Os debo una disculpa por haber pasado días sin subir capítulo nuevo, para disculparme por ello os traigo una maratón de 4 capítulos.
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—¡No puedo con ella! Tiene que haber alguna forma de poder librarme.
Alexandre me lanzó una mirada de advertencia.
—No puedes librarte de las personas, puede librarte de un examen o de un quehacer, pero no de Blue, es un ser.
Tenía razón, sabía que la tenía, pero estaba desesperado. No veía un buen futuro si ella y yo teníamos que compartir el mismo espacio., jamás lo había visto, quizás debiera largarme, mudarme a otra parte, que se quedara ella con el maldito piso.
—Alexandre, de verdad, no puedo.
—¿Y qué quieres hacer?
—No lo sé, podría mudarme a otra parte. Se suponía que este era mi momento.
Asintió con la cabeza y se subió las gafas, eran viejas así que solía resbalarse por su nariz.
—El ser humano siempre habla de sus momentos, ¿realmente este era el tuyo? La llegada de Blue no significa que ya no tengas oportunidades. Por lo que me has dicho, ella dice que no viene a hacerte daño.
—No voy a creer ninguna de sus mentiras y me sorprende que tú sí.
Alexandre era, sin duda alguna, el hombre más inteligente que conocía y parecía que caería en la trampa de Blue.
—Haz lo que creas correcto, pero recuerda que tú enderezaste tu vida. El don de la palabra a veces es algo magnífico.
No volví a casa aquella noche, necesitaba pensar en todo. Darle vueltas a lo último que me había dicho Alexandre. Estaba muy claro hacia qué camino intentaba guiarme, pero no quería. No dejaba de pensar una y otra vez en cuando comenzó todo, en realidad no había una fecha exacta, pero hubo un día, un momento, que hizo que todo estallara.
—¡No puedes huir de mí! Yo te quiero, Seven. Estamos destinados a estar juntos.
Llevaba la mitad del camino a casa persiguiéndome, yo había decidido pasar de ella y seguir con mi ruta, esperando que se marchara. Al final, había decidido que lo mejor sería encararla, no quería que se enterara de dónde vivía o empezaría a presentarse en la puerta de mi casa.
—¿En qué idioma tengo que decírtelo, Blue? No me interesas, no me interesarás y nunca me has interesado, búscate a otro para seguir tus jueguecitos. Estás obsesionada conmigo.
Ella, al darse cuenta de que me había detenido vino corriendo hasta estar solo a unos pasos de mí.
—¡No! Estamos hechos el uno para el otro. Míranos, Seven, formamos la pareja perfecta. Yo puedo ayudarte a cambiar.
Suspiré mirando al cielo, ¿algún pájaro podía cagarle en la cabeza a esa chica para que se callara? Aquella última frase había sido el colmo y ya sabía por donde divagaba su pequeño cerebro intoxicado con el decolorante de cabello.
—Mira, te lo dejaré claro, este no es uno de tus estúpidos libros en los que la supuesta chica buena se enamora del chico malo con un oscuro secreto y ella va a intentar cambiarle y él cambia por ella. No es nada de eso, no me interesas y no me interesa cambiar ni tenerte a ti detrás de mí, hay muchos peces en el mar, busca a otro que esté dispuesto a fingir un cliché por ti.
—En el fondo me quieres, Seven…
Cuando vi que cerraba los ojos y se acercaba a mí, con intención de besarme, di un par de pasos hacia atrás y me subí a la bicicleta listo para marcharme.
—Joder, estás loca —dije empezando a pedalear.
—¡Cómo puedes decirme eso! ¡Nadie me rechaza! ¡Te aseguro que haré que desees nunca haber nacido! ¡Seven…
Ya estaba lo suficientemente lejos como para no poder escuchar sus gritos. Estaba realmente loca y había logrado que temiera, ¿qué pensaba hacer? Incluso yo sabía que tenía encima mucha más mierda de la que se rumoreaba.
Hizo exactamente lo que dijo que haría y yo deseé no haber nacido. Pero mantenía una opinión: Blue estaba loca. Y aquella era una opinión que jamás cambiaría.
Jugó su juego a hundirme y ganó. Aunque yo ni siquiera estuviera jugando. Terminé cambiando de instituto y el bachiller lejos de ella. Jamás la perdonaría, había destrozado todo lo que tanto tiempo me había costado construir. Quizás fuera una vida de mierda, pero era mía y me pertenecía.
No tenía ningún derecho.
Cuando quise darme cuenta había cogido el coche y ahora estaba frente a la cárcel. Nunca iba allí, no me gustaba. ¿Podría pasar al horario de visitas? Quizás. Al entrar me hicieron pasar por un detector de metales y me cachearon. Quedaban diez minutos para el final del horario. Les dije el nombre que llevaba años sin pronunciar en voz alta, sin embargo, su rostro estaría grabado en mi de forma eterna, la garganta se me secó de forma automática al pronunciarlo, Jeffrey.. Lo escuché llegar por el pasillo, yo ya estaba sentado en una mesa redonda, esperándole, junto a la puerta vigilaba uno de los guardias.
—¿Visitas? A mí no me visita nadie nunca.
Quería darme la vuelta e irme, aquello había sido mala idea, pero mis piernas no respondían. Cuando me vio soltó una de sus habituales sonrisas de gato, no las había olvidado, tampoco la sensación al verlas. Se te robaba las palabras y te congelaba en el sitio, infundía miedo. Uno de esos tipos que no quería cruzarte en un callejón con algo de valor a la vista.
O sin nada que robar.
—¿Seven? Vaya… —dijo sentándose frente a mí.
—Hola, Jeffrey.
Torció el gesto.
—¿Ya no vas a llamarme papá?
Y ese era mi padre. Un desastre y uno de los factores de mi propio desastre.
—No, no se te puede considerar uno. No mereces ese título.
Podría haber llamado padre a Alexandre, él si se había comportado como tal sin yo ser su hijo, pero ese hombre podría ser cualquier cosa menos mi padre. Así que jamás le llamaría así, ni siquiera recordaba un tiempo en el que le hubiera llamado de esa forma, quizás alguna vez, antes de saber que no era correcto llamarle así.