Sonríe: Una Vez más

Adiós

El día que tanto evitaron Angie y Tomás llegó, era el último día para sacar las cosas que tenían en el departamento, en el cual habían vivido durante tres años. Para dejar el departamento tanto Angélica como Tomás habían pedido ayuda moral, está vez nadie se había negado a apoyarlos. Ella ya se había instalado en el cuarto que rentó en Coyoacán, el resto de sus cosas se las llevaría Liliana a Veracruz. Tomás había conseguido también un cuarto en la zona oriente de la ciudad cerca de la unidad interdisciplinaria donde estudiaba.

Él estaba recargado contra la pared donde quedaba la huella de un cuadro colgado, con los brazos curzados al frente, el ceño fruncido y la mirada baja. Angie estaba cerca de la puerta donde él no podía verla, como era costumbre de ella, se estaba mordiendo la parte interna de la mejilla y golpeaba su pie contra el suelo constantemente.

―¡Es todo! ―anunció Nicholas, sacando unas cosas de Tom.

―No ―rebatió Aracely―. Hay un cuadro en la habitación. ―dijo. Inmediatamente los dos salieron corriendo en dirección a ella.

Al entrar Angie se percató de que era un dibujo a lápiz de ella. Fue de los primeros que dibujó en taller cuando estudiaba el bachillerato, Tomás le pidió que le hiciera un dibujo de ella para tenerla siempre cerca, y así lo hizo. Él le compró un marco para poder colgarlo, por eso Aracely se había referido a él como un cuadro. No obstante, estaba lejos de serlo, tenía muchos errores, no tantos en comparación con el retrato que había hecho de Tomás, el primero que le regaló y el cual él la obligó a firmarlo. ¿Qué será de ese dibujo? Seguramente ya estaría tirado como había hecho con su amor.

Tomás entró a la habitación, sabía muy bien a que cuadro se refería Aracely, no lo había quitado porque tenía la sensación de que en el momento que lo descolgara sería el último de su relación con Angie. Seguramente, ella quería llevarse ese cuadro, pero haría hasta el último intento para convencerla de que se lo dejara, ya que no tenía cara para pedirle perdón, al menos quería quedarse con ese dibujo.

―Deja que me lo lleve ―pidió, colocó su brazo contra la pared donde estaba el dibujo.

―No entiendo para qué lo quieres. ¿Qué sentido tiene que te lo lleves? ―indagó.

―Ese dibujo lo hiciste porque yo te lo pedí. Se supone que me lo regalaste. ―confesó. Como podía explicarle que el dibujo sería como si la tuviera a ella, algo que ya no podía ser.

―Igual que mi corazón. ―murmuró entre dientes con lágrimas amenazando con caer por sus mejillas.

―Angie, por favor hablemos. ―rogó. Tomás sabía que había tirado su última carta y no pensaba ceder hasta que ella aceptara.

―No tiene caso. ―negó. A pesar de que estaba siguiendo adelante con su vida, le dolía estar cerca de Tomás, le dolía respirar el mismo aire que él.

―Sé que te herí y no quieres saber nada de mí, no te puedo culpar porque me lo merezco, pero al menos déjame decirte todo lo que siento, pedirte perdón, aunque no lo consiga. Siento que me quemo por dentro.

―Si eso es lo que quieres… ―concedió de mala gana.

―Cuando te conocí, pensé que tenías una hermosa mirada, pero triste. Me prometí que te haría sonreír, lograría hacer que sonríeras y me regalaras la más hermosa sonrisa. Puedo jactarme que durante mucho tiempo fuí el causante de tu sonrisa, hoy me avergüenza ser el que causa tu tristeza. ―sentenció. Las lágrimas empezaron a caer por las mejillas de Angie, Tomás limpió algunas con su mano.

―Solo quería sorprenderte, evidentemente, la sorprendida fui yo. ―murmuró.

―Lo siento…

―Hubiera sido mejor que me dijeras que ya no me quieres… que nunca me quisiste, que solo estabas conmigo porqué te causaba lástima. La niña solitaria que no tenía a nadie. ―lo interrumpió.

―Te quiero…, me duele que pienses que solo estuve contigo por compasión, porqué nunca fue así, siempre estuve contigo porque era lo que sentía.

»Pero, debo reconocer que empezaron a pasar diferentes cosas que me hicieron querer otras cosas que contigo son imposibles, no obstante, si de algo estoy seguro es que te quiero. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

―¡¿Por qué no me dijiste lo que estaba pasando?! ―recriminó―. Recuerdo que alguna vez me prometiste que no me ilusionarías. No obstante, de una u otra forma lo hiciste.

»Me hiciste creer que todavía había algo lindo entre nosotros cuando la realidad es otra.




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