FEBRERO
Las cosas no se dicen, se hacen porque al hacerlas se dicen solas.
Woody Alen
Compro la revista como mero acto de costumbre. No leo completa la columna que lleva mi nombre y una pequeña foto mía en la parte superior izquierda. Me da miedo verme, me da un cosquilleo cuando empiezo a leer las primeras líneas.
“No prometas nada. No desgastes tu saliva pronunciándole a todos lo que vas a hacer o dejar de hacer. No lo escribas. Sólo hazlo, ‘porque al hacer las cosas, se dicen solas’…”
Trata sobre la importancia de fijarse metas con la finalidad de alcanzarlas. Odio que los temas no sean propiedad de mi imaginación, si no de mi editora que siempre decide sobre lo que debemos hablar o callar. Por eso nunca leo mis columnas, porque en diversas ocasiones –como ésta- no soy partidaria de algunas ideas que planto sobre las hojas de la revista.
Prefiero leer otras cosas, por eso -sin planearlo- al cerrar la revista de golpe y volverla abrir en cualquier página que se me ocurre, mis ojos se topan con la imagen de un pastel de chocolate adornado con fresas, granos de café y una rosa al centro. Se trata de una receta exquisita para una tarta de café con cacao, fresa y pétalos de rosa como toque romántico. Se nota que ya casi llega el “esplendoroso” día de los enamorados.
Suspiro tan fuerte que duele. -No importa el mes ni el día que se acerca, estoy feliz porque voy a cocinar un pastel. Y de chocolate además- me consuelo a mí misma.
Voy directamente a la tienda de materias primas donde siempre compró helado y jarabe de chocolate cada tarde que se me antoja comer hasta dolerme el estomago.
Busco a la chica que siempre atiende. Es dulce, bonita y la mayoría de las veces atiende con una sonrisa de por medio, además tiene una voz que se parece a las que dan anuncios en las tiendas de auto servicio y eso me gusta. Pero en lugar de ella, me encuentro con un joven distraído, vestido de blanco que en serio deslumbra en el lugar, a primera vista capta mi atención.
Lo miro con tanta insistencia como si dejar de mirarlo provocara que fuera a desaparecer. Entonces saco mis dotes que alguna vez desarrollé, esos de dulzura e ingenuidad con pizcas de coqueteo inocente. No estoy segura si él atiende pero yo quiero que sea él quien cumpla mi petición del día.
-¿Vendes jarabe de chocolate?
Abre los ojos como platos. Se nota que es nuevo y que evita a los clientes para no hacer el ridículo. Me ve con cara de “mejor pregúntele a otro” pero yo insisto, es tímido y eso provoca que llame más mi atención.
-Ni que te estuviera pidiendo un beso- le digo con un tono suave y desesperante que se le sube un rojo intenso a las mejillas –solo te pregunté si vendes jarabe de chocolate, entre otras cosas que quiero que me des-
Juro que en ese momento casi se pone a rezar. Estoy a un segundo de reírme pero guardo la cordura con la que llegue aquí.
-Permítame- apenas logra contestarme.
Yo aguardo, casi estoy por ir a buscarle cansada de esperarlo cuando aparece con una botella enorme de jarabe de chocolate, de pena y de inestabilidad.
-¿Qué más necesita señorita?-me pregunta como niño regañado.
-Jarabe de fresa, vainilla, harina, polvo para hornear…-voy enumerando mientras recuerdo lo que dice la página de la receta.
Salgo con dos bolsas llenas de lo que necesito y de quién sabe qué más, porque me dio tanta pena el chico que olvido mis coqueteos frustrados y lo pongo a trabajar para no seguir incomodándolo. Dejo que se me pasen las ganas de cocinar el dichoso pastel.
Es viernes, el cielo está adornado de globos, grandes, medianos y pequeños, de todas formas y colores. El rojo predomina por todos lados, corazoncitos, corazonsotes, osos de peluche, cajas de chocolates, flores y de más chucherías que casi caen del cielo; un aire denso recargado de precios excesivamente caros, abrazos y felicitaciones por todos lados y a lo lejos, muy muy lejos se escucha un te quiero o un te amo. Es 14 de febrero.
No estoy frustrada, para nada. Tan solo estoy harta de ver lo mismo cada año, como la película que repiten en televisión abierta hasta el cansancio porque tal parece que no tienen otra cosa que poner. Me fastidia la falta de originalidad y las sonrisas despampanantes de los que creen estar enamorados. Miel falsa, mimos sobre gastados y besos atorados en las gargantas.
La calle donde vivo está repleta de aromas dulces pertenecientes a perfumes baratos, chicas con labios recargados de rosa o rojo capaces de distinguirse a una considerada distancia; chicos bien vestidos con kilos de gel en el cabello; un auto a lo lejos repleto de posits de colores con mensajitos cursis que después los arrancará el viento, besitos y abrazos con más intensidad de lo normal se observan en cada esquina, como si fuera una escena de película perfectamente estudiada.
Editado: 15.08.2019