Aquel día se mudaba mi compañera de piso. Debía admitir que estaba de los nervios y había limpiado la casa entera cinco veces, no quería causar una mala impresión, aunque quizás estuviera exagerando. Solamente me había faltado un equipo de limpieza como ejército. Me sudaban las manos y no podía dejar de abrirlas y cerrarlas a modo de desestresante. A las nueve de la mañana en punto el timbre sonó, fui tan deprisa a abrir la puerta que a punto estuve de tropezar con una silla. Con una sonrisa abría miré a la chica de arriba a abajo, llevaba varias maletas, el pelo era blanco, seguramente había sido decolorado hasta ese punto, y los ojos azules centelleantes de emoción. Esos ojos que ocultaban sombras y obsesiones, sentí como la sangre se desvanecía de mi cuerpo y cerré de un portazo dejándola al otro lado, en la calle, totalmente perpleja.
Blue.
¿Cómo me había encontrado? ¿Ella era la chica con la que había hablado por teléfono? Mi pesadilla estaba esperando al otro lado de la puerta. ¿Qué narices iba a hacer? El timbre volvió a sonar. ¿Creía que le abriría? Recordé aquella lista de reglas, que yo mismo me impuse, no había llegado a funcionar. Me pregunté a mi mismo si podría desenterrar mi viejo diario de mis tiempos de adolescente, leer las reglas y volver a ponerlas en práctica. Empezando por no abrir esa maldita puerta. El timbré sonó, no había dejado de sonar.
—¡Largo! —La puerta era fina, al igual que el resto de paredes del edificio, y sabía que me podría escuchar, al igual que yo a ella si hablara.
—¡¿Por qué?!
Necesitaba llamar a Alexandre. Ya. Agarré mi móvil y me encerré en mi habitación, no la escuchaba. Quizás le hubiera quedado clara la directa de que desapareciera y se había marchado. A los dos tonos lo cogió, aquel hombre siempre era rápido cogiendo el teléfono. Iba a darme un ataque, ¿Qué hacía ella allí?
—Hola, Seven. —Su voz serena logró transmitirme paz al instante.
—Está aquí. Alexandre, la vi en la cita doble con John y ahora está en la maldita puerta de mi casa. Creo… creo que es la chica de la que te hablé para compartir piso, debió de seguirme y enterarse, joder, no sabía que fuera ella. Está en mi maldita puerta con sus maletas —expliqué a toda prisa. Sentía que me faltaba aire, casi no podía respirar, así que lo hacía a trompicones, de forma irregular.
—¿Y cuál es el problema?
No debía de haberme oído bien. Había cientos de problemas en que esa chica y
yo compartieramos espacio. Empezando porque éramos ella y yo. mi pasado no podía volver a mí, lo había enterrado y ocultado.
—Es Blue, Alexandre, es ella —repetí.
—¿Y qué problema hay?
Hice un último intento y volví a repetir lo mismo:
—Es ella. Quiere volver a meterme en su juego.
Casi me dieron arcadas al decir aquella frase. Solo existía un motivo por el que pudiera volver y era ese, su juego. Si la última vez había salido mal no quería ni imaginar lo que podría ocurrir ahora.
—Sigo sin ver el problema, hijo. ¿Acaso hay algo de lo que deba preocuparme? Que yo sepa, Seven, todo aquello que te hizo daño ha desaparecido. Esa jovencita no tiene nada que utilizar contra ti. ¿Está en el piso contigo?
—Le he cerrado la puerta en la narices —dije sin tapujos.
—Sé lo que significa para ti ese nombre. Pero tú mismo me dijiste el otro día que ella te había dicho que había cambiado a bien.
—¿Cómo has podido caer en algo así? Estaba mintiendo, Alexandre, quiere volver a jugar.
Alexandre era alguien inteligente, más que muchos y menos que pocos, me sorprendía que pudiera haber caído él también en sus trampas. La chica era innegablemente astuta. Demasiado.
—¿Y con qué va a jugar, Seven? Respóndeme a esa pregunta, porque yo no encuentro ninguno, tú mismo le dijiste que estabas totalmente limpio.
El silencio se interpuso en la llamada mientras yo pensaba. Una vez más, él me había dejado sin respuestas.
—¿Lo ves? No hay nada de lo que debas huir, por mucho que no quieras oírlo esa chica es tu compañera de piso. Firmasteis un contrato.
Joder, era cierto, había un maldito contrato de meses. En ese momento deseé poder retroceder en el tiempo y quemar los papeles.
—No ocurrirá nada que debas temer, Seven —dijo ante mi silencio. Me había quedado congelado.
—¿Y qué hago? —pregunte desesperado.
—No te diré que hacer, pero si te lo aconsejaré y te aconsejo abrir la puerta y hablar con ella. Si no lo haces te quedarás en un punto muerto.
—¿Y si no abro nunca la puerta?
—Bueno, Seven, esa es tu decisión. Cada movimiento te llevará a un final distinto.
—¿Cuales son esos finales?
—Nadie lo sabe.
Esa era la última respuesta que obtendría. Había agotado mis preguntas.
—Gracias, Alexandre.
—Exito, hijo.
Colgó y yo me quedé congelado allí. Pensando en mis opciones. Al final ninguna me aseguraba nada. El timbre volvió a sonar, seguía en la puerta.
—¡Hola! —gritó al otro lado de la puerta. Sabía qué debía hacer. A paso lento, fui hasta allí y abrí, poniéndome frente a ella. Me miró, sorprendida de tenerme frente a ella.
En ocasiones tomamos decisiones sin tan siquiera sopesarlas y otras veces, pensamos las cosas durante días. Mis decisiones se tomaban en torno a otros deseos y decisiones. Deseaba que Blue desapareciera, Había decidido hacer lo posible para que eso ocurriera. Rigiéndome por esas dos cosas había abierto la puerta. La conocía, había conocido a Blue con la profundidad suficiente como para saber que sus obsesiones eran insistentes, cuando quería algo, sólo dejaba dos opciones: O lo tenía o lo arruinaba. Fuera lo que fuera, quien fuese, solo tenía esas dos opciones. Y durante años, sólo yo había llegado a ver eso. Había engañado a todos durante mucho tiempo. A todos menos a mí y si ahora creía que podía intentarlo estaba muy equivocada, porque por una vez no había nada y debía convencerme de ello.