeto que merecían.
Más tarde, cuando los chicos regresaron después de arrear el ganado, se unieron a la cena, compartiendo anécdotas del día y disfrutando de la comida en compañía de sus seres queridos. Aunque Elizabeth aún guardaba sus preocupaciones en lo más profundo de su corazón, por un momento pudo disfrutar de la calidez y la familiaridad del hogar.
En silencio, Elizabeth observa a Rodrigo. Un pensamiento se cuela en su mente: él nunca la ha mirado como a una mujer, sino más bien como a una hermana.
Al día siguiente, Rodrigo se encuentra en las caballerizas bañando a los caballos, vestido solamente con pantalones y botas. En ese momento, Rosalía aparece y lo observa con admiración, sus ojos brillan al verlo.
(sonriendo coquetamente) — ¿Podrías darme una vuelta por el rancho, Rodrigo?
Rodrigo asiente con una sonrisa y se dispone a preparar dos caballos. Rosalía confiesa que nunca ha montado y que no quiere hacerlo sola. Rodrigo, amablemente, se ofrece a acompañarla.
Mientras se preparan para montar, Rosalía se acerca a Rodrigo y se recuesta ligeramente sobre él, susurra con una voz dulce.
(con una sonrisa traviesa) —Te ves muy fornido, Rodrigo. Cualquier mujer se sentiría segura en tus brazos.
Rodrigo, cortés pero firme, responde: — En este momento, solo deseo tener a una mujer en mis brazos.
Rosalía sonríe con disimulo, entendiendo el mensaje implícito en las palabras de Rodrigo. Una chispa de complicidad brilla entre ellos mientras se preparan para cabalgar juntos por el vasto rancho.
Al día siguiente, Rodrigo se encuentra en las caballerizas, dedicado a la tarea de bañar a los caballos, cuando de repente Rosalía se acerca, su presencia parece iluminar el lugar.
Rosalía, (con una sonrisa cautivadora) —¿Podrías darme una vuelta por el rancho, Rodrigo?
El corazón de Rodrigo se acelera al escuchar su voz melodiosa, pero trata de mantener la compostura mientras asiente con una sonrisa.
Rosalía no pierde la oportunidad de entablar conversación, preguntándole sobre la vida en el rancho y sobre él mismo.
Rosalía, (con curiosidad) —¿Tienes pareja, Rodrigo?
Rodrigo, sorprendido por la pregunta pero encantado por su interés, responde con sinceridad.
—No, en este momento estoy soltero.
—¡Vaya! Con un hombre tan guapo como tú, me sorprende que estés soltero.
Rodrigo sonríe, sintiendo el calor de sus halagos, pero en su interior sabe que el interés de Rosalía va más allá de la simple cortesía. La química entre ellos es palpable, y aunque intenta mantener la compostura, su corazón late con fuerza ante la posibilidad de un nuevo y emocionante capítulo en su vida.
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Elizabeth busca a Rodrigo entre las caballerizas, pero en lugar de encontrarlo, se encuentra con una escena que parte su corazón en dos: Rodrigo llega montado en un caballo, acompañado por Rosalía, quien desciende elegantemente de la montura con su ayuda. Las risas y la complicidad entre ellos son evidentes, y Elizabeth siente un nudo en la garganta al verlos juntos.
Rosalía, al notar la presencia de Elizabeth, le indica a Rodrigo que la joven lo busca. Elizabeth aprovecha el momento para advertir a Rodrigo sobre Rosalía, expresando sus preocupaciones.
Elizabeth: (con voz temblorosa) —Ten cuidado con esa joven, Rodrigo. No me genera buena espina.
Rodrigo, con una mirada segura, le asegura que sabe lo que hace y se dirige a ensillar su caballo, dejando a Elizabeth con el corazón roto.
Los días pasan y Elizabeth observa cómo Rodrigo y Rosalía se acercan cada vez más, sus coqueteos y risas llenan el aire y el corazón de Elizabeth se llena de tristeza al ver cómo se aleja de ella cada día más.
Un día, al acercarse a las caballerizas, Elizabeth presencia una escena que la destroza por dentro: Rodrigo y Rosalía se entregan a un apasionado beso, y escucha las dulces palabras de amor que salen de la boca de Rodrigo hacia ella. Las lágrimas brotan de los ojos.
Rodrigo confiesa su amor a Rosalía, asegurándose que nunca ha sentido nada tan profundo como lo que siente por ella. Con una sonrisa complaciente, Rosalía le corresponde el sentimiento, envolviéndolo en un abrazo apasionado que sella su complicidad. Juntos, se entregan al amor en uno de los cuartos de las caballerizas, donde el tiempo parece detenerse y solo existen ellos dos, perdidos en la intensidad del momento.